HOMENAJE A CAGE EN EL COLÓN
Sábado 16 de Septiembre
Teatro Coón
Escribe Carlos Ure
Cage: Segmento I; Piazzato I; Sonatas e Interludios; Segmento II; Piazzato II; Experiences Nº 2; Aria.
Aki Takahashi, piano,
Joan La Barbara , voz.
Se cumple este mes el centenario del nacimiento de John Cage, que tuvo lugar en Los Ángeles (su muerte ocurrió en Nueva York en Agosto de 1992). Figura emblemática de la vanguardia musical del Siglo XX a través de una producción multifacética que exploró el espacio sonoro en infinitas dimensiones, el Colón evocó su creación a través de una exposición cinematográfica, un coloquio, un recital y finalmente un concierto maratónico, que se ofreció el sábado en su hall central.
Canto onomatopéyico
Con la colaboración de intérpretes varios (violín, percusión, conjunto instrumental), la velada se extendió por más de cuatro horas durante las cuales el público se renovó de manera constante, y pasó revista a un amplio espectro de la inclasificable obra de Cage (canciones, construcciones, diversas piezas de cámara y orquestales).
La parte vocal le correspondió a Joan La Barbara , cancionista que usó micrófono y alternó frases espaciadas, suavemente entonadas o susurradas como en una letanía con diálogos grotescos u onomatopéyicos, en los que se entremezclaron eructos, remedos animales y humanos en una suerte de escrutinio de las amplias posibilidades de emisión de la garganta.
Sonatas e interludios
Ejecutante reconocida en la especialidad, Aki Takahashi alcanzó un punto muy alto en esta jornada con la traducción de las Sonatas (dieciséis) e Interludios (cuatro), que el autor de las “Európeras” escribió entre 1946 y 1948 y Maro Ajemian estrenó en 1949.
Verdadera piedra de toque en el universo de Cage, se trata de una pieza única, de más de una hora de duración, en la que en un contexto de notas y silencios, de un lenguaje de células por lo general breves y reiteradas armónica y tímbricamente, enriquecido en su promedio con desarrollos más amplios, predomina un sentido de invariable serenidad, de calma desestructurada (propia de la filosofía oriental), que en algún instante puede llegar a resultar exasperante.
Utilizando un piano solo preparado (con pernos, tornillos, tuercas, goma), Takahashi brilló por su extraordinario poder de concentración intelectiva frente a la aridez de la partitura (una abstrusa, dilatada divagación). Pero al margen de ello, usando como corresponde al teclado con sentido percutido o pellizcado, obtuvo sones de insólitas reverberaciones colorísticas y de armónicos, entremezclados con el metal natural de otros sectores de su instrumento. Ecos electrónicos, acampanados o estirados, secos o de parche, todo como si se tratara de un poderoso y cromático, sorprendente vibráfono, se insertaron en resumen en una ejecución de inalterado equilibrio y decantada pureza expresiva.
Carlos Ernesto Ure