Con Shlomo Mintz, en el Palacio de Correos
LA SINFÓNICA NACIONAL, MÚSICA Y PROTESTAS
Palacio de Correos
Viernes 6 de Octubre de 2017
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Borodin: Obertura de “El Príncipe Igor”
Lalo: Sinfonía Española
Schumann: Sinfonía Nº 3, en mi bemol mayor, opus 97 “Renana”
Shlomo Mintz, violín y Orquesta Sinfónica Nacional (Yoav Talmi)
Hasta una semana antes de este concierto, el anuncio oficial decía que su director iba a ser el prestigioso maestro Dennis Russell Davies, y que el programa incluía la Sinfonía Nº 11 (escribió sólo 4), de 1957, de Edouard Lalo (murió en 1892). La última información de la velada, corregida hace escasos días, no mencionaba incluso la participación de Shlomo Mintz. Algo anda mal (evidentemente, muy mal) en el Ministerio de Cultura de la Nación. Porque aparte de todo esto, la jornada del viernes, en el Centro Cultural del Palacio de Correos, ante un auditorio repleto, se inició con cuatro representantes de la Orquesta Sinfónica Nacional que se dirigieron al público para hacer saber que además de contar con el apoyo de Martha Argerich, sus constantes reclamos de pagos adeudados, realización de concursos y fijación definitiva de su sede (conflicto con el Sistema Federal de Medios Públicos) no se encontraban resueltos. “Somos uno de las organismos sinfónicos más importantes del país, pero desde ya la orquesta peor paga”, dijeron los integrantes de la agrupación, que llegaron al escenario descendiendo por los pasillos de la platea repartiendo volantes alusivos, con una cinta con los colores patrios colocada en todos sus instrumentos.
Más y menos
Mintz, figura de leyenda en el panorama internacional del violín, era de todos modos el artista estrella de la noche, y su labor, desde ya de impecable destreza virtuosística, exhibió, se lo debe decir, notorios claroscuros. Porque por un lado mostró musicalidad innata, ataques decididos, sonido pastoso y sedoso en el sector medio-grave, y exquisitos deslizamientos de arco en la zona sobreaguda. Pero quizá por una cuestión de edad y fatiga muscular, todo su espectro central exhibió cierto dejo de acidez, como si el último intervalo del tono no pudiera ser acabadamente redondeado hasta alcanzar la altura y color debidos. Estas características fueron evidentes en la traducción de la Sinfonía Española, de Lalo, sin perjuicio de la impecable cadencia del andante, y de la desafinación ya generalizada del rondó.
Trazos gruesos
La sesión se había iniciado con una traducción de la obertura de “El Príncipe Igor”, de Borodin, un tanto estrepitosa sin desmedro de su tocante melodismo.
En la célebre Sinfonía Española, pieza clave de la creación sinfónica francesa de la segunda mitad del Siglo XIX, Yoav Talmi se manejó con trazos gruesos, exentos de la más mínima aspiración castiza, y ya en la segunda parte, la “Renana”, de Schumann, fue desenvuelta con similar turbulencia (consecuencia tal vez de ensayos insuficientes).
La continua recurrencia al forte por parte del maestro israelita, su ignorancia del matiz, sus gestos sobreactuados, plasmaron una versión de irreductible energía, crispada, epidérmica, confusa, desde ya desabrida. En síntesis: toda la poesía del romanticismo alemán, sus anhelos e imágenes, que constituyen las bases sobre las que se asienta esta espléndida Sinfonía estuvieron ausentes. La Nacional por su lado, además de un interesante trabajo de la fila de cornos (soslayando algún derrape), mostró ajuste, sonido compacto (porque así lo exigió el director), calidad en los “instrumentinos”.
Calificación: bueno
Carlos Ernesto Ure