Andrea Chénier en el final de la temporada lírica del Teatro Colón
Teatro Colón
Miércoles 13 de diciembre de 2017
Escribe: Eduardo Balestena
Andrea Chénier, ópera en cuatro actos (1896)
Música: Umberto Giordano
Libreto: Luigi Illica
Dirección musical: Christian Badea
Director del coro estable: Miguel Martínez
Elenco: Andrea Chénier, José Cura (tenor); Maddalena de Coigny, María Pía Piscitelli (soprano); Carlo Gérard, Fabián Veloz (barítono); Bersi, Guadalupe Barrientos (mezzosoprano); Mathieu, Gustavo Gilbert (barítono); Roucher, Emiliano Bulacios (bajo-barítono); Incredibile, Sergio Spina (tenor); Madelón, Alejandra Malvino (mezzosoprano); Condesa de Coigny, Cecilia Aguirre Paz (mezzosoprano); Fleville, Norberto Marcos (bajo); Abate, Iván Maier (tenor); Dumas, Alejandro Meerapfel (barítono); Fouquier-Tinville/Mayordomo, Víctor Castells (bajo); Schmidt, carcelero, Alejandro Spies (barítono)
Orquesta y Coro Estable del Teatro Colón.
Dirección de escena: Matías Cambiasso
Diseño de escenografía y vestuario: Emilio Basaldúa
Supervisor de vestuario: Eduardo Caldirola
Diseño de Iluminación: Rubén Conde
Diseño coreográfico: Carlos Trunsky
Teatro Colón de Buenos Aires, 13 de diciembre, hora 20 (Abono Nocturno Tradicional).
Riqueza de motivos, transformación y superposición de esos motivos de acuerdo a los sentimientos requeridos, arias solistas imbricadas en la acción pero con un gran significado en las transformaciones psicológicas de los personajes y un libreto de gran fuerza, concisión y claridad, que vincula con maestría única dos planos: el de los hechos históricos y las historias individuales (la Historia y las historias) singularizan a Andrea Chénier.
La música abarca diversas intensidades y funciones: subraya, acompaña, adopta una función narrativa pero más que nada, deslumbra. El comienzo, con su rápido pasaje en la cuerda, de una manera grácil, nos introduce en el mundo narrado. Pronto, el motivo musical que acompaña a la aparición del personaje del padre de Gerard significa un elemento musical diferente –sombrío y admonitorio- que será expuesto y transformado –como un leimotiv- a lo largo de la ópera y que en su apertura significa un punto de quiebre que atestigua que un mundo finaliza y surge otra cosa.
Una muestra más de este lenguaje, que alterna distintas clases de acordes e intervalos y timbres según se demande liviandad o dramatismo- es la conversión de un tema marcial en La marsellesa o el uso de material temático del primer acto en el segundo.
La música
La Orquesta Estable, bajo la dirección del maestro Christian Badea, abordó la partitura de Giordano con todos sus matices, tan cambiantes e íntimamente conectados a la acción y al diálogo, con su sutilezas tímbricas, sus acordes a veces tajantes y los breves o extensos solos –arpa, clarinete- y la continuidad de un discurso que, en sus gradaciones dinámicas, se abre permanentemente a nuevos motivos.
Voces y coro
Fabián Veloz, encarnando el personaje de Carlo Gérard, que abre la acción y establece un clima, lo interpretó con un recurso vocal que reflejó tanto la energía, frustración y transformación de su personaje –odio, resentimiento, amor, arrepentimiento, valentía-. El personaje requiere a un barítono de voz amplia y dramática, con gran caudal. Fuera de esta demanda de volumen su canto cumplió con los exigentes requerimientos del personaje. Tuvo una técnica y afinación perfectas que le permitieron explotar al máximo sus dotes. Una muestra fue la bellísima y extensa ¿ Nemico della patria?, del acto III.
María Pía Piscitelli deslumbró con su voz potente, de gran belleza y musicalidad, su fraseo perfecto y la desgarradora intensidad de su extensa La mamma e morta, del acto tercero. La de su personaje es una transformación espiritual absoluta: de la frivolidad al dolor, la entrega y el sacrificio por amor.
Por su parte, José Cura administró sus recursos vocales reservándolos para el dúo final, en el que mostró claridad, afinación y fraseo. En otras intervenciones se pudo apreciar cierta oscuridad en el rango medio y agudo de su registro y déficit de volumen, perceptible particularmente en los dúos con María Pía Piscitelli.
Guadalupe Barrientos mostró un registro absolutamente pleno y expresivo en todas las demandas de un personaje, como el de Maddalena, sometido a una tajante transformación. Potencia, claridad, afinación, fuerza y solvencia escénica la singularizaron.
Como Roucher, Emiliano Bulacios mostró una de las voces masculinas más potentes y de mayos presencia.
En cada una de las particularidades de sus roles destacaron las voces de Sergio Spina, con los siniestros matices del Incredibile; Alejandra Malvino, con su desgarrante Madelon; Víctor Castells, el mayordomo y a la vez siniestro acusador Fouquier-Tinville. Cecilia Aguirre Paz; Gustavo Gilbert, Iván Maier; Alejandro Meerapfel; Alejandro Spies tuvieron en sus roles –Condesa de Coigny, Mathieu, abate, Dumas, carcelero- tuvieron en sus roles la solvencia de sus voces.
Asimismo el coro, homogéneo, potente, siempre afinado, dio espesor a intervenciones grupales como la la sesión del tribunal revolucionario.
La puesta
La escasa anticipación con la que –gracias a la renuncia de la cineasta Lucrecia Martel- debió ser resuelta la puesta y el resultado obtenido hablan de la solvencia y profesionalidad de los artistas con los que cuenta el Teatro Colón.
Sin las ambiciones de puestas de “avanzada” que pretenden ser una creación individual superpuesta a una ópera, se pudo apreciar un criterio de funcionalidad y síntesis, un cuidado en movimientos de escena, iluminación y cuadros de conjunto de gran belleza visual, en el marco de un vestuario acorde y de una iluminación que realzó elementos centrales, como el surgimiento del amaneces en el último acto.
Escenas de ballet, un escenario giratorio que resolvió la acción del tercer acto fueron muestras de un criterio estético y funcional a la vez.
El Teatro Colón cerró su temporada lírica de 2017 con una muy buena versión de una gran ópera.
Eduardo Balestena