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Karita Mattila en el ciclo de abono del Mozarteum   

UN RECITAL INCLASIFICABLE  

lunes 29 de Julio de 2013

Teatro Colón

 

Escribe: Carlos Ure (La Prensa)

 

 

Brahms: Mi amor es verde como el arbusto de lilas, Canción de cuna, Serenata inútil y
Del amor eterno

Duparc: Canción triste, Al país donde se hace la guerra y Phidylé

Puccini: “Sola, perduta, abbandonata”, de “Manon Lescaut”

 Sibelius: Al atardecer, La primavera se apresura a marcharse y La joven que retorna del encuentro con su amor

Dvořák: Canción a la luna, de “Rusalka” y Canciones gitanas, opus 55.

 

Martin Katz, piano

Karita Mattila, soprano. El lunes 29, en el teatro Colón

 

Karita Mattila volvió a presentarse en el Colón después de dieciocho años (“Simone Boccanegra”, 1995), en séptima función de abono de la temporada del Mozarteum, y su recital del lunes, de muestrario innecesariamente ecléctico, ofreció desde ya avatares bien diversos en orden a logros y calidad.

 

Brahms

 

En efecto; la sesión se inauguró con cuatro bellos “lieder” de Brahms, en cuyo transcurso la soprano finlandesa puso en evidencia excelente dicción, estilo y  cautivante convicción, y también un órgano de atractivo color y material.

 

Ello no obstante en la última de esas canciones (“Von ewiger Liebe”) comenzó a hacerse notar un dilatado “vibrato” (¿fatiga?), potenciado luego con mayor intensidad en tres números pertenecientes a Henri Duparc, abordados con ostensible uniformidad, notorio desapego estético y lenguaje virtualmente ininteligible.

 

La cosa empeoró con “Sola, perduta, abbandonatsa”, de “Manon Lescaut”, de Puccini (un llamativo error de elección), fragmento que la valkyria nórdica tradujo con fuerte temperamento pero con un caleidoscopio de notas ondulantes, entubadas, más abiertas, apretadas o de mejor colocación, esto es con unas irregularidades de emisión que permitieron verificar que a esta altura de su recorrido no se encuentra en condiciones de encarar el repertorio verista.

 

Dvorák

 

Alumna de Vera Rozsa en Londres, nuestra visitante cuenta con una trayectoria internacional de más de treinta años, que la llevó a los escenarios más importantes del mundo. Se trata, sin duda, de una cantante ampliamente conocida, distinguida y de calidad, en tránsito por una etapa un tanto crepuscular de su carrera, cuya actuación en la segunda sección de la velada de la calle Libertad ofreció contornos de mejor legitimidad y llegada.

 

De menor compromiso vocal, las tres Canciones de su coterráneo Jean Sibelius fueron interpretadas con esmaltado fuego, apreciable volumen y lenguaje dulce y comunicativo. Después y siempre con el acompañamiento tan pulcro como simple del pianista Martin Katz, Karita Mattila se deslizó en la última parte de la noche hacia el catálogo de Antonín Dvorák.

 

La Canción a la Luna, de la ópera “Rusalka” (que se está representando hoy en día por todos lados) mostró fraseo medido pero elocuente y depurada línea. A continuación, en las Canciones Gitanas opus 55, tal vez más adecuadas a sus perspectivas corrientes, la artista finesa se manejó con gracia y un discurso flexible y penetrante, poblado de exquisitos giros rapsódicos y rítmicos, chispeantes síncopas y descriptivos aunque sobrios movimientos escénicos.     

 

                                                                       Carlos Ernesto Ure