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En el cierre de las "Soirées Musicales" de La Bella Música


VALIOSA VELADA DE VIOLÍN Y PIANO

 

Hotel Sofitel (arroyo 841)

Miercoles 10 de Diciembre

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 


Brahms: Sonata Nº 2, en la mayor, opus 100

Turina: Sonata Española Nº 1, en re mayor, opus 51

Schumann: Sonata Nº 1, en la menor, opus 105.

 

Sebastián Masci, violín

Osvaldo Millaá, piano.


Siempre bajo la presidencia de Patricia Pouchulu, La Bella Música clausuró sus "Soirées Musicales" de este año con un agraciado recital camarístico que tuvo lugar el miércoles, como es habitual en el Salón Mermoz del Soffitel. Actuaron en la ocasión el violinista Sebastián Masci y el pianista Osvaldo Millaá, quienes a lo largo de un programa integrado por obras de Brahms, de Turina y de Schumann (y un Piazzolla del que se pudo haber prescindido), expusieron solidez estilística y discursiva, armoniosa compenetración y sonido esbelto.


Brahms, complicado

La jornada se inició con una pieza expresivamente difícil, la "Thuner-Sonate", de Brahms (1866), que el dúo tradujo con romántico, reconcentrado lirismo y ajustada dinámica. El fraseo del andante tuvo particular delicadeza, y en cuanto al final ("quasi andante"), debe decirse que el dúo consiguió superar con fluidez un tejido contrapuntístico si se quiere notoriamente abstruso.


Profesor en los conservatorios oficiales locales y primer violín en la Filarmónica, Masci mostró ataques precisos y natural deslizamiento de arco, así como también un legato cantabile y convincentes dobles cuerdas. Millaá, por su lado, lució impecable pulcritud, seguridad y toque diáfano, sin perjuicio de una sonoridad en algún momento excesiva para las dimensiones del recinto, lo que podía haberse obviado cerrando en parte la tapa del teclado.


Turina, excelente
La Primera Sonata, de Schumann (1852), fue vertida con enérgica vivacidad en el primer movimiento y un fuego arrasador en el último, sin perjuicio de la exquisita "berceuse" del "allegretto". Pero fue la Sonata Española Nº 1, de Joaquín Turina (1929), de un impresionismo telúrico penetrante, despojado de cualquier influencia escolástica, el trabajo que se constituyó verdaderamente en el punto más alto de la noche.


Interpretada con galanura, exactitud y cromático brío, su despliegue, pleno de magia, reveló meritorio manejo de las gradaciones por parte de ambos instrumentistas, tañido neto, transparencia y fidelidad estética, y culminó con una farruca impetuosa pero también sentimental, de contagiosos acentos.


Carlos Ernesto Ure