Ciclo de las nueve sinfonías de Beethoven, las sinfonías nro.7 y un estreno
Teatro Municipal Colón
Mar del Plata
Sábado 5 de Septiembre de 2015
Escribe: Eduardo Balestena
Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata
Dirigida por el maestro Ariel Hagman
La Orquesta Sinfónica Municipal reanudó su actividad bajo la batuta del maestro Ariel Hagman, director invitado, y con ello el desarrollo del ciclo integral de las sinfonías de Beethoven en un concierto que incluyó la Obertura de la Ópera Nabucco, de Giuseppe Verdi, exigente en particular en la sección de pasajes rápidos.
Le siguió Expiaciones, de N. Escarandani; el programa de mano lamentablemente no incluía el nombre de pila del compositor, quien refirió las circunstancias de gestación de su obra que, sin responder estrictamente a un programa, fue inspirada ante las fuertes impresiones deparadas por una muerte muy próxima.
Premiada en un concurso de composición de la Universidad Maimónides el propósito fue el de plasmar musicalmente la irrupción de la muerte ante el compositor, de trece años al momento del acaecimiento del suceso sobre el que se propuso componer, y la aparición de una nueva índole de dolor. Las ideas para llevar adelante tal propósito resultan simples: un motivo de dos notas es planteado primero en los violines y luego en el resto de la cuerda; se produce así un clima interrogativo y a la vez de tensión creciente. El elemento va siendo tratado y desarrollado por el resto de la orquesta en un crescendo tan progresivo como indeclinable: la falta de certeza, el dolor, son abarcadores, se expanden en sonoridades tajantes que de pronto ceden ante pasajes de instrumentos solistas, por ejemplo del clarinete, que renuncian a toda melodía y a todo dialogo con el resto de los instrumentos: el sufrimiento es intransferible y al igual que esos sonidos solamente transcurre y lo hace en un clima interrogativo, planteando preguntas sin respuesta. Nada se resuelve. Todo se desarrolla, pero no sabemos hacia dónde. El scherzo que sigue al primer movimiento está atravesado por un ostinato y pronto extiende a la totalidad de la orquesta una sonoridad que, sin ser disonante, es intensa y creciente y que tampoco se resuelve. La indefinición y la incertidumbre han sido sustituidas por la angustia y el incontrolable dolor de le pérdida, y no hay regreso de ese hallazgo: nada será como antes.
Es sencilla la idea a la que obedece la obra pero no lo es la propia obra, que evidencia un manejo muy refinado del aparato orquestal: sonoridades aisladas pero no incongruentes, intervenciones individuales pero en función de un todo y una idea de concisión en el uso de los recursos totales de la orquesta, tales como las baterías de percusión. El dolor, la incertidumbre, la angustia pueden ser evocadas musicalmente en un despojamiento melódico y con la sola base del timbre y la intensidad dinámica.
El autor concluyo su espontánea y emotiva referencia a la obra citando palabras del maestro Hagman referidas a que el camino de la composición es desigual, demandante y árido; exige mucho más de lo que devuelve y requiere todas las energías, pero mientras transcurre, en la intimidad y la soledad de la creación, los hallazgos que depara son una suerte de revelación espiritual y es ella en sí misma la que puede justificar una vida.
La Sinfonía nro. 7, opus 92 en la mayor, de Ludwig Van Beethoven, interpretada en la segunda parte, casi coetánea de la octava (opus 93) y del trio Archiduque (opus 97) es un hito en la producción beethoveniana. Casi doce años (1811 a 1823) transcurrirían hasta la novena sinfonía (opus 125) cuyas ideas, que se remontan embrionariamente a 1794, fueron siendo elaboradas a lo largo de más de una década. El ritmo creador del maestro disminuyó luego del esfuerzo de su opus 92, que marca la irrupción del ritmo como fuerza absoluta y lo lleva a exploraciones y resultados totalmente nuevos. Desde entonces, su ensimismamiento y su aislamiento fueron mayores, en coincidencia con problemas de distinta índole.
Técnicamente es una obra virtuosa y de grandes ideas, basada en células de gran sencillez que van siendo desarrolladas de múltiples formas que permiten expandirlas incesantemente y sacar de ellas elementos melódicos que se alternan con la rítmica y producen, al mismo tiempo, diversidad y unidad. En ninguno de los movimientos hay soluciones convencionales y en todos ellos las ideas y recursos son absolutamente distintos.
A la manera de la segunda o la cuarta sinfonías, el comienzo –Poco sostenuto vivace- está dado por una introducción que en este caso tiene proporciones mucho mayores y más complejas: el material del primer tema proviene de la reiteración de un elemento rítmico del pasaje introductorio –al que se llega luego del despliegue de una serie de recursos formales- que en si es indefinido y carente de una fuerza expresiva propia, pero que en el desarrollo ulterior adquiere, en la intensidad y dinamismo expansivo de ese material, algo nuevo en el campo de la sinfonía. En el propio comienzo, esa intervención del oboe antes de concluir el acorde inicial marca un sentido de irregularidad y de aparición de la sorpresa.
Otro ejemplo es Allegreto –en el cual podemos encontrar un recurso que luego veremos en el tercer movimiento de la novena: la coexistencia de elementos distintos en secciones distintas que provienen de una raíz común- cuyo acorde inicial en la menor, construido sobre la dominante mi, plantea un clima de suspenso. Violas, cellos y contrabajos desarrollan luego una serie de acordes rítmicamente equivalentes a la forma métrica del dáctilo, una larga y dos breves, seguido de un espondeo (dos largas), elemento de gran fuerza interrogativa que establece un patrón rítmico del cual surgirá uno melódico. A partir de allí la textura se expande en timbres y complejidad. Exploración, hallazgo: todo parece siempre nuevo y sorpresivo.
Renglón aparte merecen el tercer movimiento (Presto- assai meno presto) y el cuarto Allegro con brio final. En el caso del tercero, con un rico esquema marcadamente rítmico, basado en una estructura de repetición y en el del cuarto –desarrollado a partir de un elemento del primero-, de un tempo muy rápido y una textura cerrada e intensa, de dificultad en todas las secciones y particularmente demandante en la cuerda.
El concepto de un tratamiento rítmico que conduce a una apoteosis sonora, utilizando y desdoblando elementos en sí sencillos es nuevo en la sinfonía, aun en la Eroica y la quinta se encuentran dentro de cotas más limitadas y menos extensas.
Un programa exigente
Abordar una obra nueva de repertorio actual, con demandas de expresividad propias, sin referencias melódicas no es una tarea sencilla. Tampoco abordar tan exigente opus beethoveniano. En tal sentido, las diferencias entre en ensayo general –en esta última obra- y el concierto fueron significativas en una orquesta que sonó mucho más consolidada en esta última oportunidad (anteriormente destacaba en los pasajes rápidos más que en el fraseo). Lugares tan particularmente difíciles como el Allegro final sonaron sin problemas y con la intensidad que el clímax final requiere.
El tempo, en el episodio central Assai meno presto del tercer movimiento, dado en un rallentando excesivo no benefició lugares como la entrada de los fagotes al fin del pasaje, que así sonó aislada. No obstante, tal observación, como cierta lentitud en el episodio inicial del primer movimiento, son cuestiones estilísticas y no técnicas.
Especializado en dirección y composición, docente en la Universidad Maimónides, de una amplia trayectoria en distintos ámbitos el maestro Hagman y la Orquesta Sinfónica Municipal pudieron abordar con éxito un programa tan atractivo como exigente, que además del resultado artístico nos depara la reflexión acerca del trabajo de artistas jóvenes –como el compositor y el propio director- la solidez profesional de su trabajo y su necesaria inserción en circuitos artísticos oficiales que permitan experimentar la música de nuevas maneras.
Eduardo Balestena
http://www.d944musicasinfonica.blogspot.com