Adiós a Roberto Oswald
La partida de una estrella
14 de julio de 2013
Al igual que la magia que pretendíamos encontrar detrás del brillo de las estrellas durante la niñez, siempre esperábamos la apertura del telón, para ver de qué nueva manera nos iba a maravillar la puesta en escena de una producción de Roberto Oswald. En su dupla con Aníbal Lápiz, siempre fue símbolo de creatividad, profesionalismo y deleite.
No es la intención que este artículo sea una mera biografía que se puede encontrar en muchos sitios de Internet o programas de mano de teatros, como el Colón o el Argentino de La Plata. Sin embargo, no se se puede dejar de decir que inició su actividad en el Teatro Colón, en 1962, cuando montó los decorados para Pélleas et Mélisande, de Debussy. En 1972 comenzó a trabajar en conjunto con el vestuarista Aníbal Lápiz y se desempeñó como escenógrafo e iluminador y en 1979, finalmente, sumó su labor como regisséur. Ambos recibieron múltiples distinciones por sus trabajos no sólo en nuestro país, sino también en el exterior, donde realizaron muchos trabajos de gran trascendencia. La Asociación de Críticos Musicales de la Argentina los ha distinguido en varias ocasiones, así como también la Asociación Verdiana y la Fundación Konex, entre otros. Roberto Oswald también fue declarado ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Además, cumplió funciones institucionales en el Teatro Colón, tales como las de Director Técnico (1964-71, 2008), Productor Escenográfico (1977-80) y Director de Producción Visual (1989-92). En medio siglo de trabajo realizó más de 140 escenografías para ópera y ballet, entre ellas, cuatro Tetralogías en Buenos Aires, Dallas y Santiago y montó alrededor de 80 óperas a través del mundo. Sus últimos trabajos para el Teatro Colón fueron las direcciones escénicas de Falstaff y Lohengrin y el diseño de iluminación de La bella durmiente del bosque y El corsario para el Ballet Estable, este último fue luego montado en la Metropolitan Opera de Nueva York, adonde llegó por primera vez una producción integral del Teatro Colón.
Pero la pregunta sigue siendo, en qué se diferencian las puestas de Oswald – Lápiz del resto? Cómo logran esa magia tan especial?
En primer lugar y sin duda alguna, en un estricto respeto por el compositor y el libretista, un estudio cuidadoso y un conocimiento musical, estilista y técnico que no se encuentra en muchos de los responsables de las producciones escénicas de la actualidad. Además, en ellas se puede ver una realización minuciosa de cada uno de los elementos utilizados. A eso se le debe sumar el buen gusto y un exquisito refinamiento. Y por detrás de lo etéreo o descarnado, según fueren las exigencias de la obra, se ve una disciplina férrea, alto grado de profesionalismo y dedicación y una severa exigencia, especialmente hacia si mismo. Estos elementos sumados a una inventiva superior, son los que permiten que las puestas sean creativas, sin necesidad de recurrir a efectos que distorsionen su esencia. El resultado siempre fue la excelencia y un público que los sigue y que ante producciones de dudosa jerarquía, los añora recordando “aquella puesta de Oswald y Lápiz” que vieron alguna vez.
Vaya al Maestro Oswald, ésta, mi última crónica de su obra, como homenaje y agradecimiento por tanta entrega y tantas horas de fascinación que él nos dio.
Sin duda Roberto Oswald fue una estrella que partió pero que nunca se apagará. Su brillo y los destellos de su grandeza quedarán siempre en nuestras retinas y en nuestras almas.