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En la apertura del ciclo de Nuova Harmonia

 


LA SINFÓNICA DE LITUANIA, PASIÓN Y CALIDAD

 

Teatro Coliseo

Lunes 22 de Abril de 2013

 

Escribe: Carlos Ure

 

 

Strauss: Obertura de la opereta “”El Murciélago”;

Gershwin: Concierto en fa mayor, para piano y orquesta;

Brahms: Sinfonía Nº 4, en mi menor, opus 98.

 

Xiavin Wang, piano

Orquesta Sinfónica Nacional de Lituania (Vladimir Lande). El lunes 22, en el teatro Coliseo

 

Nuova Harmonia inauguró el lunes su temporada de abono con un concierto decididamente interesante. Se presentó en la ocasión en el teatro Coliseo la Orquesta Sinfónica Nacional de Lituania, organismo fundado en 1940 en un momento de intensa crisis, en plena guerra mundial (¿habrá que tomar ejemplo?), y su labor, seria, aplicada, empapada de vitalidad, exhibió en todo momento tensión, categoría y solidez.


 Pianista efusiva
Conducida por Vladimir Lande, maestro de actuación principal en San Petersburgo, la agrupación visitante dio comienzo a la velada con una espléndida traducción de la célebre obertura de “El Murciélago”, de Johann Strauss hijo, fragmento a partir de cuyos primeros acordes quedaron nítidamente expuestos los rasgos que la distinguen. Calidad pareja en las distintas familias, sonido brillante, seductor timbre global, pletórico de armónicos, así como también impecable disciplina y elocuente convicción en todas las páginas abordadas, fueron en efecto características inalterables a lo largo de la noche y del recorrido de un programa singularmente ecléctico.


El trabajo del “rey del vals” fue seguido por otro muy disímil, el Concierto en fa mayor, de George Gershwin, pieza que después de cerca de un siglo de su estreno se oyó algo pasada de moda (sobre todo orquestalmente), casi como si fuera un mero “divertissement” con dificultades mecánicas de ejecución para el solista.


Tanto el conjunto como la pianista Xiayin Wang (formada en Shanghai y en la Manhattan School of Music) pusieron en evidencia en esta parte un enfoque conceptual unificado, definido por un ímpetu arrasador y sin concesiones. Bajo este prisma, la entidad sinfónica tuvo por momentos un volumen excesivo, y la tecladista, cuya destreza técnica pareció decididamente de rango superior, se deslizó casi siempre con rotunda grandilocuencia por los giros jazzísticos, rapsódicos y sincopados del autor de “Porgy and Bess”, sus estructuradas cadencias, silencios y martilleantes “ostinati”.  


Brahms
En la segunda sección la entidad lituana encaró la última Sinfonía de Johannes Brahms, y lo hizo con ponderable cohesión. Sin perjuicio de la faena homogénea y muy bien equilibrada de sus diversos sectores, se destacó en esta obra la sedosidad de los cornos, la afinación impecable de las flautas, la cristalina diafanidad de los timbales (en la zona sobreaguda los violines se escucharon con parciales rispideces), al igual que un pizzicato penetrante y claro. .


Pero además de ello, Lande plasmó una traducción de este gran trabajo de esbelta pero acotada fluidez de fraseo, excelentemente balanceada y articulada, vigorosa, pletórica de fuego, que se desenvolvió en un todo (y esto fue fundamental) dentro de los cánones dinámicos de la mejor tradición interpretativa europea.

 


Carlos Ernesto Ure