CON SELLO PROPIO Y ESTILO PERSONAL
Teatro Coliseo
Sábado 24 de Agosto de 2019
Escribe: Marta Cora Eliseht
Hace ya un tiempo que además de actuar como solista, Horacio Lavandera participa en conciertos donde ejerce el doble rol de pianista y director de orquesta. Así como su colega Andras Schiff se presenta regularmente como solista y director del Ensamble Andrea Barcia, Lavandera ha decidido incursionar en este rubro desde hace ya un par de años atrás, donde una pudo apreciarlo al dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional en el Centro Cultural Kirchner (CCK), con gran suceso de público y crítica. Por lo tanto, este año decidió repetir esa maravillosa experiencia ofreciendo dos conciertos los días 23 y 24 del corriente en el Teatro Coliseo, dirigiendo a la Orquesta Clásica Argentina en un programa que incluyó los dos Conciertos para piano y orquesta de Frederik Chopin (1810-1849) y sus homónimos n° 3 en Do menor, Op. 37 y n° 5 en Mi bemol mayor, Op.73 (“El Emperador”) de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
En declaraciones radiales ofrecidas hace aproximadamente dos meses a quien escribe, Horacio Lavandera manifestó que se encuentra actualmente en una etapa de crecimiento profesional y que se sentía muy cómodo al ejercer los dos roles. Por ende, decidió organizar estos conciertos incluyendo las obras anteriormente mencionadas, que conoce a la perfección merced a su prodigiosa memoria y a su temperamento, que le permite incursionar en ambos géneros. Asimismo, mencionó que la elección del repertorio no fue casual, ya que siempre soñó con dirigir estas obras además de tocarlas, imprimiendo- les su sello personal. Para ello, convocó a músicos de las más importantes agrupaciones sinfónicas del país –Orquesta Sinfónica Nacional, Filarmónica de Buenos Aires y de Música Argentina “Juan de Dios Filiberto”, entre otras-y creó la Orquesta Clásica Argentina.
Debido a compromisos profesionales, quien escribe participó del concierto ofrecido el sábado 24 del corriente, donde se interpretaron el Concierto n°5 para piano y orquesta en Mi bemol mayor, Op.73 (“El Emperador”) de Beethoven y el n° 2 en Fa menor, Op.21 de Chopin. Ambos poseen tres movimientos, pertenecen al género romántico y forman parte de los tradicionales programas de conciertos. Y si bien una los ha escuchado infinidad de veces por grandes intérpretes, en esta nota sólo se referirá a la presente versión.
El título de “Emperador” no pertenece a Beethoven, sino al editor inglés Johann Cramer, quien lo publicó en Londres luego de su estreno por la Gewandhaus de Leipzig en 1811. Desde los acordes del Allegro inicial, el último de los conciertos escritos por el genio de Bonn sonó magistralmente, respetando los tempi y los tres temas del 1° movimiento. Lavandera sorprendió dirigiendo de memoria y dando perfectamente las entradas a cada uno de los grupos de instrumentos al mismo tiempo que interpretaba sus solos, que fueron ejecutados con su habitual maestría y su técnica impecable. Esto se notó aún más en el tercer tema –introducido por el piano hacia el final del movimiento-, caracterizado por su virtuosismo y por ser vibrante (cualidades que Lavandera cumplió eficazmente). Como no podía ser de otra manera, el lirismo típico del 2° movimiento (Adagio un poco mosso) fue sublime, al igual que la coda que anuncia –de maneraattaca- al Rondó- Allegro ma non tanto final. Mientras que la parte solista estuvo maravillosamente ejecutada desde el principio hasta el final, no obstante, hubo un ligero desacople entre solista y orquesta previo a la capitulación final. Probablemente, pudo haberse apurado un tanto en la marcación del tiempo correspondiente, pero en líneas generales, la orquesta supo acompañar perfectamente al solista y todos los instrumentistas desarrollaron una muy buna labor. Si Lavandera no podía dar una entrada, el concertino Gustavo Mulé sí lo hizo en tiempo y en forma, constituyendo una dupla perfecta. De todos modos, no fue motivo para desmerecer todo lo actuado hasta ese momento, sino todo lo contrario, ya que el público estalló en aplausos hacia el final, en un teatro prácticamente colmado de gente.
El célebre Concierto n° 2 en Fa menor, Op. 21 data de 1829 y fue estrenado por el mismo Chopin en Varsovia al año siguiente. En realidad, fue compuesto antes que su homónimo en Mi menor y también consta de tres movimientos. El primero de ellos (Maestoso) está escrito en forma sonata y posee una amplia introducción orquestal, donde se exponen los dos temas principales: el primero, más lírico –desarrollado por la orquesta- y el segundo, de carácter íntimo –desarrollado por el solista-. Luego de un fortissimo, el piano toma el comando y ya será el protagonista hasta el final. Para un pianista de los quilates de Horacio Lavandera, fue como un guante que le calzó perfectamente bien, ya que pudo hacer gala de su técnica y su brillante interpretación. Se lo apreció más aplomado y seguro como director en este concierto que en el de Beethoven, logrando un espléndido equilibrio sonoro entre piano y orquesta y respetando perfectamente los tempi. El maravilloso tema romántico del 2° movimiento (Larghetto) encontró en Lavandera a un intérprete ideal, ya que supo conjugar los momentos de mayor dramatismo con el cantábile y la connotación erótica de la melodía (hay que recordar que Chopin se lo dedicó a su amada, Konstanza Gladkowska, antes de abandonar su Polonia natal). El tercer movimiento (Allegro vivace) está escrito en forma de rondó y también tiene dos melodías principales, de las cuales, la última es una mazurka, que fue interpretada según la mejor tradición romántica polaca, donde el piano juega con la orquesta para cerrar con un brillante moto perpetuo final, que la misma supo ejecutar magníficamente bien. Una versión memorable desde todo punto de vista, que encontró su correlato en los numerosos vítores y el aplauso unánime del público al final del concierto.
Naturalmente, no faltaron los bisesy ante el aplauso sostenido por parte del público. Horacio Lavandera decidió brindar uno junto a la orquesta, y el otro, como solista: el último movimiento del Concierto para piano n° 3 en Do menor, Op.37 de Beethoven (Rondó- Allegro), donde tanto el solista como la orquesta se lucieron en una versión excelsa, caracterizada por respetar perfectamente los tempiy por la soberbia interpretación de la cadencia por parte del solista, que cerró el recital con una monumental variación para piano de Libertango, de Astor Piazzolla. Tanto Lavandera como los músicos se retiraron ovacionados y se lo vio profundamente conmovido y feliz por el suceso alcanzado. Ha crecido como director orquestal y ha demostrado con creces que puede ejercer ambas funciones a la vez. Y, al igual que varios de sus colegas –Leopold Hager, Andras Schiff y Daniel Barenboim, entre tantos otros- ha decidido incursionar en este nuevo rol. ¿Quién dice que en el día de mañana no se transforme en un gran director de orquesta sinfónica?... Sólo es cuestión de tiempo.