En el Colón, en el ciclo de Festivales Musicales
Lavandera, Beethoven y Piazzola
Teatro Colón
Lunes 24 de Junio
Escribe: Carlos Ernesto Ure (La Prensa)
Beethoven:
- Sonata Nº 8, en do menor, opus 13, “Patética”
- Sonata Nº 21, en do mayor, opus 53, “Waldstein”
Stockhausen: “Klavierstück IX”:
Wagner-Liszt: Obertura de “Tannhäuser”
Piazzolla: “Adiós Nonino” y “Libertango”.
Horacio Lavandera, piano.
Como bien se lo puede imaginar frente a un programa de páginas tan absolutamente disímiles, el recital que ofreció Horacio Lavandera el lunes en el Colón exhibió variadas aristas. Serio y estudioso (tocó todo de memoria), dueño de un bagaje técnico de notable base, ágil, pulcro, nuestro compatriota consagró la primera parte de la función (tercera de abono de Festivales Musicales) a dos trabajos de Beethoven, autor con el que no parece sintonizar plenamente, al menos a esta altura de su vida (veintiocho años).
¿Y el fraseo?
Es que sin perjuicio de su pulsación flexible, su toque elocuente, seguro y su precisa digitación, el ex niño precoz abordó la “Patética” con lenguaje en general muy veloz, si se quiere epidérmico en sus tensiones lineales. Fue notoria en esta pieza la carencia de un fraseo de mayor hondura, el desarrollo de un discurso conformado por pausas y matices expresivos, respiraciones, aleteos, búsqueda de acentos (cabe apuntar además que alguna octava central se oyó excesivamente rimbombante). Herbert Read habla de los artistas que reducen la regla de oro a una ecuación matemática, pero deja aclarado que no es posible establecer una comunicación armoniosa sino mediante el flujo del espíritu en la materia.
Ello no obstante, la traducción de la compleja Sonata que el genio de Bonn le dedicó al conde Ferdinand von Waldstein, con su fantasía, sus modulaciones, su depurado halo de misterio, lució seguidamente mecanismo brillante y magnífica dinámica (salvo en el adagio, desplegado en forma muy tediosa), “ostinati” y “martellati” diáfanos, complexión de acabado cromatismo.
¿Tango académico?
En la segunda porción de la velada Lavandera encaró una composición de Stockhausen (1961) que no pasa de ser una divagación experimental en el espacio sonoro, en la que el piano (con sus mordentes, sus “rubati”, sus pequeñas células y unas atrayentes variaciones en el extremo agudo) aparece utilizado con sentido colorístico-percutivo, luego de lo cual le tocó el turno a la obertura de “Tannhäuser”, en transcripción-paráfrasis de Franz Liszt.
Al igual que la “Waldstein”, creación para virtuosos (Liszt, como se sabe, lo era), su ejecución es sin duda ardua y dificultosa, lo que se percibe sin inconvenientes en la medida en que se advierta que la suntuosa orquesta wagneriana se ve encerrada (toda) en las octavas del teclado. Sin perjuicio de algún instante turbulento y de la pérdida de “pathos” melódico y de inflexiones expresivas, el artista argentino mostró en esta versión temperamento e intensa musicalidad, perfecto trabajo de ambas manos en su ardua sincronización dinámica y grata plasticidad, en un contexto no exento de cierta enjundiosa solemnidad.
Ya en el final, y en otro recodo de las idas y vueltas de la noche, Lavandera produjo una versión de “Adiós Nonino” de demasiados adornos y poco sentimiento, y encaró después “Libertango”, también de Astor Piazzolla, en un marco de concisa rítmica y vibrantes texturas, consumados módulos y encendidos trazos de canto y contracanto.