LA GRAN ARQUITECTURA MUSICAL
Teatro Provincial de Salta,
Jueves 15 de Marzo de 2018
Escribe: José Mario Carrer
Solista: Armands Abols (Riga-Capital de Letonia).
Orquesta Sinfónica de Salta.
Director Titular maestro Noam Zur.
Concierto para piano y orquesta nº 1 en do mayor op. 15 de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
Sinfonía nº 6 en la mayor WAB 106 de Anton Bruckner (1824-1890).
Aforo 90 %.
El título pertenece, imagino, al maestro Zur y es el que figura en el programa de mano. En el concierto de esta noche se muestran dos ejemplos que responden a él, de distintas épocas, medios y estilos, pero que van construyendo lo que en los siglos XVIII y XIX fue el lenguaje compartido de muchos compositores. El genial Beethoven fue muchas cosas. Entre ellas se destaca su virtuosismo pianístico, la belleza de sus primeras obras y su destreza compositiva. En este último aspecto nunca fue un compositor de escritura fácil. Cada obra parecía una batalla porque tenía la idea pero el acabado final no solo se conseguía luego de duros esfuerzos sino que a veces tardaba años en llegar al último acorde. Este primer concierto para piano con orquesta, escrito alrededor de sus veintiocho años, abre lo que será la música de su futuro. Hasta ese momento su música más estaba dentro del clasicismo. Es una obra agradable y casi decorativa que exige lo que él podía hacer frente al piano. Exige una dosis de virtuosismo que el notable solista visitante resuelve con destreza y musicalidad. En efecto, el maestro Abols, letón radicado en Chile, hizo gala de ese requerido virtuosismo que comenzó luego de una prolongada introducción orquestal. Se trata de un “allegro con brío” con sus dos temas opuestos pero carente de drama alguno sino que su resolución está en el marco de lo tradicional. Luego vino un bellísimo “largo” con el tema inicial a cargo del piano. El último esquicio, “rondó, allegro scherzando” es arrebatador por su incesante inventiva rítmica más un rico colorido y plenitud sonora. El nutrido aplauso generó en el lujoso pìanista visitante, en carácter de bis, un pasaje de Romeo y Julieta de Sergei Prokofiev transcripto para piano por el mismo autor.
Bruckner fue un notable organista austríaco que desde el punto de vista compositivo era casi un autodidacta. Fue una figura solitaria, cuyo hablar conservaba un tinte campesino que en Viena se menoscababa a lo que se unía una fuerte reticencia a hablar de su música. Escribió ocho sinfonías completas y la novena quedó inacabada con la idea no buscada de unir el romanticismo temprano con el tardío. En su tiempo su música no tenía la trascendencia que hoy tiene, tal vez por las extensiones de sus movimientos o de las sutilezas que empleaba en sus composiciones. Era un hombre sencillo pero de música no fácil como es el caso de la sexta sinfonía escuchada esta noche por primera vez en Salta. Admiraba hasta la exageración a Wagner pero sin Bruckner tal vez Mahler no hubiera existido. Esta sexta es mística y espiritual pero queda claro que la exposición sonora busca la empatía auditiva con su carácter abstracto no programático. Aquí es bueno señalar el acierto de elegir la que editó Franz Schalk tres años después de la muerte del compositor. De todos modos, el tratamiento sinfónico es de tal grandeza, de tal magnitud, que sobrecoge al oyente. Hay un primer movimiento de carácter majestuoso, un apasionado “adagio” y dos poderosos movimientos finales, una prueba definitiva para cualquier agrupación sinfónica. El maestro Zur, lleva a la orquesta local a una cima infrecuente con su gestualidad, su conocimiento del material sinfónico y su búsqueda permanente de la fantástica arquitectura de la Europa central. En lo personal debo decir que es como que cada presentación supera a la anterior, más allá de la ejecución de obras disimiles, que se pone de manifiesto en la respuesta de los músicos, casi como que liberan su arte en procura de la mejor interpretación posible. Esto que puede parecer exagerado, les prometo que no lo es, sino que me da la impresión que se están abriendo puertas que antes estaban entornadas.