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En el Colón, con Barenboim como director de orquesta

 

MARTHA ARGERICH, UN TORRENTE MUSICAL

Teatro Colón

Domingo 3 de Agosto de 2014

 

Escribe: Carlos Ure

 

 

Mozart: Obertura de “Las Bodas de Fígaro”, K 492

Beethoven: Concierto Nº 1 para piano y orquesta,  en do mayor, opus 15

 

Ravel: Rapsodia española,  Alborada del gracioso,  Pavana para una infanta difunta y Bolero.

 

Martha Argerich, piano y Orquesta West-Eastern Divan (Daniel Barenboim).

 

En el comienzo de una semana movida, que los tendrá como protagonistas, Martha Argerich (73) y Daniel Barenboim (71) se presentaron el domingo en el Colón, ante una concurrencia desbordante y devota. Sin perjuicio del copioso entusiasmo previo que había generado, la velada pareció por cierto un tanto despareja, pues contó con el concurso de un organismo sinfónico juvenil (la West-Eastern Divan Orchestra), cuyo desempeño, desde ya loable si se tiene en cuenta la edad de sus integrantes, no estuvo (ni podía estar) a la altura de los dos renombrados intérpretes porteños.  


Una pianista legendaria
Figura de primerísimo cartel mundial en las últimas décadas, Martha Argerich demostró a esta altura de su carrera que las cualidades que la hicieron famosa se mantienen tal cual. Toque de excepcional limpieza, digitación neta, natural agilidad y una dúctil musicalidad fueron algunos de los rasgos que reeditó en esta ocasión, todo a favor de un mecanismo técnico de rara perfección y de un temperamento artístico verdaderamente arrollador.


Absoluta dominadora del teclado, sus mordentes, síncopas y “rubati” se oyeron singularmente esbeltos; el “largo”, del Concierto Nº 1, de Beethoven (en realidad, es el segundo), pese a que la obra es algo decorativa, exhibió pianos, pianíssimos y un fraseo de exquisito refinamiento, mientras que el “rondó” final fue desenvuelto con un arco de gradaciones de magnífica vibración y maleabilidad.
Como número agregado, nuestra compatriota (un verdadero fenómeno pianístico) ofreció con lenguaje de impecable precisión y fluidez una pieza de Robert Schumann: “Sueños Inquietos”, de “Phantasiestücke”, opus 12.   


Altos y bajos
Sin perjuicio de sus encuadres dinámicos por lo general correctos y de su equilibrio de planos, la agrupación orquestal, que tiene sede en Sevilla, mostró particularmente déficits de complexión y articulación. La sesión se había iniciado con una inocua traducción de “Las Bodas de Fígaro”, de Mozart, y en su segunda sección estuvo consagrada por entero a Ravel.


Barenboim ejerció un acertado gobierno de la masa a su cargo en la difícil “Rapsodia Española”, estudios sinfónicos que recogen todos los perfumes de la noche andaluza, algo deshilvanados en sus lineamientos expositivos y sus imágenes veladas debido a la reiteración de sus contrastes abruptos; luego, la “Alborada del Gracioso” (de la suite “Miroirs”, original para piano) lució gratos colores, desenvolvimiento penetrante y una culminación rutilante.


Las cosas mejoraron más aún en la célebre “Pavane pour une enfante défunte”, desplegada con lenguaje noble, tiempos agraciados y justos y cuidadas interrelaciones tímbricas. Ya en el final, el “Bolero” que el autor vasco compuso con rápida sencillez por encargo de la bailarina Ida Rubinstein reveló concretas deficiencias instrumentales (de afinación, de emisión). Además, el hecho de que el maestro haya adoptado como punto de partida un rango sonoro de excesiva intensidad, perjudicó en definitiva el desarrollo gradual de este obsesivo “gran crescendo”, formado por dos núcleos temáticos inmutables. Como inesperado añadido, cadencioso, canyengue: el tango “El Firulete”, de Rodolfo Taboada y Mariano Mores.


Carlos Ernesto Ure