Con Lisa Batiashvili, Lionel Bringuier y la Tonhalle de Zürich
UN CONCIERTO DE ALTA CATEGORÍA
Teatro Colón
Martes 11 de octubre de 2016
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Tchaicovsky: Concierto para violín y orquesta, en re mayor, opus 35
Mahler: Sinfonía Nª 1, en re mayor, "Titán".
Lisa Batiashvili, violín
Orquesta Tonhalle de Zürich (Lionel Bringuier).
La novena función de abono del Mozarteum Argentino, que tuvo lugar el martes en el Colón, constituyó al igual que la anterior (con la Filarmónica de Hamburgo) una velada de elevada jerarquía. Actuó en la ocasión la Tonhalle Orchester Zürich, una de las agrupaciones más ilustres y tradicionales de Europa, y además de ello, se presentaron como director y solista dos jóvenes treintañeros que alcanzaron ya, como se lo pudo apreciar, un rango artístico de calidad y musicalidad que permite pensar en la consolidación progresiva de carreras internacionales de muy alto vuelo en lo sucesivo.
Violín prodigioso
La jornada se inició con el Concierto opus 35, de Tchaicovsky, pieza endemoniadamente dificultosa, en cuyo transcurso la violinista georgiana expuso cualidades técnicas verdaderamente prodigiosas. Genuino "animal musical" (dicho esto en el sentido más encomiable del término), Lisa Batiashvili abordó este trabajo agotador (cuyo dedicatario se negó a estrenarlo por considerarlo de ejecución imposible) con una energía arrasadora y un mecanismo que le permitió sortear con gallardía y sin tropiezos notas interválicas extremas, pasajes velocísimos en "staccato", trémolos, escalas, dobles cuerdas.
Discípula de nuestra compatriota Ana Chumachenco, y seguida por un público fervoroso, la artista visitante exhibió asimismo, aparte de ademanes y gestualidad algo desbordados, un manejo muy solvente de la cadencia, infatigable vigor de brazos, y como si todo esto fuera poco, una búsqueda continua de la inflexión apropiada. En esta dirección, el inicio del "Andante-Canzonetta", desplegado en pianíssimo con el instrumento en sordina, descolló por su melodismo evanescente, de refinada matriz.
La orquesta, un instrumento
Por su lado, la orquesta helvética cumplió una labor brillante a lo largo de toda la noche en orden a la categoría de sus filas, el perfecto equilibrio sonoro de sus diferentes planos, el cuerpo y la diafanidad de un metal colectivo que para nada debe confundirse con claridad. Por supuesto que no parece justo distinguir algún sector por sobre el resto, porque todos rindieron de manera ciertamente pareja, pero aun así, no puede dejar de mencionarse a la cuerda grave, de alma armoniosa y consistente como un órgano, y a un timbalista de inhabitual sensibilidad en el manejo de volúmenes y matices.
En cuanto al maestro francés, su desempeño comportó desde ya una grata sorpresa para el medio local. Seguro y convincente en sus indicaciones, pleno de pasión en sus directivas, sumamente musical, Bringuier se animó con la Primera de Mahler, y los dividendos fueron magníficos. Todos los perfiles armónico-colorísticos de la Sinfonía "Titán" parecieron ensamblados con una plasticidad de primerísimo rango, las cargas dinámicas de esta creación sin duda intensa reflejaron impecable control, las acentuaciones (no muy marcadas) formaron parte de una línea expresiva criteriosamente preconcebida. A esto cabe añadir a favor del conductor de Niza el dominio del arte de la creación de climas, la construcción de un entramado discursivo envolvente, la exquisita prolijidad de enunciados, ataques y cierres.
Calificación: excelente
Carlos Ernesto Ure