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En el Colón, en el abono del Mozarteum


MAGNÍFICA LABOR DE LA FILARMÓNICA DE HAMBURGO

 

Teatro Colón

El jueves 29 de Septiembre de 2016

 

Escribe:Carlos Ernesto Ure


R.Strauss: Don Quijote, poema sinfónico, opus 35;

Brahms: Sinfonía N°1, en do menor, opus 68.

Con Naomi Seiler, viola, Gautier Capucon, cello

Orquesta Filarmónica Estatal de Hamburgo (Kent Nagano).

 

 

 

La reaparición en nuestro medio de la Filarmónica de Hamburgo, que tuvo lugar el jueves en el Colón, constituyó sin duda uno de los grandes acontecimientos del año musical. Bajo la conducción de ese notable maestro que es Kent Nagano y en octava función del ciclo del Mozarteum Argentino, el organismo germano deslumbró, en efecto, debido a su estupenda calidad sonora, la perfección del ajuste y la refinada categoría de las traducciones.

 

Claridad y flexibilidad
Fundada en 1828, en la orquesta llamó verdaderamente la atención no sólo la encumbrada clase de sus filas, sino también el nivel absolutamente parejo de todas ellas (cuerdas, maderas, bronces, percusión). Fueron remarcables la cálida transparencia de acordes densos (incluso en los “tutti”), el equilibrio afiligranado de los planos, la afinación, sincronización de ataques y cierres de frase, así como también la disciplina, convicción y una maleabilidad prodigiosa, que permitió que el maestro estadounidense (de ascendencia japonesa) pudiera recorrer con superior naturalidad prácticamente todas las gamas del espectro musical.

 

La sesión se inició con “Don Quijote”, interesantísimo poema sinfónico de Richard Strauss, prueba de fuego para cualquier agrupación en orden a la complejidad de su orquestación y texturas polifónicas. La capacidad de la Filarmónica lució en esta obra en todo su esplendor, siempre nítida en las articulaciones, exquisitamente flexible en cambios de climas y modulaciones, neta en la unidad del discurso. Nagano, que dirigió sin partitura, manejó esta pieza con bellas inflexiones, melodiosa soltura, y austeras emociones. Tomaron parte como solistas la violista Naomi Seiler, de sedoso “legato” y el francés Gautier Capucon, cellista correcto y enérgico, con recurrentes asperezas en la zona central, pero distinguido por la comunicatividad y fina sutileza de pianos y pianíssimos.

 

Un Brahms diferente
Brahms nació en Hamburgo y fue en su momento titular de esta misma orquesta, que se sintió entonces en la obligación de ofrecer su Primera Sinfonía en la última sección del concierto. Se trata, desde luego, de una obra supertrillada. Pero lo cierto es que sin salirse del estilo, el conductor expuso un enfoque distinto de esta creación paradigmática del repertorio sinfónico universal. Por un lado, y tomando distancia de los moldes académicos, incisivos, rítmica y expresivamente contundentes, su versión, antidramática, nada sombría, quizás romántica, se deslizó a través de un discurso de vuelo espléndido pero moderado (para nada desprovisto de vigor), que ligó armoniosamente períodos sucesivos en ondas de exquisita, continuada cadencia.

 

A lo largo del desarrollo de este trabajo, Nagano puso asimismo en evidencia aptitudes desde ya magistrales para el manejo de la dinámica y el modelado plástico de las estructuras, fuerza en el mensaje trasmitido a sus acólitos, y lo que fue realmente deslumbrante: un arte óptimo, absolutamente inusual, en el gobierno de gradaciones, transiciones e intensidades, lo que le permitió transitar por todas las variables de un arco espacial, si se quiere de sello más luminoso que el de las orquestas centroeuropeas.

 

Calificación: excelente

 

Carlos Ernesto Ure