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Despojada de emoción, con Zeffirelli y un fantasma


UNA PÁLIDA “TRAVIATA” EN EL COLÓN

Teatro Colón

Martes 12 de Septiembre de 2017

 

Escribe Carlos Ernesto Ure

 


“La Traviata”, ópera en tres actos, con texto de Francesco Maria Piave, y música de Giuseppe Verdi.

Con Ermonela Jaho, Saimir Pirgu, Fabián Veloz, Gustavo Gibert, Alejandro Meerapfel y Mariano De Salvo.

Vestuario de Raimonda Gaetani,

Escenografía y “régie” de Franco Zeffirelli, repuesta por Stefano Trespidi.

Coro (Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Evelino Pidò).

 

 

“La Traviata” se ubica sin duda entre las obras del repertorio lírico italiano de más fuerte contenido emocional. De donde se concluye que si esa comunicación sensible con el público no aparece, aunque sea mínimamente, la representación termina lisa y llanamente en un fracaso. Éste fue precisamente el déficit de la nueva edición de la célebre ópera de Verdi, que el Colón ofreció el martes, en sexta función de gran abono de la temporada oficial, y ello obedeció a más de un factor.


Voces inexpresivas
En esta dirección, cabe apuntar en primer lugar que la labor de la soprano Ermonela Jaho (Violetta) sorprendió debido al deterioro de su órgano vocal, lo que permite intuir dificultades en su futuro. Además de caudal pequeño, que demandó esfuerzos de audición en más de un momento, articulación idiomática con frecuencia ininteligible y hábiles “truccature” (tratando de “llegar” a la nota), el problema más grave de la artista albanesa fue un intolerable “vibrato” que abarcó casi la totalidad de su registro, afectando desde luego el sostenimiento de una línea melódica y cualquier intención expresiva.


A su lado, su compatriota Saimir Pirgu (Alfredo) mostró metal lozano, pero su primaria dicción italiana y la desabrida tersura y linealidad de la emisión, convirtieron su tarea en algo particularmente epidérmico. Nuestro compatriota Fabián Veloz (Germont), de reconocidos y espléndidos medios, no aportó tampoco demasiado en cuanto al espectro pasional, porque como se sabe, su voz es netamente lírica y carece de timbre y pastosidad dramáticos.


Producción opinable
Preparado siempre por Miguel Martínez, el coro estable, agrupación seria, sólida, de bella sonoridad, consiguió sortear como pudo las excentricidades del concertador. En el podio estuvo Evelino Pidò, maestro debutante entre nosotros que no exhibió mucho. Al frente de una orquesta desprolija, el recio músico turinés, aparte de rimbombante en más de un trazo, elaboró su discurso sin matices atractivos ni de mayor calidad, pero con “diminuendi” y “accelerandi” poco comprensibles, que lo privaron de esquema coherente. Los desajustes con el palco escénico, y aún de la agrupación entre sí fueron notorios en distintos fragmentos.


Franco Zeffirelli tiene noventa y cuatro años, y su puesta de hace tantas décadas se encontraba archivada en los sótanos de la Ópera de Roma, que ya no la usa más. El Colón procuró revivirla, en reemplazo de la prevista en un principio, perteneciente a Sofía Coppola. Sin duda suntuosa, de refinadas visiones estéticas (la casa de campo), grandilocuente, la producción del cineasta de “Hermano Sol, Hermana Luna” parece hoy un tanto enmohecida, más todavía como consecuencia de las desafortunadas innovaciones que le introdujo el repositor Stefano Trespidi.

 

Dejemos de lado la cama de la protagonista en pleno sarao en el acto inicial (?) y algún otro detalle. Pero la fiesta en el palacio de Flora, convertida en una suerte de corso de carnaval, y la trasmutación de Violetta en una figura espectral, un blanco fantasma que domina desde el fondo el apagado final del segundo acto (uno de los concertantes más bellos compuestos por Verdi), relegando todo un marco colectivo armado con el realismo dramático propio del genio de su autor, desfiguró absolutamente la escena y dejó estupefacto al auditorio.


Calificación: regular


Carlos Ernesto Ure