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Con Pedro Ignacio Calderón y el Coro Polifónico

ATRAYENTE CONCIERTO DE LA SINFÓNICA NACIONAL

Viernes 23 de 2013

Auditorio de Belgrano

 

Escribe Carlos Ure (La Prensa)

 

 

Haydn: Sinfonía Nº 96, en re mayor, “El Milagro”

Brahms: Canto de las Parcas, opus 89

Schubert: Sinfonía Nº 9, en do mayor, “La Grande”, D 944.

 

Coro Polifónico Nacional (Darío Marchese)

Orquesta Sinfónica Nacional (Pedro Ignacio Calderón).

 

El Coro actuó vestido de calle, en protesta por reclamos salariales irresueltos, y a modo de programa se entregó una minúscula hojita. Ello en tiempos en que los dineros públicos vienen y van, mas no justamente a la cultura. Pero dejando de lado estos detalles, lo cierto es que el concierto que la Sinfónica Nacional ofreció el viernes en el Auditorio de Belgrano, consagrado por entero a la música austro-alemana, tuvo vuelo y solidez y alcanzó decididamente calificado relieve.


Brahms y las parcas


Siempre con la solvente conducción de Pedro Ignacio Calderón, la velada se inició con una de las Sinfonías “Salomon” o “Londinenses”, de Haydn (la Nº 96), denominada “El Milagro” porque en ocasión de su estreno, según se cuenta, se desplomó la araña de la sala y nadie se hizo nada. En su traducción, ágil, elocuente, bien acentuada (aunque con algún trazo un tanto recargado), en la que tuvo importante participación el oboísta Andrés Spiller, la orquesta puso en evidencia ajuste y claridad de articulación, elegancia en el “andante” e impecable sentido del ensamble.


Le tocó luego el turno a una obra sinfónico-coral de gran belleza aunque de infrecuente audición. Integrante de la llamada “trilogía neoclásica o helenística”, de Brahms (las otras dos cantatas son “Canto del Destino” y “Nänie”), “Canto de las Parcas” (“Gesang der Parzen”), con texto de Goethe, fue objeto de una versión muy compacta (en el sentido más positivo del término), dramática, de profunda intensidad y armonioso desarrollo. En cuanto al Coro Polifónico Nacional, preparado por Darío Marchese, cabe apuntar que su tarea fue dúctil y aplicada (sobresalieron las bonitas cuerdas de tenores y sopranos), muy afinada y segura, lo que permitió que este gran organismo sorteara sin mayores dificultades los arduos fragmentos a seis voces canónicos o fugados.


El plato fuerte


Sin embargo, y como en una peripecia ascendente, fue en la segunda sección de la noche donde Calderón desplegó sus mejores dotes, bagaje que lo ubica sin duda en el primer puesto en el país en materia sinfónica. Es que en la ejecución de “La Grande”, de Schubert, ese “monumento de la música del Siglo XIX”, el maestro entrerriano cumplió una labor descollante, no sólo por su absoluto dominio de la partitura y de sus dirigidos, sino fundamentalmente porque le imprimió a su edición, sin la más mínima caída, una tensión magníficamente sostenida de cabo a rabo.


Con fraseo vigoroso y discurso fluido, gradaciones flexibles e inflexiones de alta escuela, los cellos y contrabajos se oyeron con sedosa concisión en la marcha del “andante con moto”, los violines esbeltos en el “scherzo”, los trombones redondos, el balance global muy bien equilibrado (con la sola excepción de unos timbales por demás resonantes). En síntesis: con genuinas cadencias vienesas, se logró en verdad un momento artístico preciso en sus bases métricas, de gran riqueza y calidad, conceptualmente ubicado por el director en una zona intermedia entre el postrer clasicismo y un incipiente neoromanticismo. 

                                                                              Carlos Ernesto Ure