En el Colón, el ciclo de abono de la Filarmónica
Chopin y Stravinsky en un concierto irregular
Teatro Colón
Jueves 16 de Mayo de 2013
Escribe: Carlos Ure (La Prensa)
Chopin: Concierto Nº 1, para piano y orquesta, en mi menor, opus 11;
Stravinsky: La Consagración de la Primavera.
Iván Rutkauskas, piano
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (Enrique Arturo Diemecke).
Sorprendió por más de un motivo el concierto que la Filarmónica ofreció el jueves en el Colón, bajo la conducción de su titular, Enrique Arturo Diemecke. Porque por un lado, el solista, conocido por sus promisorios antecedentes, no estuvo a la altura de lo que se podía esperar, al tiempo que la orquesta, en el abordaje de una obra de tremendas exigencias, superó ampliamente las dubitativas opiniones previas (no olvidemos que el mismo trabajo de Stravinsky había sido ejecutado por Dudamel hace menos de dos meses, en el mismo escenario).
Chopin
Dejemos de lado los cuestionamientos de que ha sido objeto el Primer Concierto para piano y orquesta que escribió Chopin (en realidad, se trata cronológicamente del segundo), “débil, monótono, poco inspirado” (otros hablan en cambio de “la pureza del canto, la belleza del nocturno, el brillo del capricho”), para señalar que Iván Rutkauskas puso en evidencia en su traducción esbelta agilidad y digitación de exquisita transparencia, así como también impecable técnica y atildado sentido del matiz.
Pero paralelamente con ello el discípulo de Antonio De Raco, aparte de exponer limitado volumen, enfocó la pieza con un concepto predominante de almibarado romanticismo, que lo llevó a atenuar las efusiones, manejarse casi siempre dentro de sonidos tenues y recurrir casi como cartabón interpretativo esencial a los pianos y pianíssimos. Todo ello, en definitiva, hizo que su discurso, de síncopas y arpegios desvaídos y despojado de convicción y calidez colorística, se tornara uniforme, indiferenciado, si se quiere tedioso.
Desde el podio, el maestro mejicano lo acompaño con encomiable inteligencia y noción del equilibrio, rebajando con mucha prudencia la resonancia de la masa a su cargo a efectos de no cubrir para nada el lenguaje del teclado.
Stravinsky
La segunda porción de la velada (sexta del abono de la Filarmónica ) estuvo dedicada a “ La Consagración de la Primavera ” en calidad de homenaje al centenario de su estreno. Ajustado con precisión en ataques y acordes conclusivos de frases y períodos, muy parejo en el rendimiento y concentración de todas sus filas, el conjunto orquestal respondió por cierto a este verdadero desafío con elevada categoría.
Por su lado, Diemecke (que concertó sin batuta y sin partitura) cumplió decididamente una de sus mejores labores en nuestro medio. Su versión, plagada de giros envolventes, mostró claridad temática y un hilo conductor de sólido concepto, y pareció verdaderamente brillante tanto en la prolijidad tímbrica de sus trozos arcaizantes como en la embriaguez cromática, siempre absolutamente controlada, de sus fragmentos de mayor opulencia (¿el primitivismo de la naturaleza en estado puro?). Seguro en los contrastes, vibrante en una rítmica poderosa y asimétrica, comunicativo, dominador de todo ese verdadero océano de notas, el conductor azteca impuso en la ocasión con amplia solvencia criterio, disciplina y elocuencia artística.
Carlos Ernesto Ure