Viaje al pasado en la apertura de la temporada de ópera
EL COLÓN Y LOS ORÍGENES DEL TEATRO LÍRICO
Teatro Colón
Jueves 8 de julio de 2021
Escribe: Carlos Ernesto Ure
Monteverdi: “Altri Canti”, con textos de Ottavio Rinuccini, Francesco Petrarca, Gabriello Chiabrera, Torquato Tasso y Gian Battista Guarini.
Con Daniela Tabernig, Oriana Favaro, Constanza Díaz Falú, Adriana Mastrangelo, Santiago Martínez, Pablo Urban, Alejandro Spies, Iván García, Martín Oro, Hernán Iturralde y Víctor Torres.
Video de Matías Otálora
Iiluminación de José Luis Fiorruccio
Vestuario de Renata Schussheim
Escenografía de Nicolás Boni
“Régie” de Pablo Maritano
Ensamble Barroco (Marcelo Birman).
Lo que cabe señalar de manera inicial es que en estas circunstancias inéditas por las que está atravesando el país en materia económica-sanitaria, es doblemente meritorio el esfuerzo de las autoridades del Colón, que contra viento y marea el jueves dieron inicio a su temporada lírica (esta vez sin abonos) con un programa dedicado por entero a Claudio Monteverdi, desde ya con aforo limitado y las prevenciones asépticas del caso.
Por supuesto que frente a este estado de cosas, la primera inclinación crítica debería ser globalmente laudatoria. Pero lo cierto es que el espectáculo, de un poquito más de cien minutos de duración, para peor, sin pausa alguna, exhibió variados flancos débiles, que lo tornaron como común denominador desabrido y tedioso.
La ópera como hecho humano.
Claudio Monteverdi (1567-1643) fue “tal vez el único que trazó la línea que la música debía seguir por siglos”, afirma Gian Francesco Malipiero. Agraciado creador entre “el muriente renacimiento y el barroco invasor”, despojó de formalidad y acartonamiento a los esquemas alegóricos de la Camerata Fiorentina y los compositores de entonces, para dotar a sus obras de una médula humanística-teatral inédita, que plasmó un sello que definió para siempre el arte de la ópera.
Su música, en síntesis, si se quiere revolucionaria (aún en sus reflejos disonantes), despojada de aspiraciones meramente esteticistas, “primer ensayo de drama musical en la edad moderna” como lo explica Ildebrando Pizzetti, apuntó en definitiva a revelar por primera vez la expresión y sentimientos de los protagonistas, individuales o colectivos, a través de una acabada simbiosis entre la melodía y la palabra.
Poco de esto se pudo apreciar en la jornada que nos ocupa, fundamentalmente debido a la casi permanente densidad y opaco color del Ensamble Barroco, conjunto demasiado numeroso (veintiséis miembros), con instrumentos de época, que condujo Marcelo Birman. Es verdad que en punto al orgánico del grupo instrumental que acompaña las ejecuciones de Monteverdi y la integración del bajo continuo, todo se vertebra “a piacere”, esto es, de acuerdo a las libres preferencias del director, ya que el contexto sinfónico original no se conoce (Sébastien Daucé acaba de referirse en Aix-en-Provence a “una pequeña orquesta que sostiene perfectamente la narración”).
Pero aun así, manejada con una impronta casi siempre desleída, carente de matices y de afiligranada transparencia (algo insólito en el compositor de Cremona), la exposición, cuadrada, monocorde, además de exhibir excesiva percusión, hizo echar de menos cierta falta de dulzura y delicadeza. Esto sin perjuicio del preciso desempeño de la fila de flautas de pico y corneta en su contribución al empaste, y de la tarea meticulosa, entusiasta y ajustada del concertador. De los acordes anchos, de apagada grandilocuencia de tiorbas y archilaúd mejor no hablemos.
Blancos y negros
Cabe apuntar que la propuesta, denominada “Altri Canti”, se dividió en tres partes, integradas por números diversos tomados en su mayoría de los Libros Séptimo, Octavo y Noveno de Madrigales, partes todas de neto sentido teatral y acción dramática.
En el elenco vocal, llamó la atención la falta de uniformidad estilística de los participantes. Ello no obstante, cabe apuntar que en un análisis singular y entre varios otros de meritoria labor, se destacaron la mezzo Adriana Mastrangelo (Venus en la heterogénea mascarada “Ballo dell’ ingrate”), el barítono Víctor Torres y la soprano Oriana Favaro (”Combattimento di Tancredi e Clorinda”, con su pasional “stile concitato” y “rappresentativo”), y el tenor Santiago Martínez en “Altri canti d’amor, tenero arciero”, lo más logrado de toda la noche, con el esbelto concurso de Constanza Díaz Falú y Daniela Tabernig, esta última demasiado estentórea en cambio en el célebre “Lamento della ninfa” (no confundir con el “Lamento de Arianna”). El otro momento de alto rango, ya en el cierre, fue el himno latino “Ave Maris Stella” (N° 12 de “Vespro della Beata Vergine”), de bellas reverberaciones polifónicas, entonado por casi toda la compañía con bonito esmalte canoro.
La puesta
Edición bien pensada (aunque a veces el camino está empedrado de buenas intenciones), si esta nueva producción se salva –a medias- es debido a sus aspectos escénicos, sin duda de atrayente plasticidad.
Renata Schussheim diseñó un vestuario particularmente heterogéneo, pero primoroso y para nada discorde con el universo fabuloso representado, Nicolás Boni trazó una escenografía imaginativa, apropiada a los diversos estadios del desarrollo teatral, criteriosamente iluminada por José Luis Fiorruccio y complementada por finos videos proyectados por Matías Otálora.
Por su lado, Pablo Maritano, aprovechando con talento los espacios y planos escénicos en lo alto y en lo ancho, modeló con inteligencia una puesta ingeniosa, de movimientos delicados pero nada estática en todo lo que se pudo, cometido desde ya poco fácil tratándose de este repertorio.
Calificación: bueno
Carlos Ernesto Ure