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Después de medio siglo de su debut en Buenos Aires

 

PLÁCIDO DOMINGO DE NUEVO EN EL COLÓN

Teatro Colón

Jueves 7 de abril de 2022

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

Oberturas e “intermezzi”, arias y dúos de “I vespri siciliani”, “La traviata” e “Il trovatore” (Verdi), “Andrea Chénier” y “Fedora” (Giordano), “El corsario” (Berlioz), “Hamlet” (Thomas) y “Le cid” y “Thaïs” (Massenet).

 

María José Siri, soprano y Plácido Domingo, barítono.

Orquesta Estable del Teatro Colón (Jordi Bernácer).

 

 

 

1972, la famosa “Forza” con Previtali. 1979: la inolvidable “Fanciulla” de Faggioni-Molinari Pradelli. 1981, un “Otello” que permanece en los anales de la ópera de nuestro país. 1982, “Tosca” en plena guerra de Malvinas. 1997, “Sansón y Dalila”, con Montresor-Veltri. 1998, “Fedora”, al lado de Mirella Freni. A estas seis actuaciones estelares en el Colón, cabe añadir la reinauguración del Avenida en 1994, y los multitudinarios conciertos al aire libre de 1992, 1996 y 2011. Ahora, a los ochenta y un años, en su undécima visita a nuestro medio, Plácido Domingo volvió a presentarse el jueves de impecable frac en el coliseo de la calle Libertad, embellecido con dos grandes arreglos floreales colocados sobre la boca del escenario, en el marco de una sala enfervorizada, que lo ovacionó de pie, en la que no cabía un alfiler (cuando hizo su aparición, se encendieron “a giorno” las luces de todo el recinto).

 

 

Rasgos variopintos

Primera función de abono del ciclo de Grandes Intérpretes Internacionales, digamos que la velada asumió antes que otra cosa las características de un gran homenaje a quien ha sido una de las máximas, legendarias figuras de la ópera de las últimas décadas. Cabe rescatar que su voz no exhibe fisuras remarcables, la línea mantiene la calidad de siempre, así como también que su dominio de la técnica le permite al gran artista madrileño salir airoso en los trozos de mayor compromiso. Ello además del perfecto control de la respiración y la emisión y el esmero de la entonación.

 

Sin embargo, desde el instante inicial resultó claro que cantando en la actualidad como barítono, por obvias razones cronológicas, el otrora magnífico tenor se calza un traje que no le queda bien. Ésta no es su voz natural, por lo que su canto se exhibe despojado del timbre, las inflexiones, el alma, las reverberaciones de la cuerda en la que recayó. En más de un momento se lo escuchó lavado, especialmente en el centro, artificial, privado de acentos dramáticos, inconvincente. Ello sin perjuicio de las sobresalientes cualidades que lo consagraron en su hora como emblema descollante del arte lírico universal, y de la admiración que suscita el hecho de mantener a su alta edad su cuerpo vocal intacto.

 

María José Siri

A su lado y después de una larga ausencia María José Siri (45) reapareció en la Argentina, donde dio sus primeros pasos. Desde entonces, y con residencia en Italia, la soprano uruguaya desplegó una importante carrera, que la llevó a encumbrados teatros del exterior (las Óperas de Viena, de Madrid, de Roma, de Berlín, el Liceo de Barcelona, la Scala).

 

En esta ocasión, la intérprete de Canelones lució metal penetrante, fresco, manejado con flexibilidad y exquisito sentido de los claroscuros, bien estudiado fraseo y parejo color (el delicado “legato” de “Dite alla giovine”, de “La Traviata”). Es cierto que tal vez por fatiga muscular (se habló incluso de alguna dolencia previa) puso en evidencia a lo largo de toda la noche un cuasi permanente “vibrato” en toda la extensión de su tesitura. Pero también lo es que a partir de un registro “lirico-spinto” neto, sus graves fueron homogéneos, sus notas agudas bien firmes, todo lo cual le permitió alcanzar tal vez el mejor momento de la jornada en “Pleurez, pleurez, mes yeux!”, el aria de Chimène de “Le Cid”, de Massenet, vertida con tocante transporte emocional y brillante resolución.

 

El maestro Bernácer

El concierto, de no muy larga duración, incluyó además otras páginas de Verdi, Umberto Giordano y Ambroise Thomas, con el soporte de la Orquesta Estable del Colón, dirigida por Jordi Bernácer (45). Bien puede afirmarse que la labor del maestro valenciano constituyó una grata sorpresa, debido a su elocuente y clara gestualidad, la precisión métrica y de las articulaciones, al igual que el equilibrio de planos sinfónicos y administración de las gradaciones. Ello se vio reflejado, entre otros fragmentos, en la vibrante obertura de “I vespri siciliani” y el “Intermezzo”, de “Fedora”, vertido con bien modelada cadencia.

 

En cuanto al conjunto orquestal, en el que se distinguieron el concertino Oleg Pishenin en la “Meditación” de “Thaïs” y el cellista Stanimir Todorov en “La mamma morta”, de “Andrea Chénier”, lo concreto es que su desempeño se oyó ajustado en todo momento, con más cuidada transparencia y complexión que en anteriores oportunidades.

 

En materia de bises, todo fue hispano-criollo: la romanza “Amor, vida de mi vida”, de “Maravilla”, de Federico Moreno Torroba, el aria de Rosa, “¿Qué te importa que no venga?”, de “Los Claveles”, de José Serrano, el cadencioso dúo “¡Vaya una tarde bonita!, de “El gato montés”, de Manuel Penella, y como remate “Volver”, de Gardel-Lepera. Cincuenta años después de su debut en el Colón, que evocó con tocantes palabras, Plácido Domingo explicó que no podía cerrar esta jubilosa velada sin un tango.

 

Hoy domingo tendrá lugar la segunda función de esta gira (¿de despedida?), también en el Colón. Pero en este evento (a beneficio de las víctimas de la guerra de Ucrania), el repertorio incluirá nada menos que diez números de zarzuela.

 

Calificación: muy bueno

Carlos Ernesto Ure