La del Festival de Budapest, en el ciclo del Mozarteum
UNA GRAN ORQUESTA CENTROEUROPEA
Teatro Colón
Sábado 27 de Junio de 2015
Escribe: Carlos Enesto Ure
Bartók: Bocetos húngaros, SZ 97 BB 103;
R. Strauss: Cuatro Últimas Canciones;
Mahler: Sinfonía Nº 4, en sol mayor.
Miah Persson, soprano y Orquesta del Festival de Budapest (István Fischer).
En su cuarta visita a nuestro país, el sábado se presentó en el Colón la Orquesta del Festival de Budapest, en quinta función de abono del Mozarteum Argentino. Conviene aclarar de entrada que en sus aspectos técnicos, la entidad magyar acreditó condiciones de notable y pareja excelencia: cuerdas de traslúcida transparencia, maderas de alta calidad (especialmente el clarinete y la flauta solistas y el corno inglés), metales acampanados, de notas de singular calidez y redondez. Todo ello en un marco impecable de disciplina, ajuste y equilibrio, y con una característica particular: a diferencia de otros organismos sinfónicos centroeuropeos, la agrupación húngara posee una sonoridad de conjunto nada opaca, sino más bien clara y despejada.
Richard Strauss, exquisito
La sesión comenzó con una ejecución de los Bocetos Húngaros, de Bartók, recopilación folklórico-colorística vertida por el maestro István Fischer con líneas de suave cromatismo y trazos de bien ponderadas proporciones, esbeltos, tímbricamente netos. Sin embargo, el punto más alto de la velada fue sin duda la página siguiente.
Exquisito mensaje de despedida de un octogenario por la vida que se esfuma. Dolor inmenso por la pérdida de la guerra y consecuente destrucción de su país. Melancolía. Y la inefable serenidad de quien, cumplida su trayectoria, está en paz consigo mismo, todos estos elementos interactúan en las "Cuatro Últimas Canciones" (1948). La magnífica creación de Richard Strauss (sobre poemas de Herman Hesse y Joseph von Eichendorff) fue traducida por la orquesta extranjera con lenguaje envolvente, de muy depurado estilo, en el que sobresalieron la plasticidad de la paleta tonal, profundo claroscuros, una diafanidad omnipresente. Miah Persson intervino como solista, y en el curso de una tesitura que no es fácil, mostró por cierto refinado arco declamatorio, delicados matices y calificado fraseo. Sin embargo, en la cantante sueca, que es una soprano lírica de discreto volumen y sólida base cultural, bien pudo echarse de menos una voz de mayor cuerpo y comunicatividad más intensa, pasaje superior, agudos y graves de mejor entereza. Digamos de paso que el largo pedal conclusivo de los bronces, al cabo de "El Crepúsculo" ("Im Abendrot") fue decididamente de categoría superior.
Algo menos
La velada decayó en la segunda parte, porque la Cuarta, de Mahler (la última de la serie "Wunderhorn") es desde ya una obra ingenua y fácil, de conjugaciones armónicas intrascendentes (lo que marcó un notorio contraste con los trabajos de Bartók y de Strauss). Cascabeles amables, apuntes aldeanos caracterizaron los dos movimientos iniciales, verdaderamente desprovistos de interés. Hermano de Adam y primo de György (una remarcable familia de músicos húngaros), el maestro Fischer consiguió de todos modos levantar el nivel con el bello "Ruhevoll" ("Tranquilo"), cargado de honda y tocante inspiración, y ya en el final, con intervención de la voz femenina (Persson se mostró incómoda), un cierre evanescente, muy bien administrado desde el podio, plasmó un momento de entramados de admirables curvaturas colorísticas, sabiamente enhebrados, armoniosamente sutiles.
Carlos Ernesto Ure