Requiem de Giuseppe Verdi
Catedral de Mar del Plata
Martes 15 de Abril de 2014
Escribe: Eduardo Balestena
Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata
Dirigida por Emir Saúl
Solistas:
- Soledad de la Rosa, soprano
- María Eugenia Fuente, contralto
- Gustavo López Manzitti, Tenor
- Homero Pérez Miranda, bajo
Coral Carmina, dirigido por el maestro Horacio Lanci, codirigido por Jonás Ickert.
Iglesia Catedral
La Orquesta Sinfónica Municipal se presentó en la Catedral de Mar del Plata 15 de abril, bajo la dirección del maestro Emir Saúl, con la actuación solista de Soledad de la Rosa (soprano); María Eugenia Fuente (contralto) Gustavo López Manzitti (tenor); Homero Pérez Miranda (bajo), junto con el Coral Carmina, dirigido por el maestro Horacio Lanci. Fue interpretada, por primera vez en Mar del Plata, la Misa de Requiem (1874), de Giuseppe Verdi (1813-1901).
Una singular obra de gran riqueza
Horacio Lanci ha abordado (en la serie de programas de Un viaje al interior de la música) algunos aspectos de las obras religiosas de Verdi que resultan indicativos de una exploración musical permanente (vuelta hacia el presente y hacia el pasado). Testimonio de ello es este Requiem, concebido inicialmente, en 1868, como un homenaje a Rossini. De esa obra basal el compositor mantuvo el Libera me que, a la muerte del poeta, dramaturgo y escritor Alessandro Manzoni, decidió utilizar en un Requiem en honor de esta admirada figura del Risorgimento, que sería estrenado en Milán en 1874. Verdi asistía al estreno de Don Carlo, en París, donde comenzó a escribir el Requiem. Se dice que de respetarse la duración completa de la ópera el público de las afueras de París perdería el último tren, para lo cual debían suprimirse unos vente minutos. Lejos de desechar ese material, Verdi lo habría reelaborado como el Lacrimosa, para no perder la bellísima melodía que le da ese sentido de marcha. Concebida la línea de canto en la cuerda femenina pensando en María Waldman y Teresa Stolz, sus cantantes predilectas de entonces, en el Lux aeterna y el Liber Scriptus parece escucharse la voz de Amneris en el cuarto acto de Aída; tanto como en otro pasaje podemos apreciar (en la resolución del Dies Irae ) un motivo que recuerda el comienzo de la futura Otello, (correspondiente a la escena en que desde el puerto se ve peligrar su nave).
Aun con afinidades temáticas y expresivas con la ópera la concepción del Requiem resulta muy diferente, y establece exigencias propias en una obra cuya unidad, pese a las distintas fuentes, está dada por el uso de determinados elementos recurrentes (como el motivo del Ostias, presentado con otros elementos al principio; o los que podemos identificar con Aída).
Las exigencias de la expresión vocal
El rango expresivo se despliega entre los tutti, de gran intensidad (como el anterior al Lacrimosa) y una línea de canto serena, introspectiva y sutil, articulada ya en intervenciones solistas, como en el diálogo del cuarteto y la línea de este con relación al coro, que funciona a la manera del de la ópera, completando, dando relieve o subrayando esas líneas. Un ejemplo de lo primero es la desgarradora repetición de sálvame del Rex Tremendae hecha en todas las inflexiones posibles.
No obstante, el resultado final es algo muy diferente a la ópera: pasajes donde el sentido no es subjetivo del personaje sino una expresión de la experiencia humana –plasmada en la voz- ante el todo, es decir, una línea donde el detenimiento, el fraseo y la musicalidad prevalecen sobre el lucimiento y la belleza melódica. Igual que en el acto final de Aída, hay un sentido de final, pero uno que no significa conclusión sino el cambio hacia algo diferente.
Todo ello lleva a las voces por un rango muy amplio, con intervalos muy pronunciados en poco tiempo, en líneas permanentemente expuestas, no tanto por el volumen y la fuerza sino por la sutileza de un fraseo siempre lento y claramente perceptible por la musicalidad que requiere, y que en su perfecta continuidad es lo que confiere su propia continuidad a toda la obra.
Las voces solistas
La seguridad y soltura que evidenciaron los solistas les permitió moverse con fluidez en líneas relajadas y flexibles, dentro de la exigencia que les es requerida en el dominio de una técnica que les permitió una gran libertad expresiva tanto en los pasajes puramente solistas como en aquellos en que intervienen todas las voces.
Una vez más, Soledad de la Rosa, aun en pasajes como el Libera me, en que canta en medio del tutti orquestal y del coro, evidenció su potencia tanto como el color y el manejo de una voz que parece poder llegar a y permanecer en cualquier lugar sin dificultad alguna y sin flaquear en su fuerza expresiva en ninguna parte de su tesitura, con un absoluto sentido de unidad en la frase.
María Eugenia Fuente brindó un timbre sutil, delicado, de claridad, suavidad y espesor sonoro, con un fraseo que permitió sostener pasajes de tanta exigencia como el Liber scriptus (“el libro donde todo está escrito será revelado”) en donde el buen gusto en el discurso y el sentido de balance, musicalidad y fluidez son esenciales.
Gustavo López Miranda expuso su clara línea de tenor con absoluta seguridad y color expresivo en todo el registro, en números como el Ingemisco, (“mis pecados me hacen gemir”) condiciones que le permitieron sostener los agudos con absoluta firmeza, sin esfuerzo ni perdida de claridad.
Con un caudal diferente al de bajos que han abordado la obra, Homero Pérez Miranda confirió a los pasajes de la cuerda (como el Mors stupebit) una gran delicadeza en la articulación y sentido de una frase musical pulida, elegante, dúctil y equilibrada, con seguridad en todas las inflexiones de su registro.
A diferenciad de otras versiones donde todo es más “estático” hubo una relación de voces dada en sentido de fluidez e intensidad que confirió gran fuerza a una versión sin fisuras.
Coro y Orquesta
El Carmina evidenció una sólida preparación en todos los aspectos de una obra exigente, que requiere homogeneidad en los crescendos y decrescendos de una dinámica tan fluida como demandante en lugares con requerimientos muy distintos, como el Kyrie inicial o la fuga en el Libera Me. No hubo voces quese recortaran individualmente ni problemas de afinación o desajustes. Detrás de la orquesta, ante lo restringido de la audición por ejemplo de la cuerda, el coro depende mucho de las indicaciones del director. Hay momentos en que la voz no parece expandirse sino flotar (como en el descanso eterno del comienzo), en otros (como el Dies Irae o el Tuba Mirum) parece estallar.
Lo mismo es posible decir de la orquesta, que se mueve en un rango que va del delicado comienzo a los tuttti del Dias Irae o del Libera Me final. Lució con una cuerda pareja y sutil (por ejemplo en el motivo de respuesta a la frase inicial, que es una de las inflexiones más hermosas del Requiem), metales eficientes y clímax completamente homogéneos y articulados.
Hay momentos, como el recurrente pasaje del tutti que se presenta en el Dies Irae, o el Rex tremendae en que la fuerza de la música parecía atravesarlo todo con su intensidad.
Más allá de las incomodidades propias de la Catedral, que significan permanecer horas de pie en un lugar atestado, sin una adaptación siquiera mínima para albergar con un mínimo de comodidad a semejante cantidad de público, con programas de mano escasos y sin ninguna información sobre los solistas y el coro, pese a todo eso, perdura una performance absolutamente lograda, que permitió tanto evidenciar la belleza de la creación verdiana como el nivel artístico con el que fue interpretada.
Eduardo Balestena
http://www.d944musicasinfonica.blogspot.com