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Pocos puntos altos y llamativo descenso de la Nacional

 

BALANCE DE LA TEMPORADA ORQUESTAL 2014

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

 

A diferencia de lo que acontece en el campo de la ópera, que tiene otros costos muchísimo mayores, fue en cambio abundante la actividad sinfónica desarrollada en el interior del país, a favor de del concurso, entre otros, de los organismos estables de Rosario (Nicolás Rauss) y Santa Fe (Roberto Montenegro), Entre Ríos (Luis Gorelik), Salta (Jorge Lhez) y La Plata (Carlos Vieu), y también Bahía Blanca (José Cerón Ortega), San Juan (Emmanuel Siffert), Mar del Plata (Emir Saúl), Córdoba (Hadrián Ávila Arzuza) y Mendoza (Gustavo Fontana).

 

En nuestra ciudad, y dejando de lado la labor de entidades camarísticas, juveniles o de estudiantes, que fue nutrida, no hubo demasiados puntos encumbrados para destacar, aún incluyendo a las orquestas extranjeras. Recordemos que dos de las organizaciones privadas que tradicionalmente procuraban el concurso de agrupaciones del exterior, la Wagneriana y Festivales Musicales, han dejado de hacerlo. 

 

Altos y bajos.

Cabe señalar en primer lugar que la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, pese a la cortedad de ensayos asignados en más de una ocasión por las autoridades del Colón, y a la conducción sobreactuada de su titular, el mejicano Arturo Diemecke, produjo en varias oportunidades eventos de muy buen nivel. Esto sucedió cuando estuvieron en el podio Maximiano Valdez (la Quinta, de Shostakovich), Philippe Entremont (la Quinta, de Prokofiev) y el propio maestro azteca (“Metamorfosis”, “Así hablaba Zarathustra”, “Una vida de héroe”, de Richard Strauss, y el Primero, de Brahms, con la excelente participación de Horacio Lavandera). Las cosas fueron en cambio muy distintas en las improvisadas sesiones a cargo de Ira Levin y Roberto  Paternostro, y aun en alguna de Diemecke.

 

Convertida hoy sin ninguna duda en el mejor conjunto sinfónico de la Argentina, la Filarmónica exhibe un nivel de constante superación, y ostenta calidad y afinación impecables, sonido transparente y depurado y solvencia técnica en todas y cada una de sus filas.

 

En cuanto a los elencos internacionales, puede afirmarse que la Orquesta de Basilea (Giovanni Antonini) acreditó sorprendente solidez y sirvió para el lucimiento de la cellista Sol Gabetta. El violinista Renaud Capuçon tuvo asimismo un desempeño estelar con la Sinfónica de Lucerna (James Gaffigan), mientras que la Sinfónica de la Radio de Baviera, traída por el Mozarteum y guiada por Mariss Jansons, protagonizó una gran velada con la Segunda, de Brahms, quizás lo más importante del año.

 

 Por su lado, y en el ciclo de Nuova Harmonia, la inusual presentación de la Sinfónica de Kazakstán permitió conocer a la promisoria violinista Galya Bisengalieva, al tiempo que los Solistas de Moscú, con Yuri Bashmet, brindaron una versión ejemplar de “La Muerte y la Doncella”, de Schubert.

 

La Sinfónica Nacional.

Como nota negativa, parece necesario referirse al progresivo descenso técnico de la Orquesta Sinfónica Nacional, especialmente en timbales, bronces (cornos) y maderas (flauta, oboe, fagot), pérdida de una categoría elemental que no alcanzó a ser compensada por el empeño de las cuerdas. A ello cabe añadir la insuficiencia de adecuada preparación previa,  patente en la mayoría de los conciertos que tuvieron lugar en el Auditorio de Belgrano, lo que empalideció sin duda el meritorio propósito del Ministerio de Cultura en orden a la difusión gratuita de la mejor música para un público que normalmente fue numeroso.

 

                                                                       Carlos Ernesto Ure