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El Barbero de Sevilla en el Colón

 

Una versión con dignidad artística


Miércoles, 30 de abril de 2014

Teatro Colón


Escribe: Graciela Morgenstern

Fotos: Máximo Parpagnoli

 

 

El Barbero de Sevilla, de Gioacchino Rossini.
Libreto: Cesare Sterbim.


Elenco: Mario Cassi, Carlo Lepore,  Marina Comparato, Juán Francisco Gatell, Marco Spotti, Patricia González, Fernando Grassi, Daniel Wendler, Cristian De Marco.


Coro Estable del Teatro Colón.
Director del coro: Miguel Martínez


Orquesta Estable del Teatro Colón.
Director de orquesta: Miguel Angel Gómez Martínez


Régie: Mauricio Wainrot
Escenografía y vestuario: Graciela Galán
Iluminación y proyecciones: Jorge Pastorino


El Barbero de Sevilla es seguramente, una de las óperas que han sido representadas más veces en sus largos años de existencia. Traducida o en italiano, alterada y desnaturalizada, o restituida por estudiosos, su música ha resistido el paso de los años y las modas. Rossini debió componerla en poco tiempo, por encargo del Duque Cesarini-Sforza. Confió entonces el libreto a Cesare Sterbini, quien utilizó para ello Le Barbier de Séville, de Beaumarchais. Basada en las populares obras della commedia dell’arte italiana, cuenta con sus personajes tradicionales: el padre-tutor, la pareja de jóvenes amantes, el viejo amigo del padre, todos participando de los embrollos creados por Fígaro, el barbero listo, cuya preocupación primordial es el dinero. El estreno de El Barbero de Sevilla tuvo lugar en el Teatro Torre Argentina de Roma, la noche del 20 de febrero de 1816. y fue un rotundo fracaso. En cambio, gustó enormemente el segundo día y fue uno de las éxitos más notables de Rossini.

 

A pesar de ser una delicada comedia con música elegante, es una de las óperas que más se resiente cuan­do le falta el aspecto teatral. Esta versión que ofreció el Teatro Colón se caracterizó por un elenco homogéneo, en el que todos colaboraron para lograr el buen resultado final. Mario Cassi en el rol protagónico, exhibió una voz de correcta capacidad sonora, flexibilidad y buena articulación del texto Es un Fígaro tradicional, capaz de ejecutar trinos y ornamentaciones y de expre­sar adecuadamente la astucia y socarronería del personaje. Su patrón, el Conde de Almaviva, en­contró en Juán Francisco Gatell, un cantante elegante, con liviandad y fluida es­pontaneidad. Hace buen manejo de su voz que, si bien no es de gran volumen, está bien timbrada y corre por la sala, tal como quedó demostrado en sus dos arias.

 

La Rosina de Marina Comparato fue ágil y chispeante, Astuta y apasionada. con tonos firmes, bello color en el registri medio y grave, sus agudos parecieron, en cambio, más destimbrados.  Además, tiene la ventaja que le da una buena figura, una sonrisa na­tural y modales graciosos.. Disputando su amor con el Conde, se encuentra el anciano tutor. Don Bartolo. Carlo Lepore dio a este personaje prestancia vocal y actoral. Fue muy exitoso, componiendo un Bartolo muy divertido y hábil, con tonos amplios. Además de su frecuente presencia en escena y su intervención en varios números de conjunto, tiene una extensa y difícil aria, “A un dottor”, que cantó con impecable articulación. Su canto y su ac­tuación causaron un impacto muy positivo. Su amigo, el inescrupuloso Don Basilio, fue interpretado por Marco Spotti. Hubiera sido deseable una voz de color más oscuro, aunque igualmente, cantó con prolijidad e imprimió un toque de humor al personaje. Patricia González fue una Berta correcta, con más condiciones actorales que vocales. En tanto, Fernando Grassi realizó una buena composición de Fiorello, al igual que Cristian De Marco como el Sargento. Los dos actores a cargo de los personajes mudos de Ambrogio, el sirviente de Bartolo, y el Notario, aportaron momentos graciosos. El Coro Estable , bajo la dirección de Miguel Martínez, realizó una buena si bien reducida actuación.

 

L.a batuta de Miguel Ángel Gómez Martinez construyó momentos de ten­sión climática. Los tiempos fueron correctos y mostró la típica chispa de la partitura, así como destacó los momentos de mayor lirismo.

 

La régie de Mauricio Wainrot, debutante en la puesta en escena de óperas, fue respetuosa del libreto y de la tradición, en términos generales. Los cambios fueron ágiles, ya que la obra estaba montada sobre el disco giratorio. Esto fue un acierto. El uso de coreo­grafía fue  excesivo durante el primer acto, incluyendo la obertura que se supone, es para escuchar, no para ver. En algu­nos momentos de esta primera parte, pareció más un ballet cantado que una ópera, con el agregado de la aparición de algunos personajes, como toreros, ángeles y un Cupido, que constituyeron un toque de cursilería más que un aporte al desarrollo de la obra. No faltó belleza al vestuario y la esceno­grafía de Graciela Galán, lo que se complementó con la buena iluminación de Jorge Pastorino, quien también estuvo a cargo de las proyecciones, que dieron un realce especial a la escena. Resumiendo, un trabajo cuidadoso que hechas las salvedades expresadas anteriormente, lograron un resultado visual muy positivo.

 

Aplausos entusiastas a todos los artistas intervinientes fueron el corolario a un trabajo en equipo evidentemente esmerado.  

 

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