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A favor de la teología “queer”, el feminismo y las minorías sexuales


“THEODORA”, EL oratorio QUE NO FUE

Teatro Colón
Martes 28 de Setiembre de 2021

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

  

 

“Theodora”, versión dramatúrgica abreviada de Alejandro Tantanián sobre el oratorio de Georg Friedrich Haendel, con textos de Thomas Morell y Marcella Althaus-Reid.

Con Yun Jung Choi, Martín Oro, Santiago Martínez, Víctor Torres, Florencia Machado, Iván Maier y Mercedes Morán.

Video de Matías Otálora

Iluminación de Rubén Conde

Espacio y vestuario de Oria Puppo

“régie” de Alejandro Tantanián

Orquesta Estable del Teatro Colón (Johannes Pramsohler) 

 

 

Resultó una empresa frustrada por más de un motivo. En primer lugar, porque lo que se dio el martes en el Colón, en función fuera de abono, no fue “Theodora” (1750), HWV 68, de Haendel, sino una ”edición dramatúrgica” basada en esta espléndida composición, realizada por Alejandro Tantanián. Por añadidura aligerada (se recortó más de una hora de música), con una actriz injertada y sin coro, sustituido por seis voces (recordemos que se trata de un oratorio; Romain Rolland habla de los “exquisitos perfumes madrigalísticos” confiados a esta sección).

 

Con aforo siempre limitado, y cerca de ciento veinte minutos de duración, la función, sin pausa alguna, se extendió por espacio de ciento veinte minutos.

 

Aspectos musicales

Aparte de ello, el maestro italiano Johannes Pramsohler, destacado violinista y ahora director de orquesta, condujo la Estable con invariable pulcritud y equilibrio, pero con una inalterable contención de cabo a rabo, como si el barroco se agotara en la atildada belleza de las formas. Esto es, sin acentuar ni diferenciar rangos expresivos, lo que por cierto hizo que su exposición dinámica se tornara monocorde, un tanto cuadrada (pensemos que no hubo intervalos).

 

Debido a su registro terso y parejo, controlado y de buena expansión, el tenor Santiago Martínez (Septimius), elemento en ascenso, fue la figura más destacada del cuadro vocal, al tiempo que la soprano surcoreana Yun Jung Choi (protagonista) mostró una voz si se quiere pequeña pero grata y bien manejada, y lució refinado fraseo.

 

El contratenor Martín Oro (Didymus, coprotagonista) hizo oír también un metal correctamente armado y esbelto, en un marco que incluyó algunas notas forzadas, al tiempo que el barítono Víctor Torres (Valens) y la mezzo Florencia Machado (Irene), tal vez por incomodidades de tesitura, no estuvieron por cierto en su noche más lucida. Mercedes Morán dijo por su lado su desconcertante parte con el consabido oficio.

 

¿La escena?

El punto de partida de los responsables de todo el montaje escénico fue sin duda el de “aggiornar” una creación que desde el vamos consideraron anticuada. ¿Haendel es viejo y desactualizado? Bueno. Pero frente a este punto de vista (supinamente errado), ¿no debería simplemente dejárselo de lado en lugar de procurar regenerarlo, modernizándolo? La propuesta de Tantanián no fue feliz. Porque aparte de la escenificación del oratorio (esto se hace en muchos otros lugares), su planteo teatral exhibió marcado acartonamiento, alejado de los pliegues psicológicos de cada personaje, uno de los notables hallazgos, precisamente, de “Theodora”.

 

Además de esto, en el curso de la representación se intercalaron de manera intermitente parlamentos sin ton ni son pertenecientes a una mujer llamada Marcella Althaus-Reid (argentina virtualmente desconocida en nuestro país), ideas tan deshilvanadas como enredadas, vinculadas con la denominada “teología queer” o indecente, pensamiento radical de nuevas perspectivas sobre el género y la sexualidad, venerado por el colectivo LTGB y “bondage” (sin ir más lejos: “la virgen María como símbolo de sometimiento”, “el poder masoquista del terrorismo de estado asociado a la iglesia” o “la Biblia es una colección de historias sexuales”). Ni aún prendido con alfileres, nada, absolutamente nada tiene que ver todo esto con Teodora, mártir cristiana del Siglo IV, digna realmente de mejor ejemplaridad.

 

En cuanto al cuadro visual, tanto los aportes de Rubén Conde, autor de una iluminación muy interesante como los de Oria Puppo, realizadora de una escenografía y un vestuario tan austeros como logrados, se integraron armoniosamente con las imaginativas proyecciones de video que realizó junto con Matías Otálora.

 

Calificación: regular/mala

 

Carlos Ernesto Ure