En el Coliseo, con James Gaffigan y la Sinfónica de Lucerna
RENAUD CAPUÇON, UN VIOLINISTA DE LUJO
Teatros Coliseo
Viernes 12 de Septiembre de 2014
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Weber: Obertura de “Oberon”
Mendelssohn: Concierto Nº 2, para violín y orquesta, en mi menor, opus 64;
Dvorák: Sinfonía Nº 6, en re mayor, opus 60.
Renaud Capuçon, violín
Orquesta Sinfónica de Lucerna (James Gaffigan). El viernes 12º, en el teatro Coliseo
Agrupación más que centenaria, la Sinfónica de Lucerna se presentó el viernes en el Coliseo, en el ciclo de Nuova Harmonia, y acreditó desde ya encomiable disciplina, correcta técnica y ajustado nivel, sin avanzar mucho más allá. Es que la agrupación helvética, con un orgánico que se ubica entre el de una orquesta grande y una de cámara (sin ir más lejos, formaron con sólo cuatro contrabajos), dueña de un sonido global notoriamente claro y de cuerdas tersamente homogéneas, puso en evidencia paralelamente cierta lógica “faiblesse” en la cobertura del arco sonoro, articulación muy liviana y sobre todo escasa calidad en los “tutti”, los fortes y fortíssimos, que resultaron demasiado gruesos.
Eximio violinista
La sesión se inició con una intrascendente edición de la obertura de “Oberón”, de Weber, seguida luego por el célebre Concierto en mi menor, de Mendelssohn. Renaud Capuçon se desempeñó como solista en esta pieza arquetípica del romanticismo alemán, y su labor fue verdaderamente espléndida. A favor de una apropiada sobriedad estilística, el violinista francés (38), alumno de Isaac Stern, lució en efecto firmeza inalterable en su tañido a lo largo de una extensa tesitura, legato sumamente fluido y esbelto y un fraseo de alto refinamiento.
Pero además de ello (y aparte de la nítida diafanidad de todas y cada una de sus notas y en dobles o triples cuerdas), pareció francamente notable su manejo tan natural y exquisito de las gradaciones, virtualmente único en las gamas del piano y el pianíssimo, aun en agudos y sobreagudos, y también su metal siempre sedoso, redondamente conformado, demostrativo de que es posible ejecutar todo un concierto sin una solo acento agrio, áspero, chirriante (deslices de los que no se salvan ni siquiera violinistas del mayor renombre internacional).
Un maestro con futuro
Estuvo en el podio James Gaffigan, quien produjo excelente impresión. El joven maestro estadounidense (35) condujo a lo largo de toda la velada con elocuente dominio de la masa a su cargo, a la que bien podría decirse que potenció casi hasta más allá de sus limitaciones.
En la segunda sección del concierto la entidad suiza abordó la Sexta, de Dvorák, y lo hizo con una tensión que no conoció baches. Cabe poner en relieve la tarea del director neoyorkino, a quien cabe augurarle una carrera importante en el futuro: nervio, vibración y control fueron las claves de una interpretación compacta (dicho esto en el sentido más positivo), de líneas seguras, canónicamente dúctil, equilibrada, de métrica rítmicamente colorida en el “furiant” y bonito clima nocturnal en el “adagio”.
Carlos Ernesto Ure