La crisis económica agravada por el gobierno que se fue se hizo sentir con fuerza
EL BALANCE DE LA TEMPORADA LÍRICA
Miércoles 11 de diciembre de 2019
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Una mirada retrospectiva sobre el movimiento operístico del año que termina permite comprobar sin esfuerzo que ésta fue una temporada pobre, de actividad escasa y en general poco relevante. Pero esto no puede ser llamativo. Porque la generalizada “debâcle” económica a que nos llevó el gobierno que se fue se hizo sentir en todos los órdenes, y afectó también, por supuesto, el mundo de la cultura y el arte.
El Argentino
En esta dirección, las compañías privadas se vieron obligadas a reducir su labor al mínimo, en el interior el recorrido fue corto, y en cuanto al Argentino, con argumentos cómodos, sus autoridades mantuvieron virtualmente cerrado uno de los teatros líricos más grandes del continente. Si no se trató de pretextos a la mano, esto es, si es cierto que la sala no puede abrirse hasta que no se le hagan refacciones imprescindibles, esto no habla muy bien de la política cultural de la gobernadora María Eugenia Vidal, que en cuatro años no fue capaz de asignar las partidas necesarias a estos fines. Aclaremos que todo el personal y los cuerpos estables pidieron en Julio la destitución del director Martín Bauer, frente a lo cual el Ministro de Gestión Cultural Alejandro “el conejo” Gómez hizo olímpicamente oídos sordos.
El Colón
En lo que se refiere al Colón, que siguió equivocadamente con “Músicas de Cerati” y yerbas parecidas, la “stagione” se integró sólo con ocho (8) títulos, o sea poquísimos (en 1922 se dieron veintinueve, lo que habla de nuestra decadencia como país). Esta reducción al mínimo de las funciones de abono puede explicarse por razones de asfixia presupuestaria (pese a los que más que holgados ingresos del Gobierno de la Ciudad). Pero lo peor fue el modesto relieve artístico que tuvo la mayoría de esas representaciones.
Con las excepciones individuales que se indican “Rigoletto” (Ekaterina Siurina), “Ariadne auf Naxos”, “Don Pasquale” (Jaquelina Livieri, Carlos Ullán), “Orfeo y Eurídice” y “Los Cuentos de Hoffmann” (Rachele Gilmore) fueron eventos de los que nadie se va acordar. Musicalmente impersonal, “Un tranvía llamado deseo”, interesó nada más que por la novedad y la meritoria puesta de Rita Cosentino. Sólo “Turandot”, debido a la magnífica producción de Roberto Oswald, Aníbal Lápiz, Matías Cambiasso, Cristián Prego y Rubén Conde, y “L’Incoronazione di Poppea”, con el Ensemble Matheus y la refinada concertación de Jean-Christoph Spinosi, pueden calificarse como espectáculos de atrayente nivel.
Cabe destacar además que Enrique Arturo Diemecke pareció ir ocupando progresivamente más y más espacios en el seno de la organización. El maestro mejicano, en efecto, se desempeña como director general artístico y de producción (¿una superposición con la directora general María Victoria Alcaraz?), director de la Filarmónica de Buenos Aires (de la que conduce la gran mayoría de los conciertos), director en ocasiones de la Orquesta Estable (“Los Cuentos de Hoffmann”), director de seminarios y aun de “Disney en concierto” (en unos meses le toca “Star Wars”).
Los recitales
Paralelamente con ello, la temporada registró recitales líricos de alto rango.
El Mozarteum volvió a traer a la mezzo Joyce DiDonato, quien en esta oportunidad protagonizó una suerte de acción escénica interesantísima, sumamente creativa, consagrada fundamentalmente al barroco. Presentados por el Colón, el célebre barítono Thomas Hampson, secundado por Luca Pisaroni, brindó una suerte de “show” multivariado (“No se admiten tenores”), de apreciable calidad. La soprano tártara Aida Garifullina, acompañada por orquesta, abordó también con elevada prestancia y registro cristalino un repertorio diverso, al tiempo que la mediosoprano letona Elína Garanca, también gran figura en el plano internacional, en su excelente debut en nuestro medio ofreció un programa heterogéneo con la Filarmónica y Diemecke.
Otros escenarios
Desaparecida “Buenos Aires Lírica” y abortada “Magna Lírica” (Mariana Carnovali), proyecto que debería reanudarse, la única entidad privada sobreviviente, “Juventus Lyrica” sólo pudo ofrecer dos obras en el Avenida: “La Traviata”, con las columnas de la agrupación, Antonio Russo en el podio y Ana D’Anna en la “régie”, y “La Flauta Mágica”, con Oriana Favaro, Nazareth Aufe y Livieri, Hernán Schvartzman al frente de la orquesta y María Jaunarena a cargo de la puesta. En el Astral, el Ensamble Lírico Orquestal (Gustavo Codina) presentó por su lado “El Barbero de Sevilla”.
La denominada Ópera de Cámara del Teatro Colón, repuso a su vez en Marzo “Powder her face”, de Thomas Adès, interesante estreno del año pasado, en el Veinticinco de Mayo, y ofreció en Diciembre en la misma sala de Villa Urquiza “Mitrídate, rè di Ponto”, ópera juvenil de Mozart, en primera presentación latinoamericana.
Fuera de nuestra ciudad
En lo que hace al movimiento del teatro musical en el interior del país, el Roma, de Avellaneda (ubicado en un emplazamiento que no es ciento por ciento seguro), aparte de “Butterfly”, anunció para Noviembre una reposición de “Iris”, de Mascagni. En “El Círculo”, de Rosario, una plaza donde la ópera italiana tuvo “altri tempi” tanto arraigo, se dieron sólo “La Traviata”, con Paula Almerares y “Mefistofele”, con Mario y Marcelo Perusso, Daniela Tabernig, Florencia Machado y Enrique Folger, al tiempo que en el Teatro del Bicentenario, de San Juan, se ofreció una versión en castellano de “La Flauta Mágica”.
Si se quiere un quehacer deshilachado con algún punto destacado, reflejo de nuestra crítica realidad.
Carlos Ernesto Ure