“Réquiem para una monja” en el Colón
ESTRENO DE UNA OBRA LÍRICA DE AUTOR ARGENTINO
Teatro Colón
Martes 10 de Junio de 2014
Escribe: Carlos Ure
Fotos: Máximo Parpagnoli
“Réquiem”, ópera en un prólogo y dos actos, con libro de Matthew Jocelyn, y música de Oscar Strasnoy. Con Jennifer Holloway, Siphiwe McKenzie, James Johnson, Brett Polegato, Christian De Marco, Santiago Bürgi, Damián Ramírez y Mario De Salvo. Iluminación de Enrique Bordolini, escenografía de Anick La Bissonière y Eric Oliver Lacroix, vestuario de Aníbal Lápiz y “régie” de Matthew Jocelyn. Coro (Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Christian Baldini).
En calidad de estreno absoluto, el Colón presentó el martes una ambigua creación lírica en tercera función de gran abono de la temporada oficial. Sus autores afirman que “Réquiem” (“Réquiem para una monja”) es una ópera, pero lo cierto es que se trata en esencia de una pieza teatral de acción irregular y morosa, acompañada por un extenso y consistente comentario musical (dura cerca de dos horas).
El caso concreto es que la torturada novela de William Faulkner (1950), hoy un tanto trasnochada, no resiste su transcripción para el tinglado de prosa (la adaptación de Albert Camus fracasó en París, en 1956). Bien se puede imaginar entonces que su costado sonoro, ceñido tan estrictamente al texto re-elaborado por el canadiense Matthew Jocelyn, con sus tiempos tan dilatados y su lenidad dramática, no podía alcanzar desde luego demasiado vuelo, pese al notorio oficio del compositor.
Rica orquestación
Ello no obstante, puede afirmarse sin rodeos que la partitura de nuestro compatriota Oscar Strasnoy exhibe notable riqueza de orquestación, aparece manejada siempre con sabio sentido del equilibrio en sus múltiples planos y consigue diseñar por momentos climas sugestivos y bien logrados. En un marco de vaguedad e indefiniciones tonales para nada hirientes, y arquitectura destacada en sus colores tímbricos, que pasan a convertirse casi en sus valores cardinales, la fluidez del discurso se torna de todos modos un tanto monótona, ya que su adhesión incondicional a los contextos sicológicos de situaciones y personajes lo despoja de impulso propio y de espontaneidad.
Cabe añadir a ello un lenguaje reiterado y sin demasiadas variantes, de empalme continuo de silencios y acordes entrecortados, parlamentos, insinuaciones, pequeños giros melódicos apoyados en tenues acentos y multitud de clusters, a lo que se agregan líneas vocales propias del insustancial repertorio operístico estadounidense, para configurar una música, en verdad, de evidentes claroscuros.
La puesta y los cantantes
Debe señalarse decididamente que la puesta de “Réquiem” fue de primera categoría. Ingeniosa, concisa, de muy buen gusto, el mismo Jocelyn plasmó un excelente esquema de secuencias y marcación de actores y explotó al máximo el escaso dinamismo que permite la pieza. Enrique Bordolini iluminó a su vez con criterio, Aníbal Lápiz trazó un vestuario realmente impecable y Anick La Bissonière y Eric Olivier Lacroix fueron por su lado responsables de una escenografía meritoria debido a su funcionalidad y agradables perfiles estéticos.
En el foso, la orquesta estable se desempeñó de manera atildada, al tiempo que su director, el maestro marplatense Christian Baldini, ganador de un concurso juvenil en Salzburgo, abordó con precisión y seguridad una composición desde ya compleja. Preparado por Miguel Martínez, el coro de la casa tuvo permanentes y bellas intervenciones entonando los textos latinos de la Misa de Réquiem, sin perjuicio de algunos leves deslices en materia de afinación, medias voces y sincronización.
En cuanto a los cantantes, que necesitan ser óptimos actores, corresponde ponderar la correcta labor de Mario De salvo (Juez), Damián Ramírez (Carcelero) y Brett Polegato (Gowan). Pero los dos elementos más importantes de la noche fueron sin duda el barítono James Johnson (Gavin), por el carácter de sus inflexiones y registro, y la mezzo estadounidense Jennifer Holloway, excelente como comediante, dueña de una remarcable dicción inglesa y de un metal bonito, parejo y lozano.
Carlos Ernesto Ure