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Con una protagonista atrayente: Elizabeth Blancke-Biggs

 

 

DISCRETA EDICIÓN DE “LA TRAVIATA” EN LA PLATA

 

Teatro Argentino de La Plata

Domingo 21 de Agosto de 2014

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

“La Traviata”, ópera en tres actos, con libro de Francesco Maria Piave, y música de Giuseppe Verdi

 

Con Elizabeth Blancke-Biggs, Darío Schmunck, Omar Carrión, Eugenia Fuente, Sebastián Angulegui, Patricio Oliveira, Sebastián Sorarrain, Mauricio Thibaud y Roxana Deviggiano

Coreografía de Analía Clark

Iiluminación de Sandro Pujía

Escenografía,  vestuario y “régie” de Willy Landin

Coro (Hernán Sánchez Arteaga)

Orquesta Estables del Teatro Argentino (Carlos Vieu)

 

 

 

En el comienzo de sus actividades líricas con su nueva conducción (Sergio Beros, Valeria Ambrosio) el Argentino ofreció este fin de semana una nueva producción de “La Traviata”, obra presentada por primera vez en el coliseo platense en 1891 y reiterada luego en innumerables oportunidades hasta 2007 (en1894 la cantó Luisa Tetrazzini y en 1948 Beniamino Gigli). Sin perjuicio de algún elemento digno desde ya de ser ponderado, bien puede decirse que la representación actual pareció encaminada antes que otra cosa a cumplir un cometido sin mayores aspiraciones, ya que su nivel general no sobrepasó los límites de una conformista discreción.


Puesta extravagante
En primer lugar, la fantasiosa puesta diseñada por Willy Landin, autor además de la escenografía y de un inocuo vestuario, pareció decididamente estrafalaria en la reducción y recorte de espacios, la intromisión de objetos incomprensibles (una cartera, una sombrilla y una suerte de cisne gigantes), la muerte de Violetta con un gran bosque de fondo (?), los ridículos pasos de baile de los camareros y de D’Obigny, la lamentable coreografía de “Noi siamo zingarelle”.


Por su lado, la orquesta de la casa se manejó con rango bien moderado (debe mejorarse la calidad global de los primeros violines), al tiempo que el maestro Carlos Vieu cumplió con corrección, sin ir mucho más allá de esto.
En cuanto a los solistas vocales, cabe subrayar sin rodeos que tanto Darío Schmunck (Alfredo) como Omar Carrión (Germont) no poseen precisamente registros verdianos. El tenor desplegó una faena de honorable intrascendencia, y al barítono se lo oyó insípido y melifluo.


Elementos rescatables
Los dos componentes decididamente valiosos de la función fueron sin duda la protagonista y el Coro Estable. Preparado por Hernán Sánchez Arteaga, este gran organismo puso en evidencia impecable ajuste y afinación, y verdadera belleza en sus cuerdas tanto masculinas como femeninas (esto sin dejar de señalar la necesidad de énfasis más rotundos en “Di Madride noi siam mattadori”).


En cuanto a Elizabeth Blancke-Briggs (Violetta), debe decirse que con metal  levemente entubado, mostró lozanía y homogeneidad, buen cuerpo y color. Fue notorio que la soprano estadounidense debe profundizar la sicología y matices de su personaje. Pero su voz, un diamante en bruto, su técnica, que le permite gradaciones de exquisita naturalidad y flexibilidad, así como también su facilidad para agudos y sobreagudos y su legato dramático (“Addio del passato”) permiten pronosticarle una  carrera internacional de relieve.


Carlos Ernesto Ure