Un final brillante en la última representación de “TURANDOT” en el Colón
LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS PRIMEROS
Teatro Colón
Domingo 7 de julio de 2019
Escribe: Martha Cora Eliseht
Tras haber ofrecido 9 representaciones de la obra póstuma de Giacomo Puccini con diferentes elencos, el pasado domingo 7 del corriente se ofreció la última representación de “TURANDOT” en el Teatro Colón, con el siguiente reparto: Nina Warren (Turandot), Arnold Rawls(Calaf), Jaquelina Livieri (Liú), Lucas Debevec Mayer (Timur), Gabriel Renaud (Emperador Altoun), Juan Font (Mandarín), Sebastián Angulegui (Ping), Iván Maier (Pang), Sergio Spina (Pong), Gabriel Centeno (El Príncipe de Persia), Analía Sánchez y Cintia Velázquez (Dos doncellas). La dirección musical estuvo a cargo de Christian Badea - quien ya dirigió a la Orquesta Estable en varias oportunidades- y con reposición de la puesta en escena de Roberto Oswald (1933-2013) llevada a cabo por Cristian Prego y Matías Cambiasso, bajo la dirección escénica y vestuario de Aníbal Lápiz e iluminación de Rubén Conde.
Sin lugar a dudas, la reposición de la magnífica puesta en escena anteriormente mencionada fue el marco perfecto para el desarrollo de la obra póstuma de Puccini en la China imperial, acorde al cuento de Carlo Gozzi sobre el cual se basa el compositor de Lucca para componer su ópera, con libreto de Giuseppe Adami y Renato Simoni. Desgraciadamente, Puccini muere antes de concluirla en 1924, motivo por el cual Franco Alfano termina la orquestación y el final sobre temas propios del compositor. La perfecta iluminación de Rubén Conde y el imponente vestuario de Aníbal Lápiz completan una combinación magistral de lujo y buen gusto. Inclusive, se tiene en cuenta el significado de los colores en la tradición china: Turandot es fría y déspota y gobierna en un reino donde cunde la muerte - representada por el blanco, color de luto- , mientras que en el último acto, al caer rendida por el beso de Calaf, se le coloca un manto rojo –símbolo de alegría y fiesta-. Por eso, el Príncipe de Persia aparece vestido de blanco ante su inminente muerte, mientras que el dorado es símbolo de vida y justicia impartidas por el Emperador Altoun. Un efecto muy bien desarrollado, con un sinnúmero de figurantes en escena ayudaron a completar una puesta en escena digna de los mejores teatros de ópera del mundo. En este aspecto, cabe recordar que el Colón no es una excepción a la regla.
En cuanto al desempeño de la orquesta y el coro, tanto el Coro Estable como el Coro de Niños del Colón – dirigidos por Miguel ángel Martínez y César Bustamante, respectivamente - tuvieron una excelente preparación y brindaron una perfecta composición sonora, actuando como si fueran un protagonista más –acorde a la concepción pucciniana -. Christian Badea demostró sus dotes de director de ópera brindando una versión correcta, con un sello personal un tanto sui géneris, pero que no por eso dejó de ser brillante. Respetó los momentos de mayor dramatismo en las arias principales y brindó el clima de misterio en el preludio del 3° Acto de la obra - previo al célebre Nessun Dorma - . También supo marcar perfectamente las entradas de los personajes principales y la diabólica escena del verdugo Pu Tin Pao (Gira la cota, gira, gira!) en el 1° Acto. Y ofreció un final a toda orquesta en la escena de la boda de Turandot y Calaf. Personalmente, una cree que se reivindicó luego de haber obtenido críticas iniciales un tanto adversas.
Acorde al título de esta nota, los roles principales a cargo del segundo elenco también supieron hacer justicia a la música de Puccini –al igual que la versión ofrecida por el elenco nacional que, desgraciadamente, una no pudo apreciar- y su correspondiente reivindicación con respecto del primer elenco. Nina Warren fue una Turandot espléndida, con muy buenos matices e inflexiones de la voz en las arias principales (In questa reggiay en el Aria de los Enigmas del 2° Acto, al igual que en el dúo del 3° Acto). Posee una coloratura y una tesitura dramática soberbia, al igual que sus excelentes dotes histriónicas, que se conjugaron para brindar una magnífica interpretación del personaje. El tenor Arnold Rawls posee una voz muy bella, con buenos matices y color tonal –por momentos, imitando el estilo de Pavarotti, tal como Rolando Villazón a Plácido Domingo-. Si bien el caudal de voz sonó muy justo en el 1° Acto, su fraseo y su línea de canto fueron impecables. Su personaje fue creciendo vocalmente en intensidad a medida que avanzaba la obra –un tanto justo en “Non piangere, Liú!”y perfecto en las respuestas del Aria de los Enigmas, para llegar a la apoteosis en el Nessun Dorma (donde el público comenzó a aplaudir y vitorear antes de la culminación del aria)- y en el último cuadro (“Principessa de morte”) logró su consagración total. Jaquelina Livieri brindó una muy digna interpretación de Liú, que descolló por el aspecto emocional –a más de un oyente se le cayeron las lágrimas en el “Signore, ascolta!” y en“Tu, che de gel sei cinta”- . Y en la escena de la tortura, en vez de gritar –también acorde a la concepción puccianiana- dio un grito ahogado junto a la expresión de dolor en su rostro. Actoralmente y vocalmente perfecta, también recibió la ovación del público ni bien terminadas sus arias. Pero el plato fuerte de la función fue Lucas Debevec Mayer, quien brindó un Timur de antología: vocalmente perfecto, con una voz de caudal y potencia arrolladoras y perfectas dotes histriónicas para interpretar a un viejo emperador ciego y destronado. También fue soberbio el trío de máscaras compuesto por Sebastián Angulegui, Iván Maier y Sergio Spina, donde actuaron en conjunto como si fueran una sola voz, pese a que cada uno tiene sus matices y, en el caso particular de Ping, la única aria que canta este personaje (“Ho una casa nell’Honan”). Se destacaron por la simpatía con la cual encararon a sus respectivos personajes y el buen nivel de canto. Juan Font cantó muy bien su parte como el Mandarín –maravillosamente caracterizado- y Gabriel Centeno hizo su aparición en escena como el Príncipe de Persia –que no canta- con solemnidad, enfrentándose a su muerte. Y Gabriel Renaud ofreció un correcto Altoun.
La última representación ha sido una función brillante para cerrar esta nueva versión del clásico póstumo de Puccini, que estuvo ausente de las Temporadas del Colón durante 13 años y que debe ser interpretada por excelentes cantantes. Y acorde al título de la nota, los últimos elencos fueron los primeros en excelencia vocal para recrear con su bello canto lírico todo el lujo y el esplendor de la China Imperial.