Pelléas et Mélisande, en el Teatro Colón
Teatro Colón, función de gran abono
Viernes 31 de agosto de 2018.
Escribe: Eduardo Balestena
Pelléas et Mélisande, ópera en cinco actos.
Música y libreto: Claude Debussy (basada en la obra homónima de Maurice Maeterlink).
Dirección musical: Enrique Arturo Diemecke
Elenco: Mélisande, Verónica Cangemi (soprano); Pélleas, Giuseppe Filianoti (tenor); Golaud, David Maze (barítono); Arkel, Lucas Debevec Mayer (bajo); Geneviéve, Adriana Mastrángelo (mezzosoprano); con Marianella Nervi Fadot, Alejo Laclau y Cristian de Marco.
Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón; director del coro, maestro Miguel Martínez.
Idea y dirección original: Gustavo Tambascio.
Dirección de escena: Susana Gómez.
Escenografía: Nicolás Boni.
Iluminación: José Luís Fioruccio.
Vestuario: Jesús Díaz.
En Pelléas et Mélisande se crea, renuncia y transforma: Se crea un lenguaje nuevo donde el centro se desplaza de la acción a aquello no enteramente enunciado y que se expresa en el cromatismo, el enlace de acordes y una línea de canto despojada que sigue las inflexiones del habla. Se renuncia a la melodía en favor del clima sonoro: la melodía es lo explícito, el clima sonoro es lo implícito. Se transforma el modo de narrar y el lenguaje armónico: no hay secciones de pregunta y respuesta sino un fluir sin forma en el cual la historia discurre, casi subterráneamente, con atmósferas que recuerdan a Tristán e Isolda, más que nada en el preludio del tercer acto y en la idea de que el amor absoluto –o quizás todo absoluto- es irrealizable.
Una obra elusiva
El enigma es el concepto central que alude a algo que se intuye y desconoce al mismo tiempo y que Golaud enuncia, expresando además de sus propios interrogantes, los del espectador. Nada sucede y todo sucede, del mismo modo que en el desenlace, todo se gana y todo se pierde, como se enuncia en la letra.
Mélisande encarna el único absoluto de la obra, aquel capaz de liberarse de su clima opresivo: es la inocencia y el amor puro, uno que no puede ser entendido desde la idea de posesión, que encarna Golaud.
Sutileza tímbrica, con voces instrumentales reconocibles y a la vez difuminadas que connotan paisajes sonoros, sentimientos y a la vez clímax, en los momentos de violencia: la música ofrece la idea de un largo poema sinfónico que va mutando con reminiscencias de otras obras de Debussy (El mar; Nocturnos, el Preludio a la siesta de un fauno) y –pese a que Debussy señaló que la música de Wagner era “una pasta sonora en la que es imposible distinguir un violín de un trombón”- de Tristán e Isolda: progresiones tonales, elementos sin resolución o con una resolución inesperada y una suerte de marco de una línea de canto neta y despojada. La Orquesta Estable brindó acabadamente estos matices, tan extensos como complejos y sutiles, lo cual habla tanto de su preparación como de la dirección del maestro Diemecke.
Palabra y silencio
Un canto, por decirlo así, de renuncia: a la línea fácil, el lucimiento y la expresión directa, dado en la calidez, profundidad o rispidez de la frase y que –como lo señaló Diego Fischerman, apela al valor del silencio- , implica que el efecto resida en el propio timbre, en sus intensidades, en la delicadeza del fraseo en un idioma –el francés- que es acaso el más musical de todos, importa una exigencia: la de depositar todo el efecto en la calidad de la emisión. Verónica Cangemi mostró acabadamente el carácter enigmático y puro de su personaje, desgarrado, luminoso e inocente: una potencia sólida y a la vez sutil, un matiz siempre justo y pleno. Lo mismo puede predicarse de Felipe Filianoti, un Pélleas que se debate entre en anhelo de libertad y el amor. Muy diferente, Golaud, pretende atravesar la línea de aquello que no se dice y preguntarlo y pugnar por saberlo, lo cual resulta en una imposibilidad que lo lleva a la violencia y la desesperación: David Maze fue desde la comprensión, a la violencia, con una voz capaz de expresar cada uno de esos matices. Una vez más, Adriana Mastrángelo confirió al personaje de Geneviéve, su voz, sutil, elegante y de perfecto fraseo. Lucas Debevec Mayer brindó a su personaje de Arkel su potencia vocal, profunda, pura y de una perfecta proyección en esos matices que le son tan propios. Por su parte Marianella Nervi Fadol confirió a su personaje de Yniold, su línea de gran musicalidad, una capaz de expresar la inocencia tanto como el temor y la intensidad. El resto del elenco y el coro estuvieron acodes a la solidez vocal de los personajes centrales.
Un universo crepuscular
La puesta, dirigida por Susana Gómez, focalizó en el carácter oscuro y crepuscular de los espacios, esa suerte de “jaula invisible” a la que alude, de la cual no es posible salir. Aborda lo implícito al desdoblar la escena del encuentro en el cual Pélleas intenta retener a Mélisande: por un lado vemos el plano real de los personajes y por otro, aquel que podemos imaginar que sucede en sus deseos o en otra realidad no develada al espectador. Vestuario e iluminación son fieles a este carácter íntimo uno que se construye desde la sugerencia, el misterio y la construcción del espacio simbólico que el drama requiere.
Eduardo Balestena