En el ciclo de abono de la Filarmónica
UNA ESPLÉNDIDA EJECUCIÓN DE PROKOFIEV
Teatro Colón
Jueves 22 de Octubre de 2015
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Mozart: Concierto Nº 10, para dos pianos y orquesta, en mi bemol mayor, K 365;
Prokofiev: Suites Nºs. 1 y 2 de "Romeo y Julieta".
Alessio Bax y Lucille Chung, pianos
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (Enrique Arturo Diemecke).
Ya en la penúltima función de su serie de abono, la Filarmónica de Buenos Aires protagonizó el jueves en el Colón una velada que merece diferentes miradas. Es que en la primera parte se ejecutó un Concierto de estructura bien original (es para dos pianos solistas y orquesta), mera "música de entretenimiento", lineal, cortesana, destinada por Mozart a su hermana Nannerl y a él mismo, evocando sus correrías juveniles.
Doble teclado
Conducida por su titular, Enrique Arturo Diemecke, la Orquesta brindó una suerte de traducción permanentemente desbordada, cuasi beethoveniana y fuera de estilo de esta partitura elegante, de discreta melancolía (¡la formación incluyó cuatro contrabajos!), en cuyo desarrollo intervino el matrimonio formado por Lucille Chung y Alessio Bax. Aparte de la relevante musicalidad y perfecta interrelación entre ambos músicos, la pianista canadiense mostró toque sutil y neto, de ágil levedad, y una línea de cadencia fina y reflexiva, al tiempo que su compañero italiano acreditó nervio y seguridad no exenta de cierto mecanicismo. La pareja visitante descolló en cambio con elocuente brillo en "Libertango", de Astor Piazzolla, vertido a cuatro manos como bis con compleja vibración y fulgurante marcación rítmica.
"Romeo y Julieta"
En el marco de la vasta creación de Serguei Prokofiev, la música para el ballet "Romeo y Julieta" es decididamente magnífica por su deslumbrante riqueza instrumental y su sello radicalmente anti-romántico, así como también debido a sus espectrales elaboraciones armónicas y su estética ínsita en el expresionismo ruso-soviético de las primeras décadas del siglo pasado, frío, acerado, incisivo, si se quiere descarnado y neo-realista.
En función de su contexto y de su morfología, de estructuras bien definidas, esta pieza, naturalmente adecuada a la personalidad del maestro mejicano, fue objeto de una versión de espléndido vuelo sinfónico, tensa, de impecables acentuaciones y perfecta dinámica, sin la más mínima fisura. Siempre controlada, aun en los pasajes de vertiginosa velocidad, manejada con sabiduría en gradaciones, fraseo e inflexiones, la interpretación ofreció además preciso equilibrio de planos (cometido realmente arduo), realzado por el entramado homogéneo y transparente de las diferentes familias instrumentales. Todas exhibieron destacado rendimiento, aunque sin perjuicio de ello bien puede mencionarse a la tuba contrabajo ("Montescos y Capuletos"), las punzantes y redondas modulaciones de los cornos y la tersura de la fila de los primeros violines (los concertinos Pablo Saraví y Ala Gubaidulina sobresalieron en más de un momento).
Calificación: muy bueno
Carlos Ernesto Ure