Teatro Colón: Haendel como un “show” musical
“JULIO CÉSAR” EN VERSIÓN DISCORDANTE
Teatro Colón
Martes 6 de Junio de 2017
Escribe: Carlos Ernesto Ure
“Julio César”, ópera en tres actos, con libro de Nicola Francesco Haym, y música de Georg Friedrich Haendel.
- Con Franco Fagioli, Amanda Majeski, Adriana Mastrangelo, Jake Arditti, Flavio Oliver, Martín Oro, Hernán Iturralde y Mariano Gladic.
- Escenografía e iluminación de Enrique Bordolini, vestuario de Sofía Di Nunzio
- “régie” de Pablo Maritano.
- Orquesta Estable del Teatro Colón (Martin Haselböck).
Una de dos. O consideramos que Haendel (o Bach o Vivaldi o tantos otros) mantienen absoluta vigencia a través de los años. O entendemos que con el paso del tiempo se han tornado anticuados, fuera de época. En el primer supuesto, sus obras deberían ser ejecutadas, tratando de extraer de ellas el máximo de su gran mensaje. En la segunda hipótesis, en cambio, lo correcto sería dejarlas de lado o archivarlas. El error, serio en este caso, consiste en querer “aggionarlas” convirtiéndolas en “otra cosa”, más afín al Siglo XXI, porque ello distorsiona y desvirtúa por completo la creación original.
¿Personas o caricaturas?
Esta fue, exactamente, la concepción que inspiró la nueva producción de “Giulio Cesare in Egitto”, que el Colón presentó el martes en tercera función de gran abono de la temporada lírica oficial. Encabezada por Pablo Maritano, la puesta, globalmente indescriptible, pareció enderezada antes que otra a la “revista musical”, y en más de un momento (y esto es fantástico, porque se trata de una ópera por completo seria) llegó a generar risas en el auditorio.
Resulta casi ocioso aclarar que el perfil sicológico otorgado por Haendel a cada uno de sus personajes dramáticos desapareció, porque en medio de situaciones grotescas del mejor costado “kitsch”, los protagonistas fueron convertidos en meras caricaturas de personas. La intención de echar por la borda toda credibilidad teatral para trasladar todo a un encadenamiento de frívolas “boutades” (sin que Haendel importara para nada), fue, casi podría decirse, chocante. Porque si hurgamos en la vasta obra del autor de “El Mesías”, no vamos a hallar nada que parezca farsesco, por lo cual convertir a “Julio César”, con pretensiones de “avant garde”, en una suerte de sainete ridículo, pareció algo perteneciente al denominado “regietheater”.
La función, dicho sea de paso, duró alrededor de cuatro horas y media, y muchísima gente abandonó la sala disgustada después del segundo acto.
Amanda Majeski
En sus aspectos musicales, sin embargo, las cosas fueron totalmente distintas. En el cuadro vocal, cabe destacar en primer término a la joven soprano estadunidense Amanda Majeski (Cleopatra), elemento en permanente ascenso, cuyo registro pareció realmente un diamante bien pulido y de bellas facetas: estilo declamatorio (“Piangerò la sorte mia”), homogeneidad, color, franqueza de emisión, así como también técnica, exquisito legato, respiración, y manejo maleable y claro de coloraturas e intensidades.
A su lado, nuestro compatriota Franco Fagioli (César), uno de los contratenores de mayor relieve en el plano internacional, lució metal adecuadamente modelado, de óptima calidad y manejó con solvente maestría el problema de la cisura entre “voz de cabeza” y “voz de pecho”. Es cierto que su caudal es relativo y que sus fiorituras, más que expresivas (era la idea del compositor) se oyen anodinas debido a la rigidez de la fonación; pero también lo es que si bien su composición no fue dominante, en los últimos dos actos alcanzó armónicos y vibraciones sonoro-acústicas de meritorio rango.
Martin Haselböck
En otros papeles, la mezzo Adriana Mastrangelo (Cornelia) puso en evidencia sobresaliente línea de canto (“Deh piangete, oh mesti lumi”) y el contratenor británico Jake Arditti (Sextus) mostró convicción y elocuencia (tratando de sobrevivir a su caracterización mayormente payasesca). Su colega Flavio Oliver (Ptolomeus) hizo oír voz compacta, aunque plana y sin matices, Hernán Iturralde (Achillas), en una noche opaca, se mostró incómodo en su tesitura, y tanto Mariano Gladic (Nirenus) como Martín Oro (Curio) se desempeñaron con esmerada corrección.
Artífice importante de este relevante desenlace fue sin duda Martin Haselböck (quien acaba de brindar un potente recital de órgano en el CCK). Al frente de la Orquesta Estable (que tocó con afinación temperada; “la” de los claves = 441), el maestro vienés, especialista en el género, concertó con excelentes claroscuros y articulación; su precisión y fluidez métrica, depurados desarrollos dinámicos y acabadas ideas estéticas fueron, desde ya, de primer nivel.
Calificación: malo/excelente
Carlos Ernesto Ure