Un excepcional pianista en el Colón
Evgueny Kissin, articulación, dinámica, claroscuros
Teatro Colón
Martes 2 de Junio de 2015
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Fotografías: Prensa Teatro Colón / Arnaldo Colombaroli
W. A. Mozart: Sonata para piano Nº 10 en do mayor, K. 330
L. van Beethoven: Sonata para piano Nº 23 en fa menor, Op. 57
J. Brahms: Tres Intermezzi, Op. 117
I. Albéniz:
- De la Suite española Nº 1, Op. 47: Granada y Cádiz
- De Cantos de España, Op. 181: Córdoba y Asturias
J. Larregla: ¡Viva Navarra!
En segunda función de su abono Quinto Aniversario, serie con muchos asientos vacíos en cuyo inició se había presentado Wynton Marsalis, el Colón ofreció el martes un recital de alta categoría. Transcurridos casi veinte años de su anterior visita, Evgueni Kissin reapareció en Buenos Aires, y su labor, se lo debe decir desde ya, reveló inmenso, innato talento musical, toque de excepcional transparencia y pulcritud y una construcción del discurso de exquisito nivel.
Rango calificado
En efecto; a los cuarenta y tres años, el pianista moscovita (intérprete precoz, que llegó a actuar con Karajan) ejecutó todo de memoria y mostró absoluto dominio del teclado en sus múltiples facetas. Maestro en la sensibilidad de la digitación, lo que le permitió manejar permanentemente claroscuros muy bien articulados, con fraseo seguro, fluido, alado, y acabado lenguaje dinámico, Kissin lució en todo momento perfecta técnica de base y un “swing” si se quiere esbelto, de impecable cuadratura y bellísimos “diminuendi” aún dentro del mismo núcleo.
La “Appassionata”
La velada comenzó con la Sonata Parisina Nº 2, obra cándida y simple de Mozart, e incluyó, en un marco sumamente variado los Tres Intermedios del opus 117, de Brahms, vertidos por nuestro visitante con mirada elaborada con reflexiva, inalterable introspección.
En el repertorio español (que llegó a abarcar una jota aragonesa traducida con destreza y donosura), cuatro piezas impresionistas de Albéniz exhibieron en ocasiones una impronta más teórica que castiza, sin perjuicio de la gracia del fandango (“Cádiz”), los ecos evocativos (“Granada”), entramados flamencos (“Córdoba”) y acentuaciones vibrantes (“Asturias”).
Pero el punto más alto de la noche fue sin duda la “Appassionata”. Es que en la edición de esta magnífica creación de Beethoven, el artista ruso plasmó un molde decididamente ejemplar, de deslizamientos puntuales perfectos, sabio equilibrio sonoro, pausas, “rallentandi”, tensiones, en un arco en el que nada (ni siquiera la nota de menor valor) estuvo fuera de contexto. Plástico en sus diseños, con rítmica nada estridente pero bien marcada e inflexiones expresivas de delicado vuelo, el “andante con moto” quedará por cierto en el recuerdo como un refinado paradigma de belleza.
Carlos Ernesto Ure