LA ORQUESTA DEL CONCERTGEBOUW, MUSICALIDAD SUPERLATIVA
Teatro Colón
Viernes 28 de Junio de 2013
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Wagenaar: Obertura “La fierecilla domada”, opus 25
Rachmaninoff: Rapsodia sobre un tema de Paganini, opus 43
Tchaikovsky: Sinfonía Nº 5, en mi menor, opus 64.
Denis Matsuev, piano
Orquesta Real del Concertgebouw (Mariss Jansons). El viernes 28, en el teatro Colón
De nuevo en nuestro medio (sus anteriores apariciones fueron en 1971 y 1985), la actuación de la Orquesta del Concertgebouw constituyó sin duda un verdadero acontecimiento en la temporada musical argentina. Es que la Sinfónica Real Holandesa, que se presentó el viernes en el Colón bajo la conducción de Mariss Jansons, cumplió una labor decididamente deslumbrante debido a su disciplina y ajuste, llevados a nivel de cuasi perfección, pero también por su extraordinaria musicalidad, su modelo interpretativo (lució como si se tratara de un único y gran instrumento), la pureza y belleza de su sonido.
Pianista notable
La jornada, sexta de la serie de abono del Mozarteum, se inició con una obertura de 1909 del compositor neerlandés Johan Wagenaar, pieza agradable, consonante, melódica y de trazos exultantes, vertida con esmero y transparente articulación por nuestros visitantes, la que fue seguida por una de las obras más populares de Rachmaninov. Muy difundidas en Europa y sobre todo en los Estados Unidos, sus veinticuatro variaciones sobre el Capricho opus 1 de Paganini (1931) contaron en la ocasión con el concurso de un solista de alta talla.
De soberbio, extrovertido pero preciso temperamento musical, Denis Matsuev puso en evidencia en la traducción del que vendría a ser el quinto y último concierto para piano y orquesta de su autor (según se lo ha dicho) excepcional nitidez en la digitación, atrapante sentido rítmico, absoluta seguridad de cabo a rabo, y paralelamente con ello y ante la sorpresa de más de uno, una exquisita línea lírica en la Variación N º 18, la que habla del ensueño del amor (tuvo también sutil liviandad en los pasos “scherzo”). Firme, terso, pulcro en el despliegue de un abanico plástico de rotundas reverberaciones, el pianista ruso, acompañado por la orquesta con brillante fluidez y concepto compartido en un trabajo difícil por su multiplicidad de facetas, se mostró realmente como músico de muy categorizado rango (ante la insistencia de un público que colmó totalmente las instalaciones del recinto, debió ofrecer incluso dos bises).
Tchaicovsky, magistral
Como si todo esto fuera poco, en la segunda sección de la velada el conjunto de Amsterdam ejecutó la Quinta , de Tchaicovsky, con un nervio vital realmente antológico. Cabe destacar por un lado la solidez de cellos y contrabajos, el poderío envolvente, sedoso, esmaltado de la cuerda alta, así como también la redondez de clarinetes y fagotes, la proyección acampanada de los bronces y unos timbales de impecable regulación sonora, todo en un contexto de excepcional equilibrio y limpieza, acordes de transparente cromatismo y desarrollos melódicos de refinada y tocante expansión.
Pero aparte de ello, debe decirse que recién ingresado en la séptima década de su existencia, el maestro letón, discípulo Swarowsky y de Karajan, se mostró en la plenitud de su magnífico talento. Su interpretación de esta creación angular del repertorio sinfónico universal, en efecto, alcanzó un grado superlativo, tanto en el fraseo como en el manejo de un hilo conductor absolutamente envolvente, de muy dúctil y potente intensidad y acabado dominio de la partitura. Con discurso pleno de tensiones y distensiones, impactantes “rubati”, “rallentandi”, claroscuros, matices y también “crescendi”, pausas y silencios desplegados en un arco dinámico de superior elaboración, la labor de Jansons fue por cierto de un vuelo no común en el ambiente local.