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“Tres Hermanas” en la apertura del Colón


INFORTUNIOS EN LA CAMPIÑA RUSA

Teatro Colón

Martes 13 de Marzo de 2018

 

Escribe: Carlos ernesto Ure

Fotos: Teatro Colón. Arnaldo Colombaroli, Máximo Parpagnoli

 


"Tres Hermanas”, ópera en un prólogo y tres secuencias con texto de Claus Henneberg y Krysztof Wiernicki, y música de Peter Eötvös.

Con Elvira Hasanagic, Anna Lapkovskaja, Jovita Vaskeviciute, Luciano Garay, Marisú Pavón, Victor Castells, Walter Schwarz, Alejandro Spies, Mario De Salvo, Hector Guedes, Carlos Ullán, Pablo Pollitzer y Santiago Martinez. Iluminación de Gonzalo Córdoba, escenografía y vestuario de Jorge Ferrari y “régie” de Rubén Szuchmacher.

Orquesta Estable del Teatro Colón (Christian Schumann y Santiago Santero).

 

 

“Es un bodriazo” clamaba uno de los tantísimos espectadores que se retiraban durante la función. No seamos tan severos. Pero lo cierto es que aunque se trate de una obra contemporánea de muy cuidado tratamiento musical, su elección no pareció la decisión más feliz para inaugurar la temporada lírica oficial del Colón. Estrenada en Lyon hace veinte años, “Tres Hermanas”, de Peter Eötvös se ofreció el martes, en calidad de primera presentación americana, y bien puede decirse que se trató de un espectáculo estirado y anodino, historia eslava de vidas tediosas, lamentos, frustraciones, desencuentros, del que por cierto se puede prescindir aunque dura sólo una hora cuarenta minutos sin intervalos.

 


Aspectos musicales
Sustentado por dos conjuntos orquestales, uno en el foso (amplia percusión, algunos vientos y cuatro cuerdas) y otro en la parte trasera superior del escenario, el trabajo del compositor húngaro (presente en la velada) exhibe un discurso deshilvanado, por lo general tenue, que soslaya factores melódicos, rítmicos y armónicos para concentrarse en un desarrollo de células de no muy largo aliento. “Glissandi” y “clusters”, acordeón amplificado como definidor de climas, el lenguaje de Eötvös, rico en inventiva, fluido, parece antes que otra cosa una acumulación de efectos sucesivos, suerte de acompañamiento (y no de guía), a veces logrado, de la acción que va transcurriendo en el escenario.


La debilidad mayor de esta pieza que en realidad no es una ópera sino cuadros de tinglado de prosa con ropaje musical, radica de todos modos en la imposibilidad contextual de transformar la edición original de Chejov en una creación para el teatro lírico. Si se nos perdona la redundancia: la ópera es teatro, esto es un género musical en el que resulta esencial la acción dramática, imposible de lograr cuando se trata de discusiones para ver si se despide o no a una sirvienta o se desgranan lentamente las abúlicas frustraciones provincianas sobre lo que cada uno quiso ser y no fue.


La puesta
Al frente de los pulcros grupos orquestales estuvieron Christian Schumann y Santiago Santero, quienes hicieron gala de una glacial precisión técnica (“Tres Hermanas” no da precisamente para la trasmisión de emociones). En el cuadro vocal (la obra se cantó en ruso) se distinguieron la soprano eslovena Elvira Hasanagic (Irina), elemento a tener en cuenta, la mezzo Jovita Vaskeviciuté (Olga), de registro potente y su colega Anna Lapkovskaja (Masha), todas intérpretes de bellas voces. Junto a ellas, y entre los artistas locales, cabe destacar los méritos de Marisú Pavón (Natasha) y Carlos Ullán (Dr. Chebutykin). Para el personaje de Solioni, hizo falta un metal más intenso y seductor que el de Mario De Salvo.


La escenografía, ascética, funcional, fue diseñada por Jorge Ferrari. En lo que hace a la “mise-en-scène”, a cargo de Rubén Szuchmacher, cabe afirmar que nuestro reconocido director de la escena de prosa hizo lo que pudo para rescatar una acción super morosa, parejamente intimista, acartonada, sicológica. Extrapolar la obra de su propio hábitat del campo ruso en el siglo XIX, no contribuyó además a fortalecer su credibilidad o animación.


Calificación: regular


Carlos Ernesto Ure

 

 

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