En el Colón, en la temporada del Mozarteum
Beethoven y Brahms, Mitsuko Uchida y Mariss Jansons
Teatro Colón
Miércoles 7 de Mayo de 2014
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Beethoven: Concierto Nº 4 para piano y orquesta, en sol mayor, opus 58
Brahms: Sinfonía Nº 2, en re mayor, opus 73.
Mitsuko Uchida, piano
Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera (Mariss Jansons).
El miércoles tuvo lugar en el Colón la segunda función de abono del Mozarteum, y bien podría decirse que al margen de otros factores, se trató de una jornada de oposiciones. Oposición de temperamentos. Diversidad de afinaciones. Antítesis de conceptos.
En primer lugar, cabe apuntar que la manera reconcentrada de la pianista Mitsuko Uchida contrastó netamente con la extroversión del director Mariss Jansons. Aparte de esto, la afinación de la agrupación orquestal (la = 442) no coincidió exactamente con la del teclado, más baja debido a sus ajetreos (la solista se hizo transportar su propio Steinway, que después de las peripecias propias del viaje, arribó recién a la sala, en las condiciones que se pudo, al mediodía). Por último, y en materia conceptual, en lo referente a Beethoven, se planteó entre ambos artistas una clara dicotomía “heroicidad-antiheroicidad” que obviamente no podía tener adecuada compatibilidad.
Pianista de alto vuelo
Nacida en Tokyo y formada en Viena y en Londres, Mitsuko Uchida es una figura famosa y de luminoso vuelo. A los sesenta y seis años y sin ser rotunda su pulsación es de notable diafanidad, y su digitación poco menos que alada, al igual que su legato. Su dominio del instrumento, la exquisita cohesión del lenguaje, la maleabilidad de sus intensidades son asimismo de muy alta categoría. Sin embargo, en la traducción del celebérrimo Cuarto Concierto, de Beethoven, sorprendió verdaderamente su enfoque, ya que abordó esta incuestionable obra maestra (a contar de la cual el músico de Bonn apuntó a independizarse para siempre de las influencias de Mozart) con un sello manifiestamente ambiguo, que osciló entre un depurado clasicismo mozartiano y cierta almibarada impronta romántica. La construcción de su versión, en la que abundaron el ensimismamiento y una delicada plasticidad, pareció por cierto congruente: lo que no resultó comprensible, en cambio, es que estos vectores cardinales sean identificables con los meollos creativos del autor de la Novena.
Desde ya contenido en todas las intervenciones pianísticas, y mucho más suelto en cuanto pudo, el maestro letón produjo por su lado una exposición apasionada y de fraseo estilizado de esta pieza de arrebatadora belleza, estrenada en el teatro an der Wien en 1808.
Brahms, superior
En la segunda sección de la noche, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera pudo explayar su notable potencial sin cortapisas. La Segunda, de Brahms, fue ejecutada, en efecto, por un organismo de rigurosa disciplina, perfecto ajuste, impecables acordes (oscuros, densos, en la mejor tradición centroeuropea). Bronces acampanados, cellos transparentes, violines inusualmente diáfanos y flexibles (se destacaron en un trabajo de György Ligeti agregado como bis), todos ellos contribuyeron a plasmar un arquetipo brahmsiano verdaderamente modelo en materia dinámico-expresiva.
En cuanto a Mariss Jansons, distinguido por la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina como el mejor director de orquesta extranjero de la temporada 2013, en esta su sexta visita a nuestro país forjó una interpretación plena de vigor y de tensión. Equilibrado en la interacción de los planos, magnífico en el engarce natural de las diferentes gradaciones, articulado y acentuado con criterio, su discurso se desenvolvió con soltura y vibración, sin decaimientos. En este sentido, y sin ir más lejos, la vertebración del “allegretto-andantino” fue superlativa debido a la simbiosis de sus distintos pasos, y en el final, el “allegro con spirito” derramó fuerza y convicción a toda una sala desbordante de entusiasmo.
Carlos Ernesto Ure