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Shostakovich y Tchaicovski en

UN CONCIERTO SINFÓNICO ACOTADO EN EL COLÓN
 

Teatro Colón

Viernes 30 de julio de 2021

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

 

Shostakovich: Concierto N° 1 para piano, trompeta y orquesta, en do menor, opus 35;

Tchaikovski: Serenata, en do mayor, opus 48.

Iván Rutkauskas, piano

Fernando Ciancio, trompeta

Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (Ezequiel Silberstein).

 

Con aforo extendido al cincuenta por ciento y los recaudos sanitarios del caso, la idea de las autoridades del Colón pasa por realizar en estos momentos veladas sinfónicas limitadas a cerca de una hora de duración, sin intervalos, para evitar la circulación de público. En este marco, y con dedicación a autores rusos de señalada trascendencia, Dmitri Shostakovich y Piotr Ilyitch Tchaicovski, el viernes actuó la Filarmónica de Buenos Aires, que bajo la conducción de Ezequiel Silberstein, ejecutó dos obras de algo más de veinte minutos de extensión cada una de manera, si se quiere, básicamente honorable.

 

Shostakovich y Stalin

Por un lado William Walton dijo que era “el compositor más importante del Siglo XX” y el gran Bruno Walter dirigió en Berlín el estreno su primera Sinfonía en 1927, por otro, Shostakovich mantuvo durante toda su vida (1906-1975) una ambigua relación de amor-odio, rebelión y sometimiento con respecto a la dictadura comunista. En 1936, “Pravda”, el diario oficial del partido, dijo que su música era solamente ruido antes que otra cosa, “expresión formalista divorciada de llegada a las masas proletarias”, y en las peores épocas de la tiranía stalinista, el creador de “Lady Macbeth de Mtsensk”, desde luego, no la pasó bien. Sin embargo, nunca intentó abandonar el país en toda su vida de tirantes y más dulces contactos con el régimen, y terminó por convertirse nada menos que en miembro del Soviet Supremo.

 

En lo que hace al plexo de su creación, y al margen de la corriente revisionista que apunta a desvalorizarla (tema que da desde ya para otro artículo), lo cierto es que en el contexto meritorio de sus sinfonías, óperas y música cámara, el primer Concierto para piano (con trompeta obligada), que se ofreció en esta ocasión, escrito en 1933, no ha de figurar entre sus trabajos más trascendentes. Ejercicio de estilo, heterogéneo en cuanto a su sello, poco menos que un “divertissement”, se trata de una pieza de agraciada epidermis, grata, no exenta de una métrica vibrante.

 

En su traducción, la Orquesta se manejó con medida pulcritud, al tiempo que el pianista Iván Rutkauskas (maestro interno en el Colón para el repertorio operístico), de toque claro, sin perjuicio de su pálida labor en el movimiento inicial, a partir del “lento” mostró despliegues más convincentes y fue adquiriendo paulatinamente mayor vigor y presencia para culminar el “moderato-allegro con brio” con elocuente agilidad.

 

Señalemos de todos modos que hay dos maneras de interpretar esta obra: una, con regulado academicismo, formalmente correcto. La otra, con pasión, valorizando y remarcando el elemento rítmico. Silberstein eligió la primera, lo que derivó casi en una versión demasiado tranquila, por momentos de un lirismo expresionista, ello frente a una pieza que es todo lo contrario (“se trata de un trabajo animado, pleno de alegría de vivir, reflejo de una época heroica”, apuntó el propio Shostakovich). En cuanto a Federico Ciancio, uno de los más destacados trompetistas de nuestro medio, digamos que su labor rayó a gran altura. En las partes asordinadas del segundo movimiento, su fraseo resultó de excelencia, y en todo el resto del discurso se lo oyó impecablemente sólido y seguro (como bis los dos solistas agregaron a dúo “Verano Porteño”, de Astor Piazzolla).

 

La Serenata de Tchaicovski.

También para orquesta de cuerdas, la Serenata en do mayor, de Tchaicovski (1840-1893), es sin duda una de las espléndidas y más bellas joyas del arte musical de su tiempo. En sus cuatro movimientos, y como “ritorno” al clasicismo, nimbado por la esencia romántica de su autor, se erige como un “opus” perfecto de cabo a rabo (su inicio y su final son simétricos), de expresión intensa, pleno de sentimiento y logrados coloridos armónicos e instrumentales.

 

Es verdad que el maestro Silberstein (regente del Instituto Superior de Arte del Colón) condujo con esmerada aplicación técnica y líneas cuidadamente pulcras. Pero despojada de ese ímpetu efusivo que caracteriza la música del autor de la “Patética”, objeto un fraseo generalmente plano y de acentuaciones carentes de fuerza y claroscuros, la versión no paso en definitiva de un nivel meramente amable. Soslayando un discurso algo confuso en el “tempo” final, los arcos de la Filarmónica desenvolvieron hermoso sonido, por lo demás, perfectamente balanceado entre sus diferentes secciones (¿no hubiera sido conveniente agregar uno o dos contrabajos más?)

 

Calificación: Bueno

 

Carlos Ernesto Ure