En la temporada de Nuova Harmonia, con un conjunto eslovaco
UNA IMPECABLE SESIÓN CAMARÍSTICA
Teatro Coliseo
Jueves 30 de Agosto de 2012
Escribe: Carlos Ure
Kraus: Sinfonía en do menor VB 142;
Rota: Concierto para cuerdas;
Dvorák: Serenata en re mayor, para cuerdas, opus 22;
Mozart: Sinfonía Nº 29, en la mayor, K 201.
Cappella Istropolitana (Robert Maracek).
Siempre bajo la dirección artística de Dino Rawa-Jasinski, el jueves, en el ciclo de abono de Nuova Harmonia se presento en el Coliseo un conjunto de cámara de Bratislava que puso en evidencia óptimas cualidades en materia de ensamble y musicalidad. Cabe señalar de manera inicial que conducida por su concertino, Robert Maracek, el rasgo distintivo de la Cappella Istriopolitana es una sonoridad en las cuerdas (catorce sobre dieciocho de sus integrantes) de timbre global neto pero descarnado, descubierto, y color si se quiere seco y levemente ácido.
Excelente técnica
Al margen de ello, debe decirse que la agrupación eslovaca, creada en 1983, desde el costado técnico expuso impecable afinación, absoluto equilibrio de planos, destreza individual y colectiva (fue sobresaliente el soporte de los dos cellos, Peter Kiral y Martin Prievalsky). Un entendimiento casi intuitivo, unísonos y contrapuntos de elevada factura, ataques y acordes pletóricos, en síntesis, un mecanismo exactamente aceitado, se sumaron, por añadidura a un tañido de inusual transparencia, que hizo que el recorrido de cada una de las diferentes familias se oyera con preclara nitidez dentro del marco de la sonoridad grupal.
El inicio de la velada no fue brillante, porque se ejecutó una obra desde ya intrascendente de Joseph Martin Kraus, compositor germano fallecido en 1792. Pero a partir de allí, en el Concierto para cuerdas, de Nino Rota (1911-1979), el organismo visitante destacó su calidad interpretativa, compenetración estilística y vitalidad, a lo largo de un trabajo de acusado interés debido a la originalidad de sus conjugaciones armónicas y melódicas. En esta dirección, tanto el “scherzo” como el “finale”, con su rítmica fenomenal y sus trazos irónicos, definidamente expresionistas, fueron de primer nivel, al igual que los giros espectrales de los otros dos movimientos.
Un Mozart de gran factura
En la segunda parte, la conocida Serenata para cuerdas, opus 22, de Dvorák, fue objeto de una versión de armoniosas interrelaciones, poblada de sabios claroscuros y refinadas cadencias, en un contexto dinámico de muy flexible desarrollo dentro de parámetros premoldeados. El vals, por lo demás, resultó traducido con fogosidad y finura, el “larghetto” desplegó un clima de ensueño y el “finale” mostró magnífico ímpetu métrico.
De todos modos, el punto más alto de la jornada lo marcó indiscutiblemente una bellísima obra de Mozart, su Sinfonía Nº 29, cuya “sensualidad de combinaciones”, según se lo ha dicho, se impone por sobre su impronta “haydiniana-elegante”.
Tiempos exactos, una visión estética de criteriosa fidelidad (esto no se estudia, se lo tiene por nacimiento), al igual que un elocuente manejo de los “forte-piano” y la esbeltez depurada de los diseños (los dos cornos hicieron oír notas de muy hermoso cuño), fueron todos elementos propios de un ente inscripto en la gran tradición musical centro-europea, que se desenvolvió con loable ajuste y concisión discursiva.
Carlos Ernesto Ure