Maxim Vengerov y Roustem Saitkoluov en los ciclos del Mozarteum
Teatro Colón de Buenos Aires,
Viernes 18 de agosto de 2016
Escribe: Eduardo Balestena
Maxim Vengerov, violín
Roustem Saitkoulov, piano
Mozarteum Argentino, primer ciclo
Un viaje por distintos lenguajes para una de las formaciones camarísticas por excelencia fue la presentación de estos intérpretes.
La Sonata para violín y piano en la mayor, D. 574, “gran dúo”, de Franz Schubert (1797-1828) abrió el programa. Concebida en 1817, el compositor, de veinte años entonces, muestra un gran manejo de las posibilidades de ambos instrumentos y la inagotable veta melódica que lo define. Con una gran libertad en sus recursos formales: acentos; uso de ritmos danzantes; cambios rítmicos; síncopas; modulaciones, la riqueza de la sonata está en todos esos aspectos. El Allegro vivace final, por ejemplo, es una muestra de esa riqueza en la concepción y en los recursos: una forma sonata con la exposición de un vibrante tema danzante en el violín, acentuado fuertemente en el primer tiempo seguido de un bellísimo desarrollo en el piano. Requiere un equilibrio entre la continuidad del fraseo y los acentos para producir una línea de enorme riqueza que sugiere una improvisación, en un todo sin embargo cuidadosamente construido y balanceado en todos sus elementos. Las sonoridades del violín adquieren una gran gama en el uso de estos recursos: rapidez, acentuación, cambios dinámicos de enorme colorido.
Fue interpretada en segundo término la Sonata para violín y piano nro. 7, en do menor, op 30, “Eroica”, de Ludwig van Beethoven (1770-1827). Escrita entre 1801 y 1802 resulta así contemporánea de la sonata opus 13 y de la Sinfonía nro. 3, constituyendo un punto importante en el desarrollo estético y formal del compositor. De amplias proporciones y gran densidad y tensión, con elementos rítmicos e intensidades sonoras que prevalecen sobre el aspecto melódico, es innovadora en varios aspectos.
Uno de ellos es el propio comienzo: un breve motivo descendente en el piano que plantea un cierto clima interrogante; tomado por el violín y que al serlo de nuevo por el piano se hace tajante y dramático: célula musical que se expande a un motivo marcial. El movimiento está desarrollado a partir de la alternancia de elementos que surgen de ese material primigenio. Sonoridades amplias en el piano, el uso muy graduado del pedal, que permite intensificar sonidos, realzar armónicos de otras notas y construir permanentemente el dramatismo de la obra son otros de los recursos del compositor.
Otro aspecto es el uso del silencio y de la vacilación que se producen cuando luego del planteo de un elemento no es posible predecir su evolución posterior, que siempre sorprende un una solución no esperada ni convencional. Las líneas melódicas de ambos instrumentos se completan entre sí en un paisaje sonoro donde el ritmo de danza es utilizado en su intensidad como uno de los elementos que contribuyen al dramatismo de la obra.
La Sonata para violín y piano nro. 2, en sol mayor, de Maurice Ravel (1875-1937) abrió la segunda parte. Son muchas las diferencias en el tratamiento instrumental con respecto a otros lenguajes: las líneas del violín y el piano discurren con independencia y entre ambas producen un paisaje sonoro de indefinición, al comienzo con frases cristalinas, destacadas, en el piano, en la mano derecha y que discurren sin resolver en consonancia en el violín.
En el movimiento central, blues moderato, el violín comienza en pizzicato, con sonoridades y acentos no habituales, con glissandos y acentuaciones propias del jazz, mientras el piano desarrolla un ritmo sincopado. El compositor parece distanciarse de las progresiones armónicas propias del jazz y valerse de elementos de su lenguaje en el marco propio de la música académica.
En último movimiento recuerda en mucho o a la rapsodia Tzigane : el discurso libre y virtuoso del violín incursiona en sonoridades en una exploración que pareciera inspirada a los Caprichos de Paganini.
Las Variaciones sobre “La última rosa del verano”, nro. 6 de los Seis Estudios polifónicos para violín solo, de Heinrich Wilhem Ernst (1812-1865) fue la siguiente obra. Fue abordada por Maxim Vengerov a los doce años, en la VIIIª Competencia Internacional Thaikovsky. Escrita a partir de una melodía tradicional inglesa, desarrolla una serie de variaciones de un modo absolutamente virtuoso, que lo es por alternar a la exposición del tema variado, un acompañamiento dado a partir de ese mismo tema, y en ocasiones, un pizzicato que subraya uno u otro. Recuerda a la Chacona de Bach por el carácter arioso del tema, de gran belleza musical en sí, expuesto en forma destacada y solemne en un sonido evocativo del órgano, que lo es mayormente por dicha simultaneidad de sonidos. Utilizado en sus posibilidades polifónicas el violín revela una paleta tímbrica y expresiva muy diferente.
A la demanda que esa escritura significa de por sí debemos agregar no sólo los recursos técnicos sino estéticos: dar continuidad musical y expresiva a una textura contrapuntística y de variaciones muy compleja en sí misma.
Le siguió el Cantabile para violín y piano en re mayor, opus 17 para violín y piano de Nicoló Paganini (1782-1840), muy diferente del habitual alarde virtuosístico de otras de sus obras destaca la musicalidad de sus motivos y su carácter despojado.
La última obra del programa fue “I palpiti”, introducción y variaciones para violín y piano sobre un tema de “Tancredi”, de Rossini, opus 13 de Niccoló Paganini (1782-1840) y Fritz Kreisler (1875-1962). Sobre la base de una popular aria (Di tanti palpiti) de la ópera Tancredi de Rossini, Paganini escribió una obra para violín y orquesta que sirvió de base al virtuoso Fritz Kreisler para concebir una para violín y piano. De grandes requerimientos en la técnica su contenido musical las coloca más allá de la mera exposición virtuosa, porque tienen momentos de delicadeza y belleza sonora.
Las obras fuera de programa (de Fritz Kreisler, Caprice Viennois y Tambourin Chinnois; de Sergei Rachmaninov, Vocalise y de Johannes Brahms la Danza húngara nro. 5) no sólo infundieron una nueva calidez a la presentación (revelando el carisma de los intérpretes) sino que permitieron apreciar la espontaneidad, soltura y comodidad con las que Maxim Vengerov aborda muy conocidas obras de muchos requerimientos técnicos y a la vez de belleza sonora. Lo singulariza la intensidad inicial que da a las frases, el acelerar un sonido, dejarlo en suspenso y retomarlo con un acento muy propio (tal como sucedió en la Danza húngara nro. 5). En Vocalise fue posible apreciar que su virtuosismo no es frío y técnico sino que reside en gran medida en su musicalidad.
El sonido del instrumento (un Stradivarius de 17127 que perteneciera a Rudolphe Kreutzer) hace a este carácter: un timbre menos incisivo, más suave, envolvente y delicado en los pasajes lentos y definido en los rápidos confiere al discurso una calidez muy propia.
Nacido en 1974, Maxim Vengerov se formó con Galina Tourchaninova y con Sacar Bron; realizó su primer registro discográfico a los 10 años y como solista y director de orquesta lleva una intensa carrera artística y docente, habiéndose presentado con la Orquesta Filarmónica de Berlín, la de Chicago; Marinsky Theater y muchas otras.
Roustem Saitkoulov nació en Kazan, Rusia, donde comenzó sus estudios, que prosiguieron en el Conservatorio Tchaivovsky, de Moscú. Fue ganador en diversas competencias internacionales, obteniendo el Gran Premio del Concurso Ferruccio Buzón y otros galardones. A su actuación en la música de cámara (además del acompañamiento regular a Maxim Vengerov) debe agregarse la que lleva a cabo como solista.
Con obras de estéticas muy diferentes, de muy distinto carácter y exigencias, Maxim Vengerov y Roustem Saitkoulov llevaron a cabo, sin decaer en ningún momento, un extenso programa, con absouta soltura y naturalidad en las demandas más rduas, y con una musicalidad delicada y sutil en obras como Vocalise o el Gran dúo, de Schubert.