Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, abono 13
Teatro Colón
Jueves 12 de septiembre de 2019
Escribe: Eduardo Balestena
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires
Director: Enrique Arturo Diemecke
Solista: Lilya Zilberstein (piano)
La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires se presentó en su décimo tercer concierto de abono bajo la dirección de su titular, el maestro Enrique Arturo Diemecke.
La Rapsodia Sobre Un Tema De Paganini, opus 43, de Sergei Rachmaninov (1873-1943) fue interpretada en la primera parte.
Escrita en 1934, en “Senar” -la casa de diseño Bauhaus que fue la residencia de Rachmaninov en Suiza- quizás sea, junto con el concierto nro. 3, en re menor, opus 30 uno de sus trabajos para orquesta e instrumento solista que explota de un modo tan absoluto y virtusiosístico la técnica de la variación.
Lo hace con diversas herramientas: exposición de aspectos parciales del tema, trabajo sobre la extensión del antecedente y consecuente de dicho tema, cambios de tonalidad, polirritmia, inversión (como en el caso de la variación 18), modulación, alternancia de un tema A (la-do-si-la-mi, un acorde en la menor arpegiado) con uno B, usado como cantus firmus, uso del fragmento inicial del Dies Irae –en oportunidades claramente expuesto y en otras enmascarado- con una absoluta libertad capaz de aunar lo intelectual –un intelecto de gran rigor- con la pura inspiración.
De diferente carácter, tras la breve introducción disonante (con acordes de séptima sin resolver y quintas paralelas, elementos de lenguaje no utilizados en general en la escritura post-romántica) las 24 variaciones pueden ser divididas –respondiendo al esquema de concierto en tres movimientos -allegro-moderato-allegro- de la introducción a la variación 10, presentándose una modulación de la menor a re mayor, hasta la variación 18, donde la obra llega a un clímax, para finalmente llevar a la variación 19 hasta la 24 con una nueva modulación a la tonalidad inicial.
Obra de hondo lirismo, los pasajes rápidos están dados en un armado que requiere una absoluta precisión: sonidos puntuales, breves, extremadamente rápidos, imbricados en un discurso pianístico de pasajes muy virtuosos.
Con algunos desfasajes, en el principio, entre el instrumento solista y la orquesta esta versión mostró una menor intensidad y un tempo más lento del deseable en el primer ataque, así como ausencia de ciertos acentos en las primeras variaciones, algo planas. El resultado en los pasajes rápidos fue mejor, así como en lugares tan conocidos como la variación 18. El sonido orquestal, formalmente ajustado a la obra, pleno y de matices, mostró una muy correcta interpretación: maderas, vientos, cuerdas, percusión, secciones que aportan no sólo belleza sonora sino colores, matices y climas.
Del mismo modo que el concierto número 3, se trata de una obra esencialmente virtuosa, rápida e intensa, con elementos muy precisos y marcados y, como se pudo apreciar, abordarla no es tarea sencilla ya que obedece a otras exigencias: no basta con responder a sus demandas formales sino que es preciso darle el carácter marcado y virtuoso con el que el gran compositor la concibió.
La Sinfonía nro.9, en re menor, de Anton Bruckner (1824-1896) fue interpretada en la segunda parte.
Dentro de la unidad de la obra sinfónica del gran compositor cada una de sus sinfonías tiene un sello propio. En este caso, está dado por la circunstancia de haber quedado inconclusa y finalizar en un Adagio: langssam, feirelich lento solemne de una honda connotación espiritual; también por el contraste entre un movimiento inicial Feierlich (solemne-misterioso) y un breve Scherzo, bewegt, lebhat (animoso vivaz) que alterna un elemento A marcado y uno B en pie ternario, de carácter danzante. Los materiales del primer y tercer movimiento tienen en común el carácter de un ofrecimiento temático, que parte de elementos en sí simples: motivos breves que se abren y ascienden en intensidad –como en el inicial- de los cuales surge algo nuevo y amable, capaz de producir expectativa y que suele rematar en cambios en la métrica con temas de enorme calidez sonora. Brucker piensa en términos puramente musicales un tejido de gran belleza pero también de gran efectividad para plasmar tanto su fe como su pensamiento.
De este modo, las formas y funciones convencionales –forma sonata, coda, modulaciones y complejidad armónica- sufren una suerte de quiebre: la sensación y la función de final, por ejemplo, suelen no coincidir: amplios acordes y volumen sonoro que producen sensación de final no marcan el efectivo final: basta un silencio y una intervención de la madera, por ejemplo, para disipar la tensión e introducir la idea de que tras ese final sigue sucediendo algo y que ese algo es significativo y profundo. Fe y música, se imbrican honda y sentidamente.
También la riqueza del paisaje sonoro, sus matices, la transformación de motivos vinculados entre sí y la sucesión de otros nuevos, formar un horizonte –por momento de sonoridad organística- realmente único en la música.
En cuanto a la presente versión cabe distinguir dos aspectos: (1) el puramente sonoro de una orquesta que trabaja en un tejido complejo –cuerdas divididas, por ejemplo- maderas que plantean un tema que pasa a la cuerda o que llevan uno propio mientas la cuerda discurre en otro material, en lo que fue el sonido pleno y ajustado de una orquesta muy efectiva, del (2) entendimiento y concepción de la obra.
Este último aspecto, decididamente cuestionable, evidencia que las sinfonías de Bruckner requieren un tempo rubato flexible, marcado por la significación e intensidad musical y que permita plasmar la fluida riqueza de las articulaciones que a su vez permiten apreciar la profundidad musical de la obra. Por ejemplo, al iniciarse ésta –con un elemento inicial de expectativa, la aparición de un tema central recurrente y un pasaje de cuerdas, maderas y timbales, surge, tras una leve pausa, acorde al cierre del material previo, un bello pasaje en las cuerdas con notas ligadas que conduce a un rico desarrollo. En esta interpretación, tanto la rapidez del tempo como el hecho de haber sucedido ese pasaje sin solución de continuidad, dieron por resultado una exposición superficial de tan bello lugar. Este problema se presentó en numerosos pasajes de la cuerda donde el tempo no estuvo en consonancia con el contenido temático.
Otro de los problemas fue el primer crescendo, que en esta versión estuvo marcado por un accelerando en nada congruente con la intención del compositor.
El volumen, siempre alto, también restó matices del rico discurso de un metal que no siempre tiene función de volumen musical. En este tejido, de enorme riqueza, cada metal aporta una cualidad propia: las tubas wagnerianas puestas a introducir un matiz, trompetas y trombones con un sonido seco y una tuba contrabajo que, al igual que en la sinfonía nor.8, es siempre activa, prestando un soporte armónico al mismo tiempo que un timbre, y una sección de cornos a las que se le encarga una función cantábile además de la de brindar matices.
La música de Bruckner tiene requerimientos técnicos y también una predisposición espiritual, no puede ser abordada con un criterio convencional sino que demanda una concepción estética acorde a su riqueza.
Eduardo Balestena