Se estrenó “La Traición Oral” en el Colón
BORROSO HOMENAJE A MAURICIO KAGEL
Viernes 26 de octubre de 2018
Centro de Experimentación del teatro Colón.
Escribe: Carlos Ernesto Ure
"La Traición Oral”, una épica musical sobre el diablo en treinta y seis escenas, con texto y música de Mauricio Kagel.
Con Teresa Floriach, Iván García y Cristian Drut, narradores.
Iluminación de Sebastián Viola y Luis Casella Horn
Escenografía de Noelia Svoboda
Vestuario de Isabel Gual
"régie" de Antoine Gindt.
Conjunto musical (Rut Schereiner).
Colón
Genuina pieza de teatro musical del absurdo (nada que ver con una ópera, como se la ha catalogado), Mauricio Kagel (1931-2008) compuso “La Traición Oral” entre 1981 y 1983, ya radicado desde hacía tiempo en Colonia, y por encargo del gobierno francés, y lo hizo como un “divertimento” basado en “Los Evangelios del Diablo según la creencia popular”, recopilación que Claude Seignolle había publicado en París en 1964.
Con una hora y veinte minutos de duración, a lo largo de una secuencia única, el discípulo de Ginastera y Juan Carlos Paz escribió una obra desde ya original en su lenguaje y morfología estructural, desplegada alrededor de un mito que lo fascinaba. Representada en Europa y por cierto imaginativa, indagadora de espacios mágicos, multifacética, “La trahison orale” parece hoy por cierto un tanto perimida, porque como teatro serio no se la puede analizar, y en cuanto a recolección de “boutades” resulta excesivamente extensa, monocorde y reiterada. Si la intención del autor, desde ya, fue producir un trabajo relativamente cómico, satírico-iconoclasta, por cierto que en esta dirección no genera en los tiempos que corren mayor efecto, salvo en aspectos decorativos.
Lenguaje particular
Plena de trucos y tintes escalofriantes, la partitura de nuestro compatriota fue presentada el viernes en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, en calidad de estreno argentino y como homenaje (pálido) a su autor con motivo de cumplirse una década de su deceso (Kagel había dirigido varias de sus creaciones, de mejor envergadura, en el Colón en 2006).
Consonante y disonante, salpicado por golpes de piedras, vientos, pitos, martillazos, silbidos, arrastrarse de víboras, mugidos de la tuba, sonidos todos que no son para horrorizar porque apuntan a subrayar contextos precisos, bien podría decirse que el discurso a veces amable, pueril, homófono de “La Traición Oral” es en realidad amorfo, y está salpicado por continuos parlamentos “a cappella” de los que en la versión que nos ocupa, de un castellano aporteñado, prácticamente no se entendió nada.
Formado por cinco músicos, entre quienes sobresalió la pianista Silvia Dabul, soporte de toda la jornada, el grupo orquestal incluyó además tres percusionistas de alto nivel (Bruno Lobianco, Oscar Albrieu y Gonzalo Pérez), y bajo la dirección de la franco-argentina Rut Schereiner, nacida en Tandil, se manejó con esmaltada precisión.
Puesta inconexa
El déficit ilevantable de esta edición fue su escenificación. Desplegada en los sótanos del Colón, las ideas del “regisseur” Antoine Gindt, sin duda con ambiciones innovadoras, parecieron absolutamente erradas. Porque eliminando las butacas (quedaron sólo algunos bancos aislados y el grueso de los espectadores debió permanecer de pie), procuró convertir todo el espacio del Centro de Experimentación en una suerte de ámbito móvil, de tránsito, compartido entre público, figurantes y actores.
Esta suerte de desmadre teatral, con dos instalaciones vivientes (una capilla y un banquete) y tres recitante en continuo deambular por todo el sitio con voces amplificadas provenientes sorpresivamente de cualquier ángulo (de los cuales al único que más o menos se le entendía algo era al venezolano Iván García), provocó una suerte de interminable desconexión dramático-argumental. Y ello fue de tal magnitud como para que la versión, sin escenario fijo, penumbrosa, con grabados dantescos y músicos iluminados por una luz roja, se convirtiera en una experiencia onírico-alucinante para todos los que asistieron a este espectáculo imposible de seguir y comprender.
Calificación: regular
Carlos Ernesto Ure