Parsifal en el cierre de la temporada lírica 2015 del Teatro Colón
Teatro Colón de Buenos Aires
Domingo 6 de diciembre de 2015
Escribe: Eduardo Balestena
Parsifal, drama sacro en tres actos
Música: Richard Wagner
Texto de Richard Wagner, basado en el poema Parzival, de Wolfram von Eschembach
Dirección musical: Alejo Pérez
Elenco: Parsifal, Christopher Ventris (tenor); Gurnemanz, Sthephen Milling (bajo); Kundry, Nadja Michael (mezzosoprano); Amfortas, Ryan Mc Kinny (bajo barítono); Klingsor, Héctor Guedes (bajo); Caballeros del Grial, Iván Maier; Norberto Marcos; Titurel, Hernán Iturralde (bajo barítono); Voz de lo alto, Alejandra Malvino; Escuderos: Vanesa Tomas; Cecilia Aguirre Paz; Sergio Spina; Fernando Grasi; Doncellas flores: Oriana Favaro; Rocío Giordano; Victoria Gaeta; Vanesa Aguado Benítez; Eleonora Sancho; Cecilia Pastawski.
Orquesta, Coro Estables del Teatro Colón; Coro de niños del Teatro Colón
Director de coro: Miguel Martínez
Director del coro de niños: César Bustamante
Director de escena: Marcelo Lombardero.
Diseño de iluminación: José Luís Fiorruccio; diseño de coreografía: Ignacio González Cano
“…quisiera hacer un teatro de sonidos” escribió Wagner, declaración de principios que encuentra en Parsifal una expresión absoluta. La música no sólo adopta una función narrativa sino que produce estados subjetivos en el espectador al constituirse en el verdadero marco del drama sagrado. No es una ópera, la acción se encuentra relegada en favor de acontecimientos cuyo sentido es dado por la música. En este sentido, la elaboración armónica y tímbrica es tan sutil como compleja y efectiva. Los acordes de los metales, por ejemplo, con elementos que o bien pasan a otros instrumentos o bien persisten en alguno de los metales mientras que en el resto se ha producido una progresión hacia otro elemento.
Diferente al Tristán en el uso de los leimotive (motivos conductores), en Parsifal son asociados a distintos elementos (la herida/ la redención/ la lanza/ la aurora/ la peripecia, como pasaje a una situación más negativa o como modo de subrayar una circunstancia desafortunada), pero no aplicados férreamente como si fueran un código: aparecen modificados, se expanden, se contraen, son más rápidos o más lentos y muchas veces construidos con los mismos elementos dispuestos de modo diferente. Ello se aprecia claramente en el preludio, donde los calderones separan un leimotiv de otro pero permiten apreciar la semejanza.
Debussy señaló que la música de Wagner es una “pasta sonora, en la que es imposible distinguir un violín de un trombón”, invertido el sentido de la frase resulta que la textura wagneriana implica el ajuste de distintas secciones e instrumentos de una sección en la progresión de las frases siempre cambiantes que conforman la melodía infinita, que parece engendrarse a sí misma. Sus gradaciones son sutiles: los timbres son percibidos separadamente y en el conjunto y sus gradaciones son amplias y sutiles. La música es lo que hace de Parsifal no una obra musical sino algo más que eso: la experiencia de estar en un universo “de fantasía” creado por la música.
La Orquesta Estable
En este sentido el sonido de la Orquesta Estable no sólo fue rico en las gradaciones armónicas y expresivas (a lo largo de la extensas cuatro horas y media que demanda una obra cuyo final sorprende, porque el sentido del tiempo de algún modo se tergiversa y es como si todo permaneciera detenido), sino perfecto en el discurrir de voces amalgamadas con la música, a cuyas inflexiones corresponden determinados elementos sonoros que dan sentido al canto. Sorprende el amplio arco: desde lo más leve y sutil (como en el segundo acto) a un volumen que parecía corresponder a una orquesta más grande. La performance de la orquesta no decayó en ningún momento de este extenso tour de force. Lugares como el preludio al primer acto, el interludio entre la primera y segunda escenas, o el preludio al tercer acto (sombrío y a la vez esperanzado, lo que surge representado musicalmente de diversos modos), son sólo algunos de los momentos destacables, tanto como la afinación en instrumentos que, como el clarinete bajo, suenan redondos y aislados al marcar una peripecia; o los oboes y flautas en los motivos del amanecer, cargados de resonancia (el amanecer es el advenimiento de la luz, la claridad y la esperanza).
A la dirección musical cabe la perfecta sincronía del canto solista, los coros y la orquesta en pasajes como el del final.
Solistas
El canto adopta tanto la cadencia del lenguaje oral como la forma de la melodía infinita: por momentos comunica, por momentos (como en los pasajes de Kundry del segundo acto) son parte de la melodía y –además de su funcionalidad en el texto- producen sensaciones.
Kundry, el único personaje femenino autónomo (las mujeres flores son una suerte de personaje colectivo), cargado de connotaciones contradictorias que se reflejan en su canto permitió apreciar tanto la enorme fuerza vocal y expresiva, como su capacidad de trabajar todo el registro, de la soprano alemana Nadja Michael, que en todo momento marcó su fuerte presencia escénica con un canto de gran intensidad y musicalidad.
El bajo danés Sthephen Milling como Gurnemanz, el personaje más presente en el extenso primer acto y en el tercero, destacó en su voz, tan fluida como potente, capaz de expresarse en todas las gradaciones de un papel que de algún modo plantea desde el comienzo el carácter de la obra. En una imponente presencia, su corpulencia resultó paralela a la densidad de la voz en un personaje tan central, su desempeño actoral también fue muy destacable.
El tenor británico Christopher Ventris, en su composición de Parsifal, Wagner derivó desde el Parzival original a Parsifal, del árabe parsi (puro) y fal (loco), tan exigido en el segundo acto, con una línea de canto distinta en las gradaciones a las de Kundry, mostró la potencia y proyección que su rol requiere, en un canto casi siempre en forte, intenso, y en un desempeño que marcó claramente el cambio del personaje desde un inocente joven al del rey de la orden.
Ryan Mckinny, bajo barítono estadounidense, interpretó al sufriente Amfortas. Fue posible apreciar cierto vibrato y opacidad en el registro medio y claridad en las gradaciones de las distintas alturas de su registro.
También muy efectivos en sus roles fueron el bajo Héctor Guedes y el bajo barítono Hernán Iturralde, como Klingsor y Titurel.
Coro estable y coro de niños
Muy destacable fueron, el Coro Estable, en todos sus registros e intensidades, como el de niños, situado en lo alto, cuya línea de canto no parece nada simple, sujeta a pasajes descendentes hacia la región grave de la tesitura. Elementos como la lejanía del director, por el emplazamiento de partes del coro (por ejemplo las sopranos en los palcos, en el segundo acto) son indicativos de la preparación previa, ya que no existieron desajustes en ningún momento.
Puesta
Parsifal es una experiencia esencialmente musical: el discurso orquestal es rico y complejo; el canto está dado en significados e inflexiones. Podemos pensar que si bien la puesta puede postular criterios distintos a aquellos de cuando la obra fue escrita, la primacía musical del algún modo relama elementos abstractos a los que cada época puede dar una distinta significación.
De este modo, todo lo que ponga a la música en un segundo plano y erija a algo ajeno a ella en un primer plano conspira contra el ideal wagneriano.
De este modo, situar a Monsalvat en un hotel en ruinas, y en una suerte de basural, en una visión “realista” no resulta congruente con la época de la acción, ni con el sentido de lugar sagrado que el texto confiere a ese escenario. En una óptica no realista, no resulta funcional al texto. El tránsito de ese lugar al Grial, en medio de ruinas que podemos atribuir a los conflictos bélicos de los Balcanes, le da a ese tránsito iniciático un sentido muy diferente, además de ser por complejo ajeno ni tampoco ser funcional. La gran sala de los caballeros, situada en una especie de fábrica (que evoca a Metrópolis, de Fritz Lang), constituye, con la presencia de dispositivos grises y cadenas que cuelgan, una presencia opresiva.
La aparición de las mujeres flores recuerda, con sus trajes ajustados y bordes luminosos, la escena de All that jazz en que Leland Palmer y Ann Reinking danzan en la escalera del departamento de Joe Gideon bajo la presencia de una silueta luminosa muy similar a las de unas mujeres flores que desplegaron una provocativa –y por momentos reñida con el buen gusto- coreografía más propia de Broadway que de una ópera wagneriana.
El castillo de Klingsor, en el segundo acto, se encuentra representado por un muro luminoso convexo, que muestra distintas gráficas –mapas con líneas móviles y círculos luminosos, entre otras cosas- que distraen fuertemente de un momento tan particular como el largo dúo entre Parsifal y Kundry, dado en bellísima gradaciones de voz y en una música donde los elementos motívicos se intensifican y contraen. En momentos en que Kundry canta: “llamó así a su hijo que aún/ se hallaba en el seno de su madre” aparece proyectada la imagen de una mujer embarazada acariciando su abdomen, lo que resulta pueril y sobreabundante: no es necesario ver aquello a lo que el texto se refiere. Hay otros ejemplos.
Asimismo, la sobreabundancia de proyecciones e imágenes parece querer completar algo que el drama puede enunciar pos sí mismo.
La puesta debe servir a la obra y no pretender constituirse en un valor estético agregado o autónomo. Desde este punto de vista, no se puede ir más lejos que Wagner y sólo esperar un marco de abstracción que permita universalizar su mensaje.
En síntesis, fue una versión de excelencia musical de Parsifal.
Eduardo Balestena
http://www.d944musicasinfonica.blogspot.com