Vadim Repin, eximio violinista
UNA NOCHE EXCEPCIONAL EN EL COLISEO
Teatro Coliseo
Lunes 26 de Junio de 2017
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Kodalli: Suite “Telli Turna”; Bruch: Concierto N° 1 para violín y orquesta, en sol menor, opus 26;
Dvorák: Sinfonía N° 8, en sol mayor, opus 88. Vadim Repin, violín y Orquesta Sinfónica del Estado, de Estambul (Milan Turkovic).
Fue desde ya una velada que quedará en los anales de nuestro acontecer musical. El lunes, en cuarta función de abono de Nuova Harmonia, se presentó una vez más en nuestro medio Vadim Repin, figura decididamente prodigiosa del violín, quien acompañado por la Orquesta Sinfónica del Estado de Estambul, conducida por Milan Turkovic, ofreció una traducción del Primer Concierto de Max Bruch poco menos que perfecta.
Lenguaje sedoso
No se piense en exageraciones. La sesión tuvo lugar en el Coliseo, ante una sala repleta y entusiasta y lo concreto es que el artista de Novosibirsk (45) deslumbró desde todos los costados. Más allá de su técnica y seguridad absolutas (es ocioso subrayarlo), su manejo de un abanico de matices en legato pianíssimo causó impacto, al igual que sus impecables y precisos ataques y la tersura del arco en toda la amplia extensión de la tesitura (no hubo un solo desliz ríspido).
Lozano en los “glissandi”, elocuente, dulce en las diferentes exposiciones melódicas, así como también ultra transparente en el tañido de las notas de menor valor en escalas y trémolos de máxima aceleración, nuestro visitante puso asimismo en evidencia una musicalidad superlativa, ejemplar dominio del estilo en perfecta simbiosis con Turkovic, y también, parecería superfluo señalarlo, un fluido, exquisito encadenamiento de toque.
La ejecución de su instrumento (un Stradivarius de 1733) no le requirió un esfuerzo particular en ninguna instancia, y sus deslizamientos y saltos interválicos en el espectro sobreagudo se oyeron de asombrosa naturalidad. Pero tal vez el rasgo sobresaliente en lo que hace a las características del artista siberiano (actualmente radicado en Viena), está constituido por la galanura inmaculada de sus notas, modeladas milimétricamente (todas) con increíble redondez, y ese color, tan contenidamente exultante, que otorga a sus pasajes una plasticidad de inigualable expresividad cromática.
Campana acústica
La jornada se había iniciado con una pieza breve del compositor otomano Nevit Kodalli (1924-2009, nada que ver con Zoltan) en la que el canto de las grullas de Anatolia se despliega con amables giros folklóricos, y concluyó con la Octava Sinfonía (1890), de Antonín Dvorák.
La versión, conducida por el maestro austro-croata (77) con gesto preciso y encomiable fervor, como todo el resto del programa, ofreció en verdad cierta dicotomía. Porque en un marco de familias muy parejas, equilibrios adecuadamente balanceados y claridad de texturas, hubo sin embargo trazos fornidos y demasiado compactos en los “forte”, que contrastaron con esquemas esbeltos, delicados, muy bien manejados (el célebre “allegretto grazioso” del tercer movimiento).
De cualquier modo, cabe destacar que el sonido del conjunto del Cuerno de Oro se difundió en todo momento con armoniosa belleza, resaltando pausas y gradaciones, a favor de la magnífica campana acústica que presidida por Elisabetta Riva, su directora general, se acaba de instalar en la sala de la calle Libertad.
Calificación: excelente
Carlos Ernesto Ure