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En el Lincoln Center, en la temporada del Met

 

MAGNÍFICA VERSIÓN DE “LOS CUENTOS DE HOFFMANN”

 

New York Met

Sábado 21 de octubre de 2017

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

Nueva York (especial)- En calidad de segundo título de la temporada que se acaba de iniciar (el anterior fue “Norma”, con Sandra Radvanovsky y Joyce DiDonato), la Metropolitan Opera House ofreció una versión de “Los Cuentos de Hoffmann” categóricamente espléndida por donde se la mire. Con James Levine como director musical emérito y el canadiense Yannick Nézet-Seguin como su sucesor “designado” (un interregno extraño), el coliseo del Lincoln Center continua haciendo honor a su alto prestigio, fruto de la confluencia habitual de voces importantes, puestas de calidad y una orquesta que está sin duda entre las mejores del mundo en su especialidad.

 

Brillante imaginación

Lo primero que cabe destacar de esta representación realmente excelente es la producción de Bartlett Sher, magistralmente creativa en diseños (minimalistas o cargados), absolutamente ceñida a la acción dramática y marcada actoralmente con mínimo detalle (incluso hasta con coristas y figurantes en las escenas de masas). Artista importante en el panorama teatral estadounidense, el vuelo altamente imaginativo del “regisseur” de California se complementó con inteligentes proyecciones que ampliaron con naturalidad la dimensión del escenario (Michael Yeargan). Un vestuario de notable categoría (no hubo un solo traje repetido), diseñado por Catherine Zuber y una impecable iluminación (James Ingalls) fueron todos elementos que contribuyeron a plasmar un cuadro visual de vibrante plasticidad.

 

La dinámica coreografía trazada por Dou Dou Huang, se integró además, muy armoniosamente, con el sello estético de la “mise-en-scène”. En cuanto a la versión musical (Offenbach dejó inconclusa su única ópera), la utilizada fue la no muy valiosa edición de Fritz Oeser, de 1977, “enderezada a cubrir baches” y rematada con dudoso acierto (hubo incluso una interversión de los actos segundo y tercero).

 

Las voces

Preparado por Donald Palumbo, el coro de la casa tuvo una labor particularmente destacada debido a su sincronización, amalgama y hermosura global. En el podio estuvo Johannes Debus, muchos años maestro interno en la Ópera de Frankfurt, quien al margen de algunos desencuentros con el palco escénico, brindó por cierto una traducción impecable de esta genuina obra maestra, a la cual le faltó sin embargo ese “touch” propio de la lírica francesa.

 

En el extenso reparto de cantantes, la mezzo bielorrusa Oksana Volkova (Giuletta) lució correcto registro y el tenor característico Christophe Montagne (los cuatro Sirvientes) se manejó con graciosa y comunicativa impronta. La soprano rumana Anita Hartig (Antonia), sin perjuicio de su recurrencia a la emisión “forte”, mostró metal de óptima belleza, fresco, homogéneo, terso, mientras que Vittorio Grigolo (Hoffmann) tuvo un desempeño desparejo, complicado en los fragmentos de mayores exigencias dramáticas, y de mayor elocuencia en otros más adecuados a sus medios líricos.

 

La mezzo irlandesa Tara Erraught (Musa y Nicklausse), criticada en Alemania por algunos colegas por su figura rolliza, teatralmente inapropiada para ciertos papeles, mostró aplicadas condiciones actorales y voz interesante, de peso relativo, sin ir mucho más allá. Los dos solistas más destacados de la noche fueron de todos modos Laurent Naouri y Erin Morley.


La soprano ligera de Utah (Olympia) expuso un canto cristalino, de acabada uniformidad, “legato”, “staccatti”, agudos y sobreagudos de manejo franco, al tiempo que el bajo-barítono parisién (los cuatro Villanos), a quien escuchamos en inmejorable forma en Londres en Agosto (“La Condenación de Fausto”), acreditó remarcable línea, timbre y técnica, así como también órgano de sólida consistencia y fraseo de alta categoría.

 

Carlos Ernesto Ure