Estreno latinoamericano en el Colón
ESPLÉNDIDA PRODUCCIÓN DE “DIE SOLDATEN”
Teatro Colón
Martes 12 de julio de 2016
Escribe: Carlos Ernesto Ure (La Prensa)
“Los Soldados”, ópera en cuatro actos, con texto y música de Bernd Alois Zimmermann.
Con Suzanne Elmark, Julia Riley, Noemi Nadelmann, Tom Randle, Leigh Melrose, Frode Olsen, San-tiago Ballerini, Gustavo Gibert, Virginia Correa Dupuy, Alejandro Meerapfel, Luciano Garay y Nazareth Aufe.
Iluminación y escenografía de Enrique Bordolini
Vestuario de Sofía Di Nunzio
Video de Marco Funari
“Régie” de Pablo Maritano.
Orquesta Estable del Teatro Colón (Baldur Brönnimann).
Era importante que en la Argentina se conociera “Die Soldaten” (“Los Soldados”), así como también es necesario el abordaje de tantas obras significativas de la creación lírica alemana del siglo pasado (Henze, von Einem, Hindemith, Zemlinsky, y también Schreker, Pfitzner, D’Albert, Stockhausen). El Colón presentó el martes la única ópera de Bernd Alois Zimmermann, en calidad de estreno latinoamericano, y la versión, meritoria de por sí debido a la iniciativa, posi-bilitó una visión actual de este trabajo de 1965, revolucionariamente innovador para la época en su concepción dramático-musical, hoy sin embargo un tanto envejecido en su contexto sonoro global.
Expresionismo sin Berg
Desde ya enormemente creativa en la génesis del discurso, las intervenciones voca-les, una riquísima orquestación y la búsqueda de la espacialidad, la partitura de Zimmermann, de corte incuestionablemente expresionista, se despliega en la línea trazada por Alban Berg, sin alcan-zar, obviamente, las alturas del autor de “Wozzeck”. De cualquier modo, y aun dentro del marco serial, las mezclas sonoras y las conjugaciones tonales dodecafónicas, el lenguaje resulta en mu-chos momentos tenso y envolvente, sin perjuicio de ciertos baches notorios. La matriz de esta ópe-ra basada en un texto de Jakob Lenz, en definitiva, involucra un mensaje humanístico-social desde ya fuerte, reflejado por el compositor con rebelde heroicidad y el ropaje de su tiempo.
En la ejecución musical, aparte de impecables intercalaciones electrónicas, la Orquesta Estable, cuya percusión ocupó incluso tres palcos “avant-scéne”, cumplió una labor precisa, muy prolija en las intertexturas. El suizo Baldur Brönnimann estuvo en el podio, y su versión, al margen de una escrupulosa lectura técnica, se caracterizó por cierta desigualdad expositiva, ya que alternó sin transiciones trozos de contundente energía dinámica con otros de sello propiamente camarístico, lo que resintió la fluidez de la comunicación.
En el cuadro vocal, tanto la soprano danesa Susanne Elmark (Marie) como la atildada mezzo inglesa Julia Riley (Charlotte) se desempeñaron con plena eficiencia, al igual que el tenor Tom Randle (Desportes), de excelente línea, y el recio barítono Leigh Melrose (Stolzius).
Puesta magnífica
El puntal fundamental de esta representación fue desde ya su “mise-en-scène”. En lo que hace al vestuario, cabe apuntar que la ópera de Zimmermann admite sólo dos miradas: la uniformidad total y reiterada del atuendo de los soldados, con su simbolismo aplastante, o la diversidad de trajes y colores, camino por el que optó Sofía Di Nunzio. Por su lado, Enrique Bordolini, escenógrafo de larga trayectoria, plasmó en esta ocasión uno de los trabajos más brillantes de su carrera. Extraordinariamente minucioso en una inabarcable multiplicidad de detalles lumínicos y decorativos (recordemos que la acción se desenvuelve en planos simultáneos), pletórico de ideas, diseños, ambientación, amueblamiento, parece indudable que hubo muchos meses de estudio y de reflexión previos para poder exhibir finalmente el marco visual que presentó el Colón.
En cuanto al ”regisseur” Pablo Maritano, digamos que su faena, compleja, por momentos de un expresionismo alucinante, conceptualmente muy bien definida, resultó también consagratoria debido al ingenio de los plurales recursos que lució. Es cierto que sorprendentemente se produjo en el tercer acto un furcio que obligó a repetir “da capo” una parte de la cuarta escena; pero ello no empañó el valor del trabajo teatral de nuestro compatriota, de permanente tirantez en su desarrollo (con alguna caída en las depresiones que ofrece la propia obra), magnífico en los fragmentos colectivos, el desplazamiento y la utilización de volúmenes, el cuidado de mil y un pormenores: Largamente imaginativa en la intercalación de inagotables secuencias paralelas, la producción fue original y sólida por donde se la mire.
Calificación: muy bueno