“Romo y Julieta” De Gounod
Teatro Avenida
Viernes 17 de Octubre de 2014
Escribe: Diego Montero
Fotos: Liliana Morsia
Elenco: Oriana Favaro, Santiago Ballerini, Sebastián Angulegui, Walter Shwarz, Ernesto Bauer, Laura Polverini, Iván Maier y otros.
Coro Buenos Aires Lírica (Dirección Juan Casasbellas) y orquesta.
Dirección musical: Javier Logioia Orbe.
Dirección escénica: Mercedes Marmorek.
Escenografía: Nicolás Boni.
Vestuario: Lucia Marmorek.
Iluminación: Alejandro Le Roux.
La versión musical a cargo de Javier Logioia Orbe no logró el refinamiento y la musicalidad esperados, posiblemente debido al pobre desempeño de los músicos integrantes de la orquesta que desde la breve fuga de la obertura se los escuchó “oxidados”. ¿Habrán tenido los ensayos necesarios?
La puesta en escena presentada por Mercedes Marmorek fue delineada por una concepción moderna, utilizando el criterio de desarrollar la historia al modo de los cuentos de hadas de Disney. Seguramente este criterio fue inspirado por los momentos “livianos” que con frecuencia aparecen en la partitura, semejantes a la música de cabaret, variété o vaudeville. Personajes caricaturescos llenaron la escena, como el padre de Julieta, poseedor de abundante melena negra franjeada por canas, mostacho recto hasta las orejas, chaquet rojo, pantalón negro y fusta en mano, fiel arquetipo del presentador circense; Julieta investida con el cargo de muñequita de torta, engalanada con infantil tutú y Romeo, salvo por tener dos piernas, casi semejante al famoso soldadito de plomo. En sintonía con estos conceptos se desarrolló el diseño de vestuario de Lucía Marmorek y la iluminación de Alejandro Le Roux.
La escenografía, a cargo de Nicolás Boni, acompañó también este criterio: Un inmenso y luminoso cartel tipo “All that jazz” con la inscripción “L´amour” en el centro del escenario encabezó la enorme lista de detalles de fantasía que fueron sucediéndose durante la representación, que incluyó hasta la luna de Méliès.
Estos detalles, e insistimos en la frecuencia con que transcurren momentos musicales livianos, le dieron un toque inocente, jovial y fresco a la obra. Pero esto sucedió solo en los tres primeros actos que transcurren: en el palacio de los Capuleto el primero, en el Jardín de Julieta el segundo y en la celda del Fray Lorenzo y luego en una calle el tercero. En el cuarto, salvo por el vestuario de algunos de los personajes, la habitación de Julieta estuvo figurada con detalles armoniosos y clásicos acordes al espíritu de la obra que para ese entonces perdió totalmente la frivolidad y debilidad musical, profundizándose en el drama más famoso de la historia de la humanidad. Cuando se esperaba que esa seriedad se mantuviera en el último acto que sucede en la tumba de los Capuleto, la coreografía de las bailarinas de cancán y la reaparición del cartel luminoso de “L´amour” junto a otros detalles, fueron incompatibles con la naturaleza dramática de la obra.
Es justo también mencionar el acierto y la habilidad de Mercedes Marmorek en la marcación de los desplazamientos del coro, pese al pequeño espacio del escenario, y la solución rápida y sencilla de los cambios escénicos que le dieron dinamismo al espectáculo.
La pareja protagónica marcó el punto más valioso del espectáculo desde lo vocal hasta en el aspecto físico porque conformaron una hermosa pareja llena de amor.
La bella soprano Oriana Favaro aportó seguridad y potencia sorteando las dificultades de la obra con tino y valentía. Es importante destacar que el personaje de Julieta como el de Radamés en la ópera Aida de Verdi, no tienen tiempo para aclimatarse. Ni bien salen al escenario deben cantar momentos comprometidos y muy difíciles, sin poder neutralizar los nervios iniciales. Y en ese sentido Favaro fue ejemplar y maravillosa.
El tenor Santiago Ballerini pudo neutralizar la falta de musicalidad de la versión orquestal y consagró su joven carrera artística con total éxito. Fraseo y línea de canto exquisito, dulce y armonioso; timbre bellísimo con squillo (brillo de un sonido determinado por la riqueza de armónicos) fueron los elementos más sobresalientes que prueban que nos encontramos ante un intérprete de excepción y de seria escuela de canto. Penoso sería que con semejantes quilates dejara la Argentina.
El resto del elenco, incluido el coro preparado por Casasbellas, sorteó las dificultades vocales con decoro, con excepción de Laura Polverini, en su breve papel pero nada sencillo de Stéphano; Ernesto Bauer como el Conde Capulet y Vanesa Mautner como Gertrude quienes reafirmaron sus nobles condiciones artísticas.
Diego Montero