"Caligula" en la apertura del Colón
Una Opera sobre la locura
Teatro Colón
Martes 1ero de Abril de 2014
Escribe: Carlos Ure
Fotografías: Máximo Parpagnoli
“Calígula” ópera en cuatro actos,
libro de Hans-Ulrich Treichel
música de Detlev Glanert.
Con Peter Coleman-Wright, Yvonne Howard, Martin Wölfel, Héctor Guedes, Jurgita Adamonyté, Fernando Chalabe, Víctor Torres y Marisú Pavón.
Iluminación de Jon Clark
Escenografía de Ralph Myer
Vestuario de Alice Babidge
“Régie” de Benedict Andrews.
Coro (Miguel Martínez)
Orquesta Estables del Teatro Colón (Ira Levin).
El Colón inauguró el martes su temporada lírica oficial con una ópera de un compositor virtualmente desconocido en nuestro medio. Estrenada en Frankfurt, en 2006 (con escaso suceso), “Calígula” se dio después en la English National Opera en 2012; ahora, su primera ejecución continental, en Buenos Aires, nos permite explicar las varias concausas de estas representaciones tan raleadas. Es meritoria la idea de innovar en materia de repertorio; pero existiendo tantísimos títulos que aún no llegaron a la sala de la calle Libertad, la selección, sin duda, debería efectuarse con mejor criterio.
Sólo estereotipos
En primer lugar, cabe detenerse en la endeblez del texto elaborado por Hans-Ulrich Treichel, una pieza larga y estereotipada acerca de las alucinaciones y desquicio mental de un ser demente. Por momentos paródica (se supone que lo contrario de lo que se pretendía), salmódica, acartonada, con personajes ambiguos y sin delinear (todos, incluido el pueblo), se trata de una acción carece sustancialmente de “verdad dramática”, lo que la despoja insanablemente de hilo conductor, de tensiones y sustancia teatral.
En cuanto a la música de Detlev Glanert (Hamburg, 1960), encorsetada desde ya por el libreto, consiste en una suerte de fluido “collage”, atonal pero nada agresivo, de lenguaje conservador-moderno, rítmicamente complejo, donde todo parece tener cabida: una rica orquestación, escritura vocal que fluctúa entre el soliloquio, el “sprechgesang” y los parlamentos e incluye por momentos líneas de muy buen manejo melódico, extensos silencios, comentarios bien ceñidos a la intriga. Los fragmentos corales son de refinado nivel y hay momentos de decantado lirismo (el terceto del segundo acto, la escena inicial del último), pero paralelamente con ello, casi todo el último acto, con el concurso de los poetas y el diálogo final entre el psicópata obsesivo y su esposa resultan de un alargamiento poco digerible (la función duró en total dos horas y media).
Puesta desubicada
A mayor abundamiento la producción comprada por el Colón contribuyó a desdibujar la propuesta, ya que al descontextualizar la acción de su ámbito natural, oscuro, opresivo del imperio romano y trasladarla a la época actual, la despojó de su marco creíble convirtiéndola simplemente en el relato de las manías y crueldades de un loco. Benedict Andrews fue el responsable de esta concepción equivocada, que lo obligó a acudir a elementos de cotillón o de un sarcasmo paródico (hubo algunas risas) para procurar diluirla; Jon Clark iluminó con criterio, Ralph Myers diseñó una escenografía siempre idéntica y poco funcional para los recovecos y meandros interiores de los personajes, mientras que el vestuario de Alice Babidge no llamó por cierto la atención para nada.
Preparado por Miguel Martínez, el Coro Estable cumplió un cometido de primer orden, al tiempo que el “versátil” Ira Levin condujo a la Orquesta de la casa, que mostró algunos deslices, por instantes con excesiva sonoridad y falta de claridad de planos, ello sin perjuicio de la seguridad de su batuta. En el cuadro de cantantes, los elementos locales, Víctor Torres (Mereia), Fernando Chalabe (Mucio), Marisú Pavón (Livia) y Héctor Guedes (Quereas), se manejaron con impecable precisión, al igual que el contratenor prusiano Martin Wölfel (Helicón) y la interesante mezzo lituana Jurgita Adamonyté (Escipión). Sin desmedro de sus bien estudiados papeles y sus efectivas inflexiones, Yvonne Howard (Caesonia) y el australiano Peter Coleman-Wright (Calígula, de inadecuado”physique-du-rôle”) mostraron en cambio voces débiles, de limitado caudal.
Carlos Ernesto Ure