Las Bodas de Fígaro
UN MOZART SIN RELIEVE EN EL COLÓN
Teatro Colón
Martes 13 de Agosto de 2013
Escribe: Carlos Ure (La Prensa)
Opera en cuatro actos, con libro de Lorenzo Daponte, y música de Wolfgang Amadeus Mozart.
Con Mathias Hausmann, Maija Kovalevska, Erwin Schrott, Julia Novikova, Serena Malfi, Luis Gaeta, Guadalupe Barrientos, Sergio Spina, Gabriel Centeno, Oriana Favaro y Emiliano Bulacios.
Iluminación de Vladi Spigarolo
Eescenografía de Davide Livermore
Vvestuario de Mariana Fracasso
Régie de Livermore y Alfonso Antoniozzi.
Coro (Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Roberto Paternostro).
¿Qué pasó? La versión de “Las Bodas de Fígaro” que se ofreció el martes en el Colón, en quinta función de gran abono de la temporada lírica oficial, según la consabida terminología italiana resultó verdaderamente un fiasco. Y fue decepcionante fundamentalmente debido a la irrelevancia manifiesta de casi todos los que tomaron parte en ella, comenzando por Roberto Paternostro, maestro cuyos trazos planos y gruesos (¡en Mozart!) lo convirtieron en factor básico, determinante del sello de toda la representación.
¿No se frasea?
Sin perjuicio del impecable cometido del clavecinista César Bustamante, y dejando de lado la mediocre performance de la orquesta estable (plagada de desajustes, desafinaciones en las maderas y derrapes en la cuerda alta) y la anodina y desincronizada faena del coro (con muchas voces nuevas), en el elenco de solistas vocales el barítono Mathias Hausmann (Conde), cantante de buenas condiciones técnicas, aparentó cierto desinterés interpretativo por su papel, en cuya superficial traducción careció de las más mínimas inflexiones de fraseo (todo fue insanablemente igual). Tampoco tuvo expansión sonora, al igual que Erwin Schrott (Fígaro), cuyo centro y pasaje por momentos opacos, destimbrados, pese a énfasis estentóreos en las notas altas subsiguientes, incidieron en la falta de conformación de un espectro redondo, esmaltado, rectamente acentuado.
En el sector femenino, Guadalupe Barrientos (Marcellina) hizo oír un metal pujante; la soprano Maija Kovalevska (Condesa) se manejó con distinguida línea en “Porgi, amor” pero su desempeño se vio desvirtuado por la irregularidad permanente de la emisión (¿cubierta, descubierta?) en todo el resto de la ópera, al tiempo que su colega Julia Novikova (Susanna), en los fragmentos en que se la pudo escuchar no lució cualidades demasiado atrayentes, salvo en el andantino “Deh, vieni non tardar” que vertió con esmerada delicadeza. Por último, Serena Malfi (Cherubino), sin desmedro de su bello color, encaró el lenguaje mozartiano más o menos como si se tratara de Puccini.
Se cayó el telón
Rasgo saliente de esta edición fue asimismo su falta de uniformidad estilística (obviamente que el concertador, encargado de imponer un temperamento artístico global, no estaba en condiciones de hacerlo). Pero aparte de ello, la chatura no se exteriorizó sólo en el costado musical, sino también en los aspectos visuales de esta entrega de “Le Nozze di Figaro”.
Concebida por los italianos Davide Livermore y Alfonso Antoniozzi, la puesta (que contó con vestuario muy bonito diseñado por Mariana Fracasso) se vio realista, ubicada en las cercanías de la “belle époque), y se basó en un escenario agradable, de líneas quebradas, repetido exactamente igual a lo largo de los cuatro actos (tanto fuera para cuadros interiores como para el esbelto jardín de la última parte). Caracterizada por proyecciones laterales de video (poco logradas en ciertas imágenes de elocuencia y aceleraciones incompatibles con el discurso musical), quizás el elemento más negativo de esta “mise-en-scène” estuvo constituido por la ausencia de una acción divertida, de mayor gracia y dinamismo.
Muchos espectadores se fueron en el transcurso de los actos tercero y cuarto (¡ya era demasiado!). Pero para colmo de males, en el inicio de este último una de las mitades del telón se cayó cuando comenzaba a levantarse, de modo que durante buena parte de su desarrollo (luego se trató de atraer el cortinado hacia el costado, como se pudo) la acción tuvo que desplegarse sólo en medio tablado, que ocultó dicho sea de paso a una vieja esperpéntica cuya presencia en el tinglado nunca quedó muy clara.
Carlos Ernesto Ure