“Un tranvía llamado deseo”, de André Previn, en el Colón
Teatro Colón
Viernes 10 de Mayo de 2019
Escribe: Néstor Echevarría
Ya estaba planificada la temporada de este año y dentro de ella fechas y repartos, y protagonistas de “Un tranvía llamado deseo” del compositor André Previn, cuando el 28 de febrero, dia de su fallecimiento, estando este critico presente en la sala del Colon para hacer la recensión correspondiente al concierto inaugural de temporada de la Filarmónica de Buenos Aires, se dio a conocer la infausta noticia.
Alli, todos nos enteramos por la comunicación al público, con micrófono en mano, proveniente del maestro mexicano Enrique Arturo Diemecke, director artístico y de produccióndel teatro, tras el intervalo de la función, anunciando que el mencionado maestro había fallecido en Nueva York. a los ochenta y nueve años de edad. Ello causó tristeza y en la sala se escuchó en su memoria (como tributo general) un persistente aplauso en mérito a su trayectoria.
Y efectivamente cabe resaltar para los lectores, que se trata de una figura destacada de la música de nuestro tiempo,cuyo verdadero nombre era Andreas Ludwig Priwin. Berlinés de origen, tomó asi su nombre artístico y se convirtió en un excelso pianista, director y también compositor.
Su primer aporte operístico (hubo uno segundo, sin notoriedad) fue “Un tranvía llamado deseo”, basada en la célebre pieza de Tennessee Williams que fuera estrenada en 1947, y que dio lugar a una partitura con libreto de Philip Littell y que estrenó en la Opera de San Francisco en 1998 con el protagonismo de Renée Fleming, para quien compuso el absorbente y difícil papel de Blanche Dubois.
La ópera trascurre con una duración muy dilatada (los dos primeros actos, seguidos, insumieron una hora y cuarenta y cinco minutos) porque sigue muy de cerca la narrativa del original, y toma el carácter de un teatro musicalizado y cantado con un casi constante declamado, salvo situaciones diversas que no pierden interés. Está construida con dominio en lo musicaly vocal, pero con cierta monotonía expresiva y armónicamente ambigua.
Merece ponderarse la versión ofrecida por el Colón de Buenos Aires, encomendada en primer término al director irlandés, nacido hace cuarenta y siete años en Dublin, David Brophy, que expuso la partitura con sutilezas y buena sonoridad.en esta producción presentada en carácter de estreno sudamericano.
Muy apropiada y caracterizada la puesta escénica confeccionada por elementos locales, como la cuidada “régie” de Rita Cosentino sobre escenografía de Enrique Bordolini y un adecuado vestuario de Gino Bogani., de manera de dar a cada escena, en una sucesión de ámbitos arquitectónicos comunicados, frente al público, donde ocurre toda la trama, una perceptible connotación referente al contexto temático.
En el escenario, la veterana soprano irlandesa Orla Boylan trazó el personaje de Blanche con total efectividad vocal y escénica –lleva una actuación de varias décadas- y un logrado manejo del drama, secundada por Sarah Jane McMahon, como Stella, soprano de los EEUU de voz pequeña pero de buena captación del personaje de la hermana de la protagonista central.
Lo mismo puede decirse del competente barítono David Adam Moore (con unos sesenta roles en su carrera) y el tenor Eric Fennell, originario de Pennsylvania, asi como la mezzosoprano de la misma nacionalidad Victoria Livengood, ganadora de un Grammy e intérprete de cien roles en numerosos teatros. Todos estos, en los demás personajes de la obra.
En definitiva, asistimos a una muy digna producción por parte del Colón de la celebrada obra de Tennessee Williams puesta en música, en forma de una ópera que, insistimos, recrea como un comentario musical el drama propuesto por el autor. Previn resolvió asi, acostumbrado por su trabajo en la música para el cine, dando a la partitura y las escenas cantables esa sensación de un relato para teatro lirico en este caso, resignificando el mérito y priorizándolo, de la obra teatral.
Néstor Echevarría