Con la espléndida puesta de Roberto Oswald, repuesta por Lápiz y Cambiasso
DIGNA VERSIÓN DE “TURANDOT” EN EL COLÓN
Teatro Colón
Martes 25 de junio de 2019
Escribe: Carlos Ernesto Ure
"Turandot”, ópera en tres actos, con libro de Giuseppe Adami y Renato Simoni y música de Giacomo Puccini.
Con Maria Guleghina, Kristian Benedikt, Verónica Cangemi, James Morris, Raúl Giménez, Alfonso Mugica, Santiago Martínez y Carlos Ullán.
- Iluminación de Rubén Conde
- Vestuario de Aníbal Lápiz
- Escenografía y “régie" de Roberto Oswald, repuestas por Cristian Prego, Lápiz y Matías Cambiasso.
- Coro de Niños (César Bustamante)
- Coro (Miguel Martínez)
- Orquesta Estables del Teatro Colón (Christian Badea).
Obra maestra por donde se la mire, desde ya inigualable (para más de un colega italiano, de no haber muerto a los 65 años Puccini hubiera superado a Richard Strauss), es difícil asistir a una representación de “Turandot” sin conmoverse. Es que a sus envolventes, exquisitos diseños melódicos, sus esquicios disonantes tan intensamente comunicativos, su apasionada exaltación del amor como “la luz del mundo”, se unen magníficos frescos corales, la fuerza de los bronces y el sentimiento que genera advertir que las últimas palabras a las que el compositor puso música en su vida, al cabo de un peregrinaje creativo formidable, fueron: “bondad, belleza, poesía” (“Morte di Liù”, según Mosco Carner “uno de los momentos más emotivos de todo el teatro de ópera”).
Puesta lujosa
Basada en una fábula de Carlo Gozzi, el Colón repuso el martes el títulode la “princesa de hielo” en tercera función de gran abono de la temporada lírica oficial (están previstas diez representaciones), con la puesta elaborada por Roberto Oswald en 1992, reproducida luego en la versión del Luna Park de 2006. La "mise-en-scène" de nuestro talentoso productor, sin duda artista mayor en nuestros anales melodramáticos, fue recreada por Matías Cambiasso, Cristian Prego y Aníbal Lápiz, su más fiel colaborador. Suntuoso, funcional, perfectamente aderezado en materia teatral, bien iluminado por Rubén Conde, el marco visual, de corte realista-fantasioso, se vio realzado por su ceñida adhesión a la trama y la belleza de sus formas.
En el podio estuvo el maestro rumano Christian Badea (71), ya conocido de nuestro público, quien plasmó con buen brazo una traducción si se quiere correcta sin ir un milímetro más allá debido a sus articulaciones irregulares y la carencia de un fraseo de mayores matices y concisión expresiva (atención: no confundir entusiasmo sonoro con efusividad). El Coro de Niños, preparado por César Bustamante, mostró disciplina y cierta desincronización con el foso en el segundo acto, y otro tanto aconteció con el sector femenino del Coro Estable (dirigido por Miguel Martínez), cuyo desempeño global resultó de todas maneras espléndido por sus vibraciones, vigor y colorido en las soberbias páginas que le dedicó el músico de Lucca.
Altos y bajos
En el plano vocal, aparte de la reaparición de dos glorias de otros tiempos, James Morris (Timur, otrora gran Wotan) y Raúl Giménez (Altoum), de detenido fraseo, los tres dignatarios-máscaras, el uruguayo Alfonso Mujica y nuestros compatriotas Santiago Martínez y Carlos Ullán (Ping, Pang y Pong) se manejaron con acabada solvencia.
La mendocina Verónica Cangemi (Liù), fuera de su repertorio habitual, si bien lució metal bien conformado y línea de tersa elocuencia, mostró algunas inseguridades y afinación no siempre impecable. En cuanto al tenor lituano Kristian Benedikt (Calaf), de débil expansión emocional, cabe apuntar que su emisión se pudo apreciar netamente dividida. En el pasaje alto y el agudo, sin desmedro de una potencia insuficiente para un recinto del tamaño del Colón, sus notas fueron francas, de atrayente “squillo”. Sin embargo, en la media voz y zonas central e inferior de su tesitura, la columna de aire se oyó como proyectada demasiado adentro de los resonadores, con timbre y esmalte neutros y tendencia (va de suyo) obviamente “calante”; esto es: muy deslucida (tercer acto). Una de dos: o se trata de un problema de técnica, o de la influencia del factor nervioso.
La veterana soprano ucraniana María Guleghina (59), con más de treinta años de carrera en papeles pesados, encarnó a la protagonista con entereza musical incuestionable. De poderoso volumen (final del segundo acto), y registro que mantiene homogéneo, sin fisuras en toda su amplia extensión, debe reconocerse que superó gallardamente su arduo compromiso y lo hizo con aplomo, sin esquivar ningún escollo, a favor asimismo de una remarcable labor actoral.
Calificación: bueno/muy bueno
Carlos Ernesto Ure